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26 diciembre 2024

Unesco baila sobre sus tumbas

Llamado ‘El Carnicero de La Cabaña,’ muchos biógrafos amables con el personaje afirman unos 600 asesinatos perpetrados por él y otros ordenados directamente; aunque en sus declaraciones habría reconocido al agente Félix Rodríguez en Bolivia, que la cifra ascendería a 1.500 fusilados bajo su gestión. Un guerrillero que asesinó a jóvenes, campesinos y disidentes cubanos. Testimonios, pruebas irrefutables y declaraciones propias dan fe de lo atroz del personaje. Pero este 15 de junio un tuit de la Unesco revivió para muchos lo indulgentes que pueden ser los organismos internacionales, al mirar de reojo el horror. ¿A quién exaltó la Unesco? A Ernesto “Che” Guevara.

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Milagros Socorro | 17 junio 2021

Este martes 15 de junio la cuenta de Twitter de la Unesco (@Unesco_es) difundió el siguiente mensaje: “TalDíaComoHoy nacía en Rosario (#Argentina) Ernesto Guevara de la Serna, conocido como el Che. Recordemos su figura viendo su histórico discurso en la Asamblea General de la @ONU_es en 1964”. Y a continuación aparecía el siguiente video.

Para hacer su contenido, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura hizo una selección: escogió el último minuto, donde se ve a Guevara gritando la proclama “Patria o muerte”, amenaza que los delegados reciben con una ovación. Hasta donde podemos ver, no parece haber ese día, ante la Asamblea General de la ONU, un solo embajador que se hubiera detenido a considerar que la sangre de la que hablaba Ernesto Guevara era la de centenares, sino millares, de cubanos a quienes el nuevo régimen de la isla había dejado librados a las insaciables fauces del guerrillero argentino.

Se cuidó el departamento de comunicaciones de la Unesco de elegir este otro video, del mismo día, 11 de diciembre de 1964, donde Guevara se jacta: “Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida y la hemos expresado siempre ante el mundo: ¿Fusilamientos? Sí. Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte”.

Máquina de matar

No hablaba en sentido figurado. Más bien, se quedaba corto. Los crímenes de Ernesto Guevara, sobre los cuales sus hagiógrafos pasan rasantes o aluden por encimita como si se tratara de faltas veniales, están documentados en “La máquina de matar”, libro del escritor argentino Nicolás Márquez, del que se ha dicho que es la biografía definitiva del guerrillero.

El título de la publicación no se lo saca de la manga el autor. Es una cita textual de Guevara, quien en su Mensaje a la Tricontinental (1967), escribió: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

“Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida y la hemos expresado siempre ante el mundo: ¿Fusilamientos? Sí. Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”

Ernesto Guevara, fragmento del discurso en la Asamblea General de la ONU (1964)

Tampoco estaba jugando. Ya en el viaje por Suramérica que hizo Guevara cuando era estudiante de Medicina anotó en su diario: “Teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos. Ya siento mis narices dilatadas saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga”. Y se las arregló para que su vida tomara la ruta que le permitiría cumplir esa fantasía, se alió a Fidel Castro y ya en los días del alzamiento contra el régimen de Fulgencio Batista, Guevara se estrenó como fusilador compulsivo. “… para evitar las crecientes deserciones, la insubordinación o el derrotismo”, escribe Nicolás Márquez, “se impuso como norma interna del grupo la pena de muerte. Es en ese estresante contexto de convivencia interna, cuando el guerrillero Eutimio Guerra no terminaba de resultarle del todo fiable al Che, quien lo acusaba de ser informante del ejército. Sin más, basándose solamente en su falible intuición, Guevara le destrozó la cabeza de un disparo”.

