¿Es posible imaginar una América “para los Americanos”, esto es, ajena a influencias allende de sus mares?
No deja de ser un ejercicio sugerente pensar en algunos rasgos y características de nuestro continente, que le otorgarían sustento a una actualización de la llamada Doctrina Monroe.
El primero no es menor: nuestra disposición geográfica. América históricamente estuvo aislada del resto del mundo. A diferencia de Europa, África y Asia, que forma geográficamente un continuo, América está separada del mundo por dos vastos océanos. Hay problemas globales, sin duda; pero no todos los problemas tienen que ser globales. Las preocupaciones medio ambientales (el calentamiento de la atmósfera) constituyen una amenaza común, pero otros problemas tienen para la inmensa mayoría de los americanos una relevancia menor (la escasez de agua).
El segundo, nuestra disposición cultural. América tiene el sello de la colonización europea y la integración (más o menos exitosa) de las culturas aborígenes y afrodescendientes. Pero hay tradiciones culturales a las que no hemos estado expuestos y que nos son ajenas -lo cual no las hace más o menos valiosas, por cierto-. En ese sentido, América pudiera protegerse de la amenaza que implica el terrorismo de base religiosa (que nos es extraño y debemos mantener alejado de nuestro continente).
Tercero: América es más homogénea culturalmente que otras regiones del mundo. Tres lenguas bastan para comunicar a millones de personas (cuatro, si incluimos el francés; comparativamente con Europa, China o India, somos mucho más integrados lingüísticamente); y sin desconocer la importancia de las cosmovisiones de los pueblos aborígenes, sería falaz negar que tenemos, además, una herencia judeocristiana común y predominante. El telón de fondo de América no es shintoista, budista, hindú ni musulmán: es cristiano, en términos que exceden claramente lo religiosos. Es un marco valorativo común.
Una doctrina se puede revitalizar a la luz de nuevas realidades. La amenaza del restablecimiento de los imperios coloniales en América fue el chispazo para la promulgación de la Doctrina Monroe en sus términos originales. Porque, vale la pena recordarlo, la amenaza de re-anexión colonial en el Continente por parte de los grandes imperios europeos fue real y hubiese supuesto varias décadas adicionales de colonización, quien sabe si hasta bien adentrado el siglo XX.
¿Cuál es, entonces, la amenaza común que hoy enfrentamos los americanos, los del Norte y los del Sur? No es, por cierto, inédita; la amenaza, sin duda, es la tiranía. La negación de la libertad y de nuestra tradición política liberal, enraizada en nuestros orígenes, traicionada tantas veces y más recientemente golpeada por los populismos y los comunismos que en esta región han sido. La amenaza es la implantación de modelos o esquemas foráneos a nuestra génesis y nuestros ideales políticos. Y contra esa amenaza debemos hacer causa común.
La solución no pasa por aislarnos, aprovechando nuestras características geográficas. Pero saquemos por un momento cuentas del enorme potencial que supone un continente integrado, independiente energética y agroalimentariamente. Con total y absoluta libertad de movimiento y de flujos de inversión. Donde haya habido una descolonización completa del Continente, sin excepciones. Con un tratado común de defensa y un compromiso férreo por la democracia y los Derechos Humanos que tendría en la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos su brazo privilegiado.
*Director de Liderazgo y Visión