En una de las entregas anteriores comentamos el caso del jugador más pequeño en tomar parte de un juego de Grande Ligas. Se trata de Eddie Gaedel, que el 19 de abril de 1951, contando con solo 1,09 metros de estatura, formó parte de un episodio circense tramado con fines publicitarios por Bill Veeck, el propietario de los St. Louis Browns. Aquel día Gaedel consumió un turno legal al bate recibiendo base por bolas, en lo que fue su debut y despedida del big show. Aunque el episodio no haya sido más que una bufonada, Eddie aparecerá por siempre en los libros de historia como el hombre más pequeño que haya pasado por la Major League Baseball (MLB).
Dejemos a un lado el caso de Gaedel y volquemos la atención hacia los verdaderos jugadores que han participado en la Gran Carpa. Bueno, resulta que el más pequeño en la historia de la MLB es un compatriota nacido en Cabimas, estado Zulia, en 1928, quien con 1,60 metros de estatura ascendió en tiempo récord al mejor béisbol del mundo. Sí, hablamos de Pompeyo Antonio Davalillo Romero.
Las empresas petroleras que llegaron a Cabimas durante las primeras décadas del siglo 19 trajeron consigo una verdadera revolución en materia de deporte. En los campamentos de empleados petroleros se jugaba golf, cricket, atletismo, tenis, boxeo, ciclismo, baloncesto y, por supuesto, béisbol. Estas compañías alentaban la práctica deportiva en la ciudad y pronto el atletismo y el béisbol se convirtieron en los favoritos. Así conoció Pompeyo el juego de las cuatro esquinas. Fue amor a primera vista, una llama que jamás se extinguió por el resto de su vida.
En 1944 el papá de los Davalillo murió arrollado mientras cumplía su guardia como vigilante en la garita de la Mene Grande Oil Company. Un mecánico norteamericano, bajo los efectos del alcohol, se estrelló contra la estructura. Al poco tiempo Pompeyo, con dieciséis años, decide enrolarse en el servicio militar para mitigar de alguna manera el peso que, en lo económico, había representado la pérdida de la cabeza de la familia. Además, el sueño de convertirse en un gran pelotero lo impulsaba a dejar Cabimas. “Hijo, no vaya a Caracas que eso es muy peligroso”, le advirtió su mamá cuando este le comunicó sus planes. “Mamá, aquí todos dicen que el torero bueno tiene que ir a España. Bueno, el pelotero bueno tiene que ir a Caracas, y yo creo que en eso puedo defenderme”, le contestó el muchacho.
Así llegó Pompeyo a Caracas. El guante que se llevó le sirvió de almohada en sus primeras noches en el cuartel. De inmediato el zuliano empezó a jugar béisbol con los militares. Su primer entrenador en el cuartel fue Chucho Ramos. Imaginen la sorpresa de todos al ver a aquel pequeñito agarrando pelotas por todos lados. Davalillo pasó entonces a integrar el equipo de béisbol doble A de las Fuerzas Armadas Nacionales. El talento del muchacho llamó la atención, y en 1950 fue convocado para asumir la tercera base y primer puesto en la batería de la selección venezolana amateur que participó en la XI Serie Mundial en Nicaragua. De ahí siguieron otros compromisos internacionales como los I Juegos Panamericanos en Argentina en 1951, la XII Serie Mundial de Béisbol Amateur en México en el mismo año, y la XIII Serie Mundial en La Habana el año siguiente.
Ya para 1952 Pompeyo se había convertido en una pieza destacada que el béisbol profesional no podía ignorar. Ese año Pablo Morales y el “Negro” Prieto habían comprado el Caracas y se preparaban para su debut como propietarios en la zafra 1952-1953. Prieto estaba convencido de que el muchacho de Cabimas debía unirse al equipo, pero al conversar con Davalillo este le dijo que no estaba interesado, porque el Caracas estaba lleno de estrellas del infield, con el “Chico” Carrasquel a la cabeza. Sin embargo, Prieto estaba decidido y no tomaría un “no” por respuesta. Entonces habló con “Yanecito”, dueño de Patriotas de Venezuela, y lo convenció de contratar a Pompeyo para que luego, antes de empezar el campeonato, Yánez le vendiera su ficha a los Leones. Y así lo hicieron: la maroma llevó a Pompeyo Davalillo a las filas del equipo capitalino. ¡Vaya labia que debe haber tenido Don Prieto!
El primer juego del Caracas bajo el nuevo nombre “Leones” y, además, en el nuevo Estadio Universitario de la UCV se realizó el 17 de octubre de 1952. Ese día debutó también Pompeyo como profesional, carrera que se extendió por 46 años entre los roles de pelotero y dirigente.
El de Cabimas no decepcionó. Las expectativas sobre su actuación en la divisa felina se materializaron. Davalillo culminó esa temporada con promedio de 267, 17 empujadas, 10 bases robadas y una destacada actuación en la tercera base, posición que cubrió en cada uno de los 47 juegos en los que participó. En algo Pompeyo tenía razón: jugar campocorto en el Caracas era cuesta arriba debido a la presencia de Carrasquelito y el norteamericano Billy DeMars. Sin embargo, el muchacho jugó toda la temporada en el infield y terminó alzándose con el premio al Novato del Año de la Liga.
