Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible
y, de repente, estarás haciendo lo imposible
Francisco de Asís
Porque estas líneas pueden causar la impresión de que fueron escritas con una gran carga de emotividad, debo decir con absoluta claridad que sí, que han sido escritas con gran preocupación. Preocupación por la conducta del liderazgo del país, tanto en el ámbito político como en el de las organizaciones de la sociedad civil.
La situación del país es hoy muy grave y cada vez peor. No es exagerado decir que desde hace largo tiempo vamos de peor en peor. Basta considerar los puntos siguientes para percatarse que la afirmación vamos “de peor en peor” no es meramente retórica, se fundamenta en hechos que están a la vista de todos. Por supuesto, los graves problemas que padecemos no han sido causados por el liderazgo opositor o la sociedad civil, pero enmarcan su actuación, la condicionan y exigen la mayor atención de parte de todos para una acción efectiva.
Comencemos por señalar la creciente emigración de, al menos, seis millones de venezolanos, gran parte de ellos por razones de hambre. Recientemente hemos visto, con estupor y vergüenza, grupos de venezolanos cruzando el Río Bravo para llegar a Estados Unidos. La diáspora es una verdadera vergüenza para un país que, por muchos años, ofreció a inmigrantes oportunidades para vivir mucho mejor que en sus países de origen.
La pérdida de parte significativa del territorio nacional controlado por guerrillas y organizaciones del narcotráfico, control que las Fuerzas Armadas venezolanas no han podido impedir. Se habla de ocho oficiales venezolanos que están secuestrados por la guerrilla colombiana.
La incapacidad del Estado para atender con eficacia la crisis de la pandemia. El número de enfermos y fallecidos por causa de la Covid-19 crece día tras día. Ante este hecho no se ha logrado concertar una acción efectiva para lograr la vacunación masiva de la población.
La debacle económica que ha empobrecido a muchos, en especial a quienes menos tienen, y que ha demostrado la incompetencia de quienes la dirigen para facilitar el intercambio comercial y la disponibilidad de combustible en un país que tuvo una de las empresas petroleras más grandes del mundo. Hoy Venezuela aparece en las estadísticas mundiales en los últimos lugares en cuanto a los niveles de ingreso por habitante.
Sobran las razones para calificar al Estado venezolano como Estado fallido.
La reforma de la estructura del Estado, por parte de una Asamblea Nacional no reconocida como legítima por gran parte de los ciudadanos, para establecer el llamado Estado Comunal, con el obvio propósito de concentrar el poder en manos de quienes lo detentan desde hace más de veinte años.
Lo que preocupa e irrita es que, con todo lo que estamos padeciendo, quienes pretenden liderar la acción política y las organizaciones de la sociedad civil no hayan podido converger en una actuación que genere un cambio significativo, aunque sea modesto, que beneficie a la sociedad venezolana, especialmente a los sectores más necesitados. En este sentido, es verdaderamente lamentable que, cuando muchos países han avanzado con la vacunación de la población, no se haya logrado aquí ningún avance real. Es inexplicable que para enfrentar la pandemia solo hayamos visto expresiones aisladas de algunos políticos o representantes de organizaciones privadas, pero nunca una declaración conjunta que exprese con fuerza una exigencia contundente para atender un asunto que tiene la más alta prioridad y exige acciones urgentes. Algo tan concreto y muy significativo no se ha logrado: Una gran rueda de prensa en la que participen el liderazgo político opositor con representantes de organizaciones de la sociedad civil -iglesias, gremios empresariales y laborales, academias, universidades, defensores de derechos humanos, entre otras- para exigir que se cumpla con la Constitución y las leyes fundamentales de la República. Una exigencia impostergable es, hoy por hoy, la vacunación masiva de la población.
Es incompresible que el liderazgo no reconozca, y actúe en consecuencia, que, cada vez más, se ve afectada su credibilidad por parte de buena parte de los ciudadanos. Sin credibilidad las propuestas del liderazgo no pasan de ser, en el mejor de los casos, una fantasía, un hermoso sueño que, al despertar, se transforma en una frustración cada vez más dolorosa y de esta manera lo que se está cultivando es el pesimismo, la desesperanza, y, en consecuencia, la resignación. La resignación de los ciudadanos constituye, junto con el control de la fuerza de las armas y el fraccionamiento de la oposición, tres poderosos puntos de apoyo para quienes detentan el poder.
Es fundamental que el liderazgo en cualquier ámbito esté consciente de que la base de la confianza es la credibilidad y esta surge de la percepción de la coherencia entre lo que se dice y se practica, y la consistencia que es la permanencia de la coherencia en el tiempo. Decir y contradecirse en la palabra y entre la palabra y la conducta carcome la fuerza del liderazgo. Ello no significa, en modo alguno, que el cambio de rumbo no es aceptable. Al contrario, la disposición para reconocer errores y la oportuna rectificación constituye una innegable virtud en cualquier gestión especialmente al ejercerse el liderazgo. Al no hacerse de manera clara y pública el reconocimiento de errores y la rectificación, hay quienes atribuyen razones perversas al cambio de rumbo.
Ante las contradicciones que se observan, pareciera que quienes fungen de líderes están tratando de actuar apostando a que en uno de tantos intentos la suerte juegue a favor y se dé en el blanco. Se ha llegado a decir que hay que hacer algo, que lo peor es quedarse inmóvil. Esta manera de pensar conduce al desgaste y a la profundización de la crisis por la acumulación de errores.
Sea cual fuere la estrategia que se trace para enfrentar el desastre nacional, condición necesaria para alcanzar el objetivo de un cambio efectivo en la conducción del Estado es la capacidad para convocar a buena parte del país para integrar acciones que converjan hacia un objetivo compartido, por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso requiere, ante todo, escuchar a la gente y demostrar con hechos las intenciones. Sólo de esta manera se podrá corregir la frágil credibilidad del liderazgo, que agrava la crisis nacional.
Por su parte, los liderados o seguidores tenemos la responsabilidad de contribuir a que el liderazgo mejore su desempeño. Para ello, es fundamental hablar claro y exigir con respeto explicaciones, conducta que sí es posible si nos respetamos a nosotros mismos. Debemos evitar caer en la trampa barata que muchas veces se arma con la recomendación de que no hay que darle armas al enemigo o con la pregunta: ¿Eres parte de la solución o del problema?
Si líderes y seguidores logran buena comunicación el futuro del país puede llegar a ser, más pronto que tarde, realmente promisor. Se trata de actuar mucho más que declarar, por muy bien armados que estén los discursos o análisis.
Obras son amores y no buenas razones.