De nuevo parte de la oposición venezolana está ante un dilema político: Participar o no en las elecciones que ha convocado el régimen madurista. En un evento que se ha repetido hasta la náusea y, aunque parezca mentira, ha sido invariablemente exitoso en generar divisiones y enfrentamientos entre organizaciones y líderes democráticos. El desarrollo de esa otra trampa ya es harto conocido: El Consejo Nacional Electoral (CNE) convoca elecciones de cualquier tipo y, al rompe, hay un coro de opositores, desde dirigentes políticos hasta tuiteros influyentes, que deciden convocar a la abstención. Más allá de eso, se suben a un pedestal de superioridad moral y sabotean la participación y los intentos de montar una campaña a quienes plantean que por lo menos se examine la convocatoria, que se busquen las fisuras que el muro chavista debe tener y se intente, por lo menos, escalarlo.
Los argumentos suelen girar en torno a lo mismo: Esta es una dictadura, un régimen ilegal e ilegítimo, que viola la Constitución, hace trampas y, si hubiese una victoria opositora, la neutralizan y revierten utilizando el monopolio que ejercen de la fuerza y violencia del Estado, llámese Fiscalía, Guardia Nacional o FAES. Tienen razón quienes así piensan, porque es cierto que, desde que el chavismo llegó al poder, esa rebatiña ha ocurrido de manera continuada, ante los demócratas atónitos de todo el mundo, pero hasta aquí. Cierto que Jalisco cuando pierde arrebata, pero también está claro que ese arrebatón ha resultado fácil para el régimen porque no ha tenido enfrente una oposición política unida, organizada y movilizada, que por lo menos le aumente el costo a sus felonías.
Así, ante el atropello del régimen y sus llamados a elecciones, para muchos opositores, la respuesta política pasa por su sentido de la dignidad y rectitud personales. Y eso no está mal. Los venezolanos tenemos un ejemplo histórico cimero: Simón Bolívar. Ni siquiera en las peores circunstancias aceptó transigir en la valoración que tenía de la libertad e independencia de Venezuela (aunque eso hubiese sido lo políticamente conveniente) y actuó con un gran sentido de la dignidad republicana. Actuar de esa manera en el ejercicio de la política no se puede condenar. Lo verdaderamente condenable, y en eso también deberíamos estar todos de acuerdo, es que ese comportamiento ético conduzca a la inmovilidad política. Y en eso Bolívar estableció asimismo las pautas a seguir. Se indignaba y escribía encendidas proclamas contra el abuso español, pero también organizaba a sus partidarios, formaba ejércitos y se ponía al frente de ellos cuando tocaba, no en balde invadió Venezuela tres veces, y cuando murió, deliraba con una cuarta.
Las elecciones de gobernaciones y alcaldías convocadas por el régimen son una antesala de la siguiente, de la presidencial. ¿Tampoco vamos a participar?, ¿cuál es el plan alternativo?, ¿Maduro hasta el dos mil siempre? Aunque mucha gente no lo considera así, las cosas en Venezuela pueden y van a empeorar si nada hacemos. Una mayoría indignada sin objetivos realistas es tan útil como un carro sin volante, y termina estrellándose. A estas elecciones habría que darles una respuesta que vaya más allá de la usual, que obviamente no ha servido. Es verdad que con la participación se abren muchas dudas e incertidumbres, malas y buenas, en torno a los resultados. ¿Pero no es esa la esencia de cualquier elección? Donde no hay ni una duda es en torno a lo que habría de ocurrir si no participamos: Mayor fortalecimiento de la dictadura. Los argentinos tienen un dicho: Siempre que ocurrió igual, pasó lo mismo. Eso es válido también aquí, salvo que se haga algo novedoso e imaginativo vamos por el mismo resultado y a continuar en retirada.
Ojo, este proceso electoral también va a estar precedido de unas negociaciones con Nicolás Maduro. Ahí también hay un guion que se ha repetido. Se inician las conversaciones, se generan expectativas y, llegado el momento de formalizar los compromisos, le dan una patada a la mesa. Nuevos traumas, nuevas indignaciones, más desencanto, menos movilización y por tanto, menos opciones de retomar la ruta electoral. Se cansa uno, como decía Franklin Whaite.