El nuevo Consejo Nacional Electoral es nuevo por la sola inclusión de Roberto Picón y de Enrique Márquez, por más nada. Hasta ahí llega la novedad y no es suficiente. Todo el entramado sigue estando en manos del chavismo. El chavismo de siempre pero peor, porque en sus agujeros cunde el desespero y porque a la cúpula no llegan los recursos como antes; un chavismo con muy pocos escrúpulos y las ganas de ganar tiempo de siempre. Con ese han logrado perpetuarse, con la pura astucia para ganar tiempo.
Reunirse, discutir, buscar los consensos hasta debajo de las piedras: eso es lo que le toca a las oposiciones regadas y disminuidas. Evaluar la posibilidad de eventuales elecciones primarias para dilucidar lo que haya que dilucidar. Tragar grueso cada vez que sea necesario. Poner seriedad en la administración de los recursos que llegan vía Citgo y otros haberes del Estado venezolano en el exterior. Dar una respuesta a Noruega, evaluar la actitud de Europa y hasta dónde podría contarse con Joe Biden. De todo eso hay que hablar. Y de actuar frente a las elecciones de noviembre.
Y además, todo el tiempo, tener como norte la razón de lo posible y el cometido de reconquistar la senda democrática que llevaba Venezuela hasta diciembre de 1998, hasta ese momento aciago en que el país desesperó de su democracia. Apostó por un golpista y la echó por la borda, a la democracia y su posibilidad de alternabilidad, entregándole el pueblo su confianza a un militar populista. Como si la especie no tuviese antecedentes.
Para eso, para rectificar aun cuando parezca demasiado tarde, hay que sentarse a hablar, partiendo desde cero.
Ya se sabe que no llegará un Mesías. Ya se sabe que no cesará la usurpación así como así. Ya se sabe que no vendrá Donald Trump más anaranjado que en las fotos a libertar a Venezuela porque todas las opciones estaban sobre la mesa. A fin de cuentas, no, no todas las opciones estaban sobre la mesa. Ni siquiera había mesa, sino un taburete para sentar a Juan Guaidó. Y con eso hay que remar. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Empezar desde cero es lo que le queda a las oposiciones: La de Guaidó-López con elG4; la de Henrique Capriles a pesar de sus vacíos y retornos espasmódicos; la de María Corina Machado y sus tuiteros enloquecidos; también la rama en la que se han colgado los que andan a medio camino entre el chavismo -ya que no hace mucho le sirvieron, desde diferentes posiciones- y su anhelo de democracia y reconciliación (que les ha nacido no hace mucho).
Cualquiera sea el plan o la estrategia, habrá que retomar los cerros y las provincias lejanas tejiendo redes de verdad, no solo las equívocas redes tecnológicas. Ante las elecciones de noviembre, actuar, presentar un plan, lograr la mayor cantidad de garantías posible sin dejar de atenazar a Nicolás Maduro y su séquito con las sanciones. Las sanciones deben ser una moneda de cambio hasta el final.
La oposición unitaria nacerá de nuevo y volverá a bautizarse. Los cristianos saben de redenciones. Hace unos días salió una entrevista al padre general de los jesuitas, el venezolano Arturo Sosa, en el diario La Nación de Buenos Aires. Estas fueron sus palabras, después de tanto hablar de «polarización» cuando se le preguntaba sobre las características del régimen chavista: «Lloro, lloro. Más de dolor que de rabia. Es muy duro todo lo que ha ocurrido. Nunca imaginé que se pudiera destruir tanto».
Fue uno de los que fueron a Yare a visitar al golpista que parecía el último modelo de cesarismo democrático, el que acabaría con las iniquidades del bipartidismo puntofijista. Nunca hubo polarización, hubo una camarilla fraguando todo el tiempo cómo quedarse con el poder hasta el año 2021 y más allá también. La polarización fue un invento del chavismo light. Lo que sí hubo fue una clase media dislocada, unas élites que se engañaron y demostraron lo estúpidas que eran. Tampoco hubo una legión ni-ni sino un montón de venezolanos irresponsables que prefirieron quedarse en casa en vez de ponerse a pensar en su futuro e ir a votar.
Ahora Venezuela, toda ella, es Guasina, la isla horrible allá en el Orinoco llena de monos y de culebras y de cuanto Dios creó, como dice el compañerito Omar Pérez, que ha vivido para contarlo. Cuenta Pérez el caso de un periodista a quien llamaban el Negro: Allá fue a dar el Negro, a Guasina, por sedicioso, y hasta un ojo perdió por un virus, una lavativa que transmiten los monos por allá en ese lodazal con ramas que es esa isla casi inhabitable. Entonces, recuerda el compañerito Omar, iba su esposa, la del Negro, a El Nacional y les decía a sus colegas para mandarle antibióticos; así, se organizaron colectas y se enviaron medicinas a los que estaban encerrados, como trescientos reos conspiradores -o supuestos conspiradores- contra Pérez Jiménez. José Vicente Abreu se pasaría al Partido Comunista, también fue condenado a Guasina y más tarde escribiría Se llamaba SN. Andando el tiempo, paradójicamente, su viuda Beatriz, hija de José Agustín Catalá, sería una ferviente chavista que fue designada en algún cargo diplomático.
Tiene que haber alguien que escriba, pronto, Se llamaba Venezuela. Todo es una paradoja. Ahora se envían medicinas y se hacen colectas en el exterior destinadas a los presos de todo el país que deambulan por sus calles y caminos. A nombre del PCV y de otras iniciativas de la izquierda venezolana, el golpista Hugo Chávez se hizo del poder y convirtió al país, todo él, en Guasina.
Ahora, solo la oposición democrática, unida a pesar de las diferencias, pudiera tener alguna oportunidad de devolver Venezuela al mapa que le pertenece, sacándola fuera de esa isla horrenda y pútrida descrita por los amigos de Omar Pérez que allí estuvieron.
@sdelanuez
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