Este texto fue escrito como prólogo al libro “La Creación de Mundos”*, del Arquitecto Eleodoro Ventocilla Cuadros.
“El conocimiento es el único tipo de riqueza que se multiplica cuando la regalas”, Peter Schwartz.
En la mitología griega, Casandra, la hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya, es pretendida por el dios Apolo, hijo de Zeus y Leto. En el Afán de conseguir los favores de Casandra, Apolo le otorga el don de predecir el futuro. Ella finalmente rechaza a Apolo y este se enfurece, pero como no podía revocar el poder que le había concedido, le añadió la maldición de que sus predicciones nunca serán creídas, ni siquiera por su familia. El regalo maldito de Apolo se tradujo en una fuente de infinita frustración y dolor para Casandra, ya que tanto su familia como por los troyanos la tildaban de desquiciada.
Eleodoro Ventocilla, a quién conozco personal y profesionalmente hace más años de los que quisiera admitir, intenta en este ambicioso libro darnos una visión personal y profundamente investigada, no de cómo predecir el futuro, sino de cómo las tendencias que se pueden identificar en el hoy y el ahora, pasadas por el tamiz de su vasta experiencia como consultor gerencial y organizacional, pudieran conformarse en lo que él, sin falsa modestia, llama construcción de mundos.
Eleodoro es arquitecto, antes que consultor, y es fácil identificar en este trabajo ese sesgo. Resiste la tentación de desviarse por mucho tiempo en los callejones de cada una de las tendencias, tecnologías o fuerzas que identifica, y se enfoca en mostrarnos como luciría el ensamblaje de esas piezas en el todo; nos muestra la catedral y sin distraernos con las piedras que la soportan.
Acercarse al futuro es una actividad riesgosa y Eleodoro lo sabe bien, y sus pasos son audaces pero mesurados. Su obra, meditada por mucho tiempo, fue terminada de escribir en el medio de la crisis mundial causada por la pandemia de la Covid-19, y es parte del contexto donde el autor subraya que lo inesperado, por predecible que sea, siempre es sorpresivo. Sin embargo, este libro no es un intento al futurismo, o al menos yo no lo leí así. Es más bien un intento por imaginar la construcción de ese futuro que emociona y angustia al autor al mismo tiempo.
Sus largos años de buscar método para analizar lo amorfo de las organizaciones le permite al autor aventurarse en un espacio donde la tecnología, lo social, lo económico y lo político interactúan en una sinfonía aparentemente caótica, permitiéndole al lector acucioso identificar el orden posible, y para el autor, deseable. Para ello el autor se adentra en un camino espinoso: la entropía (tendencia al desorden, aumento de entropía) y la neguentropía (la tendencia de los sistemas a reordenarse); temas arcanos pero que Eleodoro maneja sin atemorizarnos.
Como muchos de mi generación, Eleodoro creció en un mundo de posibilidades. Un mundo donde la ciencia y la tecnología permitían proyectar crecimientos virtuosos. Pero como no es de sorprender, el mundo ha resultado diferente. No hay duda, como bien describe Steven Pinker en su libro, “En defensa de la Ilustración” (2018), que como sociedad hemos tomado grandes zancadas en la construcción de bienestar para grandes porciones de la población mundial. Pero, al mismo tiempo, como era de esperarse, quedan grandes temas que solucionar y se han originado otros nuevos, quizás hasta más complejos.
Pero las visiones pesimistas es algo que no le interesa al autor. Apertrechado de un arsenal de las posibilidades que da el conocimiento que hoy tenemos, Eleodoro nos presenta su “blueprint” para esos mundos que le gustaría ver construidos. Otra vez lo condiciona su ADN de consultor y se decanta por un decálogo como la herramienta taxonómica con la que nos invita a explorar esos mundos que quiere recrear.
Lejos de ser predicciones, estos diez mundos que se esbozan nos invitan a cuestionar, no solo el punto de partida del análisis que los gesta, sino los rumbos alternos que un mundo empoderado con información y conocimiento pudiera tomar. Los mundos que se esbozan no son comportamientos estancos, interactúan entre ellos, y como si de piezas de LEGO® se tratara, permiten explorar múltiples variantes sin más restricciones que la imaginación del lector. Bien lo dice Eleodoro: “… a veces, cuando algunos tratan de ver o imaginar el futuro tiene sensaciones similares a las del vértigo que generan los abismos, mientras otros se exaltan ante la promesa de asombro que trae lo desconocido”.
