La designación de un nuevo CNE por la Asamblea Nacional chavista ha provocado dos tipos de reacciones. Para unos se trata de una nueva trampa de la dictadura con el objeto de pescar incautos, mientras otros consideran que se ha abierto, por fin, el portón para el retorno de la soberanía popular desparecida desde tiempos casi inmemoriales. Ambas reacciones son excesivamente simples porque los ardides dejan de funcionar cuando las presas desarrollan la maña para evitarlos, y porque el regreso de los fueros republicanos no se logra por una decisión superior sino a través de movimientos concretos que permitan su restauración. Partiendo de tales matices se puede llegar a una comprensión aceptable de lo que tenemos entre manos con una novedad que no lo parece tanto, pero que se puede profundizar gradualmente debido a los empeños de la política a la cual se ofrece ocasión inesperada en el centro de la escena.
Para rechazar la oferta del Consejo Nacional Electoral (CNE) recién parteado por el régimen se alude a asuntos principistas, como si fueran una brújula estática del destino de los venezolanos, pero una interpretación tan superficial, o tan excesivamente cuadriculada de los hechos políticos, solo conduce a una inmovilidad estéril. Es cierto que los valores republicanos y los pilares del republicanismo se han establecido desde la antigüedad y forman parte esencial de la andadura de la nación desde su nacimiento, pero tal interpretación soslaya un asunto medular: Se trata de conceptos de hechura temporal. ¿Por qué? Debido a que, necesariamente, son fenómenos sometidos a las necesidades de cada época y a lo que se pueda hacer por ellos para que no desaparezcan si han sido arrinconados por sectores poderosos en un tiempo determinado. El empeño de esperar a que brillen en toda su plenitud para hacer política a gusto, para moverse siguiendo una partitura que debe sonar como la original, es una pretensión infantil. O, mucho peor, la confesión de que los políticos solo sirven para hacer la política de catecismo que aprendieron en los inicios de su formación. Si los sacan del amado manual de sus rudimentos, de su devocionario de formulas inamovibles, de sus poses ceremoniales, se quedan en un reclamo de fundamentos edénicos después de que en la tierra destruyeran el Edén.
Porque le conviene o por lo que fuere, -tal vez por todo lo que no guarde nexos con el republicanismo propiamente dicho-, la dictadura abrió un postigo para que entren aires electorales. La mayor necedad consistiría en afirmar que no haremos nada hasta que no explaye de par en par la mirilla para pelear a gusto por el oxígeno que merecemos. Lo realmente absurdo sería exigir, en pleno apogeo de una dictadura, que desde la oposición se hagan los planos de la apertura para que hablemos primero y votemos después. La política parte de lo que hay, esto es, para ver qué se puede hacer desde el precario comienzo buscando provecho en la parcela de las utilidades. La política puede hacer de la necesidad virtud, es decir, moverse precisamente ahora en lo único que deben trabajar los políticos de oposición si entienden que los invitan a una insólita jornada que puede desembocar en desafío exitoso, o en testimonio de lo sobresalientes que son en el oficio que escogieron para brillar en sociedad. Les conceden dos puestos en el organismo electoral y una compañía chavista que no tiene mala cara, solo eso conceden, pero la mayor de las estupideces consistiría en salirse del reto sin considerar que se trata del primer peldaño de una escalera empinada y trabajosa para cuyo ascenso deben presionar a costa de empeños y propuestas que pueden llegar a aceptable desembocadura con la compañía del pueblo. Al remiendo de entuertos como la restitución de los derechos y los emblemas de los partidos políticos, la limpieza del Registro Electoral y la observación internacional de las votaciones, por ejemplo, en torno a cuya pureza se deben emplear a fondo en medio de la estrechez que los rodea.
Quizá el pueblo ya esté harto de la pasividad, de esa inercia multiplicada por la parálisis de una supuesta jefatura que ni siquiera se ha atrevido a renovar los contenidos de su discurso, ni a proponer movimientos que involucren a las mayorías en uno de los peores momentos de su desgracia. Es cierto que, debido a la cacofonía de los líderes, puedan pensar los destinatarios de la monserga que todo depende de los principios y nada o poco de la acción, o también sentir que es mejor regodearse en la letra dorada de unos preceptos sacrosantos que cobrarán vida por arte de magia, ya que el ingenio de la dirigencia no parece capaz de efectuar ese tipo de resurrecciones; pero, sin duda, existe la posibilidad de aprovechar el camino distinto que ofrece una opresión curiosamente condescendiente.
No es cierto que el mandado ya esté hecho, como algunos alucinados han sentido después del nombramiento de los nuevos rectores del CNE, pero se abre el sendero para un juego de talentos y para una demostración de habilidades que no son habituales entre nosotros, debido a que solo vienen en el equipaje de los políticospura sangre a quienes necesitamos con urgencia, y que deben salir, si pueden o se atreven, de una cómoda e inútil hibernación.