Los Leones conquistaron ese torneo 1952-1953 y viajaron a la Serie del Caribe. Los Yankees de Nueva York pusieron el ojo en el pequeñito que cubría la tercera base y lo contrataron. Pompeyo viajó a la gran manzana y se integró a la organización neoyorquina en las menores, pero en poco tiempo fue cambiado a los Senadores de Washington. Una vez ahí, no pasó mucho tiempo para que el zuliano fuese llamado al equipo grande.
El primero de agosto de 1953 los Senadores enfrentaban a los Medias Blancas de Alfonso “Chico” Carrasquel. A la altura de la séptima entrada el campocorto de los Senadores, Pete Runnels, se lesionó y Pompeyo entró a sustituirlo. Así el muchacho de Cabimas, con 1,60 metros y 63 kilogramos, debutó en la Gran Carpa y se convirtió en el cuarto venezolano en hacerlo, después del “Patón” Carrasquel, “Chucho” Ramos y el “Chico”. ¿Meteórico ascenso? Júzguelo usted mismo: Nueve meses antes de su debut en las mayores Pompeyo estaba jugando pelota en la categoría amateur, y lo hacía en una época en la que las puertas del béisbol del norte eran realmente pesadas para abrirlas; eso sin mencionar la osadía de intentarlo con tal estatura. Para poner en contexto lo que 1,60 representa en el mundo del béisbol, el jugador más pequeño de la MLB en la actualidad es otro venezolano, José Altuve, apodado “astroboy”, quien se ve asombrosamente minúsculo entre sus compañeros en el terreno de juego. Pues bien, Altuve mide 1,68 metros, y si usted piensa que ocho centímetros no es nada cuando se trata de estatura, busque a alguien que lo supere esa distancia y párese al lado.
La feliz coincidencia de que el juego fuese contra Chicago hizo que el debut de Davalillo, que había ya inaugurado a los Leones y al Universitario, con la corona del campeonato y el título de novato del año incluidos, fuera también histórico: aquel juego se convirtió en el primero en las mayores en el que los campocortos de ambos equipos eran de la tierra de Andrés Bello.
Cinco días después Pompeyo volvió a ver acción, esta vez ante Cleveland. Otro hecho histórico ocurrió aquella tarde en la capital norteamericana: Durante la séptima entrada Davalillo se convirtió en el primer criollo en robarse el home en Las Mayores. ¿Las víctimas?: El lanzador Bill Wight y el receptor Joe Tipton. Luego de aterrizar en el plato, Davalillo escuchó a Tipton decirle: “Son-of-a-bitch”. El zuliano, que no tenía idea de lo que aquello significaba, le contestó: “Thank you”. Washington ganó el juego 4 por 1 con recorrido completo de Spec Shea desde la lomita. Davalillo se fue de 3-2 y anotó dos carreras.
Ese año en la Gran Carpa el de Cabimas participó en 19 juegos en los que tomó 58 turnos al bate, y conectó 17 inatrapables para un buen promedio de .293. A la defensiva estuvo 17 juegos en el campocorto, abriendo como titular en 16 de ellos, en los que dejó un respetable porcentaje de fildeo de .935. En los otros dos juegos en los que tomó parte lo hizo como corredor emergente.
Sin embargo, el 24 de agosto los Senadores enviaron al venezolano de nuevo a las menores; eso sí, con un nuevo sobrenombre: Yo-Yo, como lo empezó a llamar el narrador de Washington, Bob Wolf, a quien se le hacía difícil pronunciar “Poumpeyoyoyo…”.
Al terminar la temporada en el norte, Pompeyo regresó a Venezuela con contrato renovado para volver a Washington el año siguiente, y la posibilidad abierta de ganarse la titularidad en el equipo grande. El futuro era prometedor.
A penas pisó tierra venezolana, Davalillo se puso el uniforme de los Leones para disputar su segunda temporada en la Liga local. El zuliano registraba un promedio de .288 en 226 apariciones al plato, cuando el 28 de enero de 1954 se fracturó la pierna derecha al deslizarse en segunda base durante un juego celebrado, precisamente, en el terreno donde dio sus primeros pasos con un guante en la mano: El Estadio Concordia de Cabimas. La lesión alejó a Pompeyo de las rayas de cal durante un año y con ello el contrato en las mayores se esfumó.
Sin embargo, la carrera de Davalillo en el béisbol no había terminado. Tan pronto le quitaron el yeso Pompeyo regresó a trabajar y se reintegró a los Leones, con quienes jugó once temporadas más, para un total de trece, además de participar varios años en el béisbol de verano en Cuba, donde alcanzó el estatus de estrella, y más adelante en la liga mexicana.