-Su ex compañero -sigue el biógrafo- Jaime Costa (asaltante del Cuartel Moncada en 1953, expedicionario del yate Granma y luego comandante del Ejército Rebelde), respecto del guerrillero asesinado por Guevara, afirma: “No había una seguridad concreta… entonces se forma el tribunal y acordamos que no había una seguridad de que él haya sido un delator; por lo tanto, no se podía quitarle la vida. Entonces, el Che dice: ‘bueno si no se la quitan ustedes, se la quito yo’. Entonces todo el mundo le dice: ‘¿por qué tú le vas a matar? Si tú no eres cubano. Él es un cubano y no ha confesado que es delator’. Y Ramiro dice que no se puede fusilar, como presidente de ese tribunal, y en ese momento es el que más grado tiene, y el Che sacó la pistola y lo mató ahí”. [222] Otro testigo privilegiado, el guerrillero Universo Sánchez recuerda el homicidio de este modo: “Yo traía un rifle y entonces el Che saca una pistola 22, PAC, y le da un tiro por aquí. ¡Coño, Che. Lo mataste! Se cayó boca arriba ahí, boqueando. Y los relámpagos. Aquello era del diablo, horroroso”.

La pedagogía del paredón

Tras este bautismo de fuego, nunca mejor dicho, Guevara siguió fusilando, como alardeó en uno de los escenarios más civilizados de la Tierra. “Hasta un apologista del Che”, dice Márquez, como lo es su biógrafo argentino Pacho O’Donnell, reconoció en su complaciente libro que “en La Cabaña se establecieron los Tribunales Revolucionarios… como comandante de la guarnición (el Che) revisaba las apelaciones y tenía la palabra final… Ese hombre a quien horrorizaban las defecciones humanas, implacable con las debilidades, codicias y vulgaridades de sí mismo y de los demás, que fue un incapacitado para los tejemanejes de la política por razones éticas, no tuvo inconveniente en convertirse en un ángel exterminador que disponía sobrevidas y muertes ajenas”.

Se refiere a la fortaleza de La Cabaña, en La Habana, devenida, en manos de Guevara, callejón de la muerte a cuyo paredón se arrastraba a los disidentes. Hay que decir que Fidel Castro pone a Guevara al frente de La Cabaña tras el triunfo de la revolución, esto es, cuando ya habían terminado las hostilidades. Allí tendrían lugar los “juicios” de un santiamén y a medianoche, en los que el de la foto en las franelas ordenaba las ejecuciones. Estamos hablando de procesos de no más diez minutos en los que Guevara era “presidente del tribunal, fiscal, presidente de la comisión depuradora, presidente del tribunal de apelación y comandante en jefe del cuartel”.

“Cualquier revolución comporta, lo quiera o no, guste o no, una inevitable porción de estalinismo”

Ernesto Guevara, en declaraciones a José Pardo Llada

-Tenemos que crear -había aconsejado Guevara a comienzos de 1959- la pedagogía de los paredones de fusilamiento y no necesitamos pruebas para matar a un hombre.

Ganado a pulso el apodo de ‘El Carnicero de La Cabaña’, su crueldad llegó a tal punto que, según le contó a Márquez el sacerdote Bustos Argañaraz (capellán encargado de brindar alivio espiritual a las víctimas antes de la ejecución), Guevara obligada “a los familiares que iban a recoger los cadáveres de los fusilados a pasar por el famoso paredón manchado con la sangre fresca de las víctimas”.

Los testimonios, que son muchos y que aparecen citados con nombres, apellidos y roles por entonces de quienes los ofrecen, aluden a asesinatos perpetrados por Guevara en su oficina de La Cabaña; a menores de edad, detenidos cuando hacían pintas en una pared con consignas contra Castro, fusilado de inmediato “para que la madre del muchacho no pase por la angustia de una espera larga”; a simulacros de fusilamientos cuando alias Che quería castigar a alguien, pero no matarlo; a reos salvados a última hora por la mediación de la esposa cubana de Guevara, quien entonces le conmutó la pena al reo, cuya culpabilidad ni siquiera llegó a definirse, por una condena de 28 de cárcel.