Eleodoro no es un pesimista irredento, después de todo alguien que vive en Perú, donde se juntan las ruinas de imperios pasados con las aspiraciones presentes de una nación que vive arrullada por el Pacífico, no puede serlo. Pero tampoco cae víctima de una utopía ingenua. Su escritura revela que entiende muy bien que la ruta de tránsito hacia esos mundos que deben ser recreados está plagada de imponderables. El progreso no está garantizado, necesita de trabajo, de mujeres y hombres comprometidos con la idea misma de recrear nuevos mundos.
La tecnología, las fuerzas sociales y políticas, las discontinuidades que siempre están ahí -tanto los “cisnes negros” como los “rinocerontes grises” y como reaccionamos a ellos- van moldeando la historia por escribir. Este libro nos permite tener una panorámica de las fuerzas que hoy podemos identificar como variables motoras y como, al menos en opinión del autor estas pudieran determinar el camino hacia adelante. Hay un viejo dicho que proclama que: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Si bien no estoy necesariamente seguro de estar de acuerdo con eso, sí sé que cuanto uno mejor entienda a lo que se enfrenta, más rápido y probable será que llegue a una solución eficaz.
Carlota Pérez, economista dedicada al análisis de las revoluciones tecnológicas, piensa que la mejor globalización posible es una que incorpore a todos los países a la producción y el desarrollo con una distribución inteligente de las especializaciones. En este libro, Eleodoro va más allá de los simples procesos de producción y de la interconexión que nos ha traído la globalización, o viceversa. Nos propone cambios estructurales en la educación, la creación de conocimiento, y en general la manera como la especie humana interactúa con lo que se denomina la Cuarta Revolución Industrial.
En su trilogía de la Fundación, Isaac Asimov (1920-1992), quizás uno de los más conocidos autores de la llamada era dorada de la ciencia ficción, describe un imperio intergaláctico que está a punto de colapsar. La premisa de las historias es que el matemático Hari Seldon pasa su vida desarrollando una teoría de la psicohistoria, una sociología matemática nueva y efectiva, que, usando leyes estadísticas de alcance masivo, puede predecir el futuro de grandes poblaciones y por lo tanto puede diseñar intervenciones que modifiquen ligeramente la historia, aunque no cambiarla. Seldon, pronostica el colapso del imperio y diseña intervenciones que limiten su duración y aceleren su recobro. Una característica clave de la teoría de Seldon es una suerte de principio de incertidumbre: si una población adquiere conocimiento de la predicción sobre su comportamiento, sus acciones colectivas autoconscientes se vuelven impredecibles. Como consecuencia, las predicciones deben ser mantenidas en secreto.
Eleodoro, a diferencia de Hari Seldon, piensa que saber más es mejor que saber menos, aunque eso conduzca a un camino menos predecible pero quizás más interesante de transitar. Este es un libro fácil de leer, pero no por ello falto de rigor. Nos motiva a querer saber más de esos mundos que construirán y habitarán nuestros hijos y nietos. Yo, por mi parte, soy un tecno-optimista, pero entiendo que las extrapolaciones en línea recta son engañosas y en última instancia erradas.
Pero, así como hay fuerzas motoras que impulsan los cambios que Eleodoro esboza, así mismo nos invita a identificar las fuerzas inerciales y reacciones del sistema inmunológico social que hay que considerar: la inequidad, la asimetría de la distribución del conocimiento, las propias pasiones del ser humano que lo conducen a comportamientos en detrimento de su propio bienestar.
Pero volvamos al principio. Este libro no es un libro de profecías a lo Nostradamus, el médico y adivino francés del siglo XVI. Es más bien una oferta propositiva de cómo lo que hoy conocemos y sabemos puede marcar pauta hacia la construcción de nuevos mundos, ya no de ficción, sino de una realidad posible.
Como escribe el desaparecido Hans Rosling en su obra póstuma: “Factfulness”:
“La gente a menudo me llama optimista, porque les muestro el enorme progreso que no conocían. Eso me enoja. No soy un optimista. Eso me hace parecer ingenuo. Soy un ‘posibilista’ muy serio. Eso es algo que inventé. Significa alguien que no se llena de esperanza sin razón ni teme sin razón, alguien que constantemente se resiste a una cosmovisión dramática. Como posibilista, veo todo este progreso y me llena de convicción y esperanza de que es posible seguir avanzando. Esto no es ser optimista. Es tener una idea clara y razonable de cómo son las cosas. Es tener una cosmovisión constructiva y útil”.
(*) La Creación de Mundos. Por Eleodoro Ventocilla Cuadros. Enero 2021.
*Non-resident fellow at the Baker Institute Center for Energy Studies.