Pompeyo se retiró como jugador activo en 1967, y de inmediato empezó a crecer en el rol de técnico y dirigente, trabajo por el que quizás se le recuerda más que como jugador. De hecho, fue el primer venezolano en dirigir un equipo en el exterior, en México, donde estuvo al frente de varios equipos durante siete años.
El impacto de Pompeyo en el béisbol de nuestro país es de una magnitud incalculable. Su trabajo con niños y jóvenes fue constante durante su vida como dirigente. Formó parte de los fundadores de los Criollitos de Venezuela, y creó una escuela de formación infantil de béisbol en Santa Teresa del Tuy, reconocida hoy en día como una de las más grandes e importantes del país. También dirigió durante casi tres décadas el equipo doble A de la Universidad Central de Venezuela. Y por supuesto, dirigió varios equipos en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional.
Víctor Davalillo, hermano menor de Pompeyo y otra luminaria de nuestra pelota, dijo en una ocasión que a Yo-Yo no le importaba qué rol le asignaran, con tal de que fuera allá abajo, uniformado en la acción. Y era así, su vida giraba en torno a un terreno de juego. A Pompeyo se le podía ver dirigiendo un juego en la LVBP, un juego del doble A, un juego de béisbol menor, o participando en la “Caimanera” de los miércoles en la UCV entre profesores y egresados universitarios. Y fue precisamente ahí, en la caimanera, donde tuve el privilegio de conocerlo.
No recuerdo una mirada más despierta que la de Pompeyo. El hombre medía 1,60; quizás un poco menos para ese entonces, porque la edad le roba a uno estatura. Sin embargo, su presencia llenaba el espacio. Pompeyo Davalillo era béisbol sobre dos piernas, la personificación de la pasión por la pelota.
“Ese tipo no tiene brazo”, comentó una vez alguien en el dugout, “Yo le veo dos”, replicó Pompeyo de inmediato. “Lanza esa pelota fuerte, que tú estás joven”, me gritó en una oportunidad de manera destemplada mientras calentábamos el brazo. ¿Cómo podía yo confesarle que la estaba tirando lo más duro que podía? Sin embargo, traté un poco más, que en realidad no era nada… pero, ¿cómo no hacerlo? Dos pelotas después Pompeyo se detuvo, bajo los brazos y sonrió. Aquel semblante suyo capaz de intimidar a cualquiera se desvaneció en el aroma húmedo de césped recién cortado del Universitario. Entonces me dijo con tono paternal: “Así me gusta, que lo intentes, de eso se trata”.
Pompeyo era un personaje en todos los aspectos. Gozaba de mala fama al volante, como lo narró su amigo y compañero de faenas en la pelota, Rubén Amaro, en una entrevista reseñada por Hender Añez para el Diario La Verdad de Maracaibo:
“Cuando llegué a Venezuela me dijeron que podía hacer muchas cosas, pero que no cometiera el error de embarcarme en un carro cuando Pompeyo iba al volante. Una vez lo hice y comprobé que lo que decían era cierto. En una ocasión, en Sabana Grande (Caracas) se subió a la acera para adelantar y le pregunté: ‘¿Qué estás haciendo?’, me respondió: ‘Tranquilo que si me paran, aquí todo el mundo me conoce’. Era un irreverente (risas)”.
Como jugador, en Venezuela Pompeyo Davalillo solo vistió el uniforme de los Leones, el equipo de sus amores. Como mánager estuvo al frente del Caracas, de las Águilas del Zulia, de Caribes de Oriente, y de la recordada guerrilla de los Tiburones de La Guaira. En 1992 ganó su primer título como dirigente cuando las Águilas se impusieron en el séptimo juego de la final ante los Tigres de Aragua. La ansiada corona que durante años se le había hecho esquiva al fin había llegado a sus manos. Para la época en el país se había creado una atmósfera alrededor de Pompeyo similar a la de Paul Newman con el Oscar, o la de Lionel Messi con Argentina. Todos querían que conquistara el título y cuando aquella noche cayó el out 27, las cámaras se volcaron hacia el mánager zuliano que de inmediato acaparó el protagonismo en medio de una euforia digna de un rockstar. Las imágenes de Davalillo alzado en hombros por los jugadores en el terreno de juego son ya parte de nuestro acervo cultural peloteril. El año siguiente Pompeyo revalidó el título con las Águilas barriendo al Magallanes en la gran final. Dos años más tarde, en 1995, el pequeño de Cabimas se llevó los más altos honores con sus Leones del Caracas. Davalillo nunca ocultó su predilección por el equipo capitalino.
El maestro partió el 28 de febrero de 2013. Leones, Águilas, Caribes y la Universidad Central de Venezuela retiraron el número 1, que siempre llevó en su espalda en Venezuela.
Como dijo Rubén Amaro: “Pompeyo era un caudillo del béisbol. No hay manera, ni en palabras ni en números, para explicar su legado”.
En su lecho de muerte, el pequeño gigante pidió a la familia ser sepultado vistiendo el uniforme del Caracas. Su deseo fue cumplido.