“Hay que acabar con los periódicos, pues no se puede hacer una revolución con libertad de prensa”

Ernesto Guevara, en declaraciones a José Pardo Llada

La contabilidad de Nicolás Márquez, quien expone los nombres completos de las víctimas y la fecha de su asesinato, aunque advierte que hay casos de los que no se tiene la fecha exacta, quedó así: “14 asesinatos del Che en Sierra Maestra (Guevara confiesa las ejecuciones en sus diarios); 23 homicidios cometidos en la traición de Santa Clara, y 175 en el campo de concentración de La Cabaña. Estos crímenes se habrían cometido en el lapso de tres años (entre 1957 y 1959) y la cifra final ascendería a 216. […] A esto se deben agregar los fusilamientos llevados a cabo no por Guevara en persona sino por orden de él, de los cuales tampoco hay una cifra definitiva (muchos biógrafos amables con Guevara afirman la cifra de 600), aunque según el Che le habría reconocido al agente Félix Rodríguez en Bolivia, el guarismo ascendería a 1.500 fusilados bajo su gestión”.

Serenata nocturna

Tan cierta y tan probada es la sevicia del “comandante” que hasta Jon Lee Anderson, en su biografía “Che Guevara: Una vida revolucionaria”, establece: “… el Che, fiscal supremo, realizaba la tarea con singular dedicación; todas las noches resonaban las descargas de los pelotones de fusilamiento entre los antiguos muros de la fortaleza”.

Escribe Jon Lee Anderson: “Había más de un millar de prisioneros de guerra -dijo Miguel Ángel Duque de Estrada, designado por el Che titular de la Comisión de Depuración-. Constantemente llegaban más, y muchos no tenían expediente. De algunos ni siquiera conocíamos los nombres. Pero teníamos una tarea que cumplir, que era sanear el ejército vencido. El Che siempre había tenido claro la necesidad de sanear el ejército e imponer justicia a los criminales de guerra convictos”. Los juicios comenzaban a las ocho o nueve de la noche y generalmente se llegaba a un veredicto a las dos o tres de la mañana. Duque de Estrada, encargado de reunir pruebas, tomar declaraciones e instruir los juicios, ocupaba el estrado junto al Che, el fiscal supremo, quien tomaba la decisión final sobre la suerte de aquellos hombres. […] Durante los meses siguientes, varios cientos de personas fueron juzgadas y fusiladas en todo el país”.

“Teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos”

Ernesto Guevara, en viaje por Suramérica como estudiante de Medicina, anotó en su diario

El valor de estos datos aumenta cuando leemos el comentario del biógrafo norteamericano a la foto de Alberto Korda, hecha el 5 de marzo de 1960 e impresa ad nauseam en camisetas, postales, afiches…: “… su rostro es la encarnación viril de la indignación ante la injusticia social”. Quien con tanta pasión se expresa constata también que el fotografiado, al exponer sus intenciones de extender los “movimientos de liberación” a otros países del Continente, entre los que Venezuela encabezaba, por cierto, la lista, avisa: “Millones de seres morirán en todos lados; pero la responsabilidad será de ellos [los imperialistas], y su pueblo sufrirá también… A nosotros eso no nos debe preocupar…”.

Inevitable estalinismo

Ese es Guevara. Como también es el creador del primer “campo de trabajo” para los homosexuales de Cuba. Y, otra vez, tan flagrante es la desalmada homofobia de ese cuyo rostro “viril” suele campear en los desfiles del Orgullo Gay, que Jorge Castañeda, no precisamente un crítico de Guevara, dice en su libro “La vida en rojo”, biografía del argentino, que con la fundación del centro de retención y castigo en Guanahacabibes, Guevara, quien se refería a los homosexuales como “putos”, “sienta así uno de los más odiosos precedentes de la revolución cubana: la internación de disidentes, homosexuales y, más tarde, de enfermos de sida. Su racionalización retrospectiva es franca, precisa y lamentable”.

Cualquier revolución comporta, lo quiera o no, guste o no, una inevitable porción de estalinismo”, respondía Guevara, quien también hizo relevantes aportes a la clausura de la libertad de presa y a la persecución a editores y a periodistas. “Hay que acabar con los periódicos, pues no se puede hacer una revolución con libertad de prensa”, le declaró Guevara al reportero José Pardo Llada, quien no tardaría en verse obligado a marchar al exilio. Todo esto, más el acoso y martirio de católicos, que se adelantaban en un segundo al pelotón para gritar: “¡Viva Cristo Rey!” es lo que exalta la Unesco.

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