En la aldea
21 diciembre 2024

Alexis Márquez Rodríguez (1931-2015), (Foto: Andreína Mujica).

Alexis Márquez Rodríguez, siempre maestro

Enseñar fue su pasión, desde las aulas de varias escuelas primarias, en los salones del Liceo Andrés Bello, en el Instituto Pedagógico de Caracas, en la UCV, con sus exitosas columnas “Con la lengua”, gracias a sus libros y desde 2005, frente a los micrófonos de Onda, emisora del Circuito Unión Radio, donde, decía emocionado, tenía el salón de clases más grande que había conseguido. Alexis Márquez Rodríguez, un caballero en su porte, su andar y su verbo. “¡A escribir se aprende leyendo, y escribiendo!” Contestaba cada vez que alguien le preguntaba si había una fórmula para convertirse en escritor.

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Mari Montes | 13 abril 2021

Atravesaba la puerta: “¡Buenos días tengan vuestras mercedes!”, y caminaba por el pasillo entre las mesitas con las ya vetustas máquinas de escribir, hasta sentarse en su escritorio, que estaba en una pequeña tarima desde donde nos veía a todos. Elegante, muchas veces con guayaberas de lino, blancas, beige, azul o verde pastel. Usaba un maletín de cuero donde llevaba de vuelta nuestros escritos, con observaciones y marcas que hacía con bolígrafo rojo. Más adelante compartía un texto que le había parecido el mejor, y otro que era no tan correcto. Destacaba las virtudes de uno, y aprovechaba los errores del otro para corregir y despejar dudas, para enseñar. Sometía las dos “prácticas”, como le llamábamos a esos ejercicios, a la opinión de todos en el salón, escuchaba los aportes, invitaba a dar una calificación y luego hablaba él, para poner la nota definitiva. Siempre respetuoso para señalar lo que debía enmendarse, con las palabras adecuadas, exigente y flexible. Era el Taller de Redacción de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, donde por 30 años estuvo enseñando a escribir mejor, orientando lecturas y transmitiendo valores a los centenares de privilegiados alumnos que tuvo.

Así era Gregorio Alexis Márquez Rodríguez, nacido el 12 de abril de 1931 en Sabaneta de Barinas, estudió derecho en la UCV, pero solo ejerció 10 años la abogacía, en cambio nunca dejó de ser maestro de escuela, oficio que desempeñó hasta el final de sus días.

Habría cumplido 90 años de edad, una vida para celebrar, uno de los mejores venezolanos nacidos en el siglo XX.

“Hacen falta sus sabias reflexiones en estos días, la nitidez de sus análisis, la valentía de sus opiniones”

Enseñar fue su pasión, desde las aulas de varias escuelas primarias, en los salones del Liceo Andrés Bello, en el Instituto Pedagógico de Caracas, en la Universidad Central de Venezuela (UCV), con sus exitosas columnas “Con la lengua”, gracias a sus libros y desde 2005, frente a los micrófonos de Onda, emisora del Circuito Unión Radio, donde, decía emocionado, tenía el salón de clases más grande que había conseguido. Amaba la interacción con la audiencia, más rápido que lo que “El Profe” imaginó, se convirtió en alguien entrañable que era reconocido, ahora por su voz. Cuando terminó de transmitirse el espacio “Con la lengua” en Onda, por decisión de la gerencia, la periodista María Elena Lavaud lo invitó a llevarse el formato a Globovisión, y ahí estuvo un tiempo, deleitando a los televidentes, extendiendo su misión de docente. Fue también Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, institución que llegó a presidir.

El formato del espacio en la radio surgió como una necesidad mía. La verdad es que prácticamente a diario surgía un tema relacionado con alguna palabra o expresión, que ameritaba consultarlo y, un buen día, ideamos que comenzara a asistir los miércoles para conversar por media hora. A las pocas semanas, el espacio debió extenderse, de lunes a viernes, a las 11:30 de la mañana. A esa hora comenzaba un paseo delicioso, de su mano, por el idioma castellano, como le gustaba decir.

“A veces siento el impulso de querer escribirle y entonces consulto sus escritos” (Foto: Andreína Mujica).

Los lunes lo dedicaba a recomendarnos un libro. Comenzaba leyendo un párrafo, no contaba mucho más, pero entre esa lectura, y los datos que aportaba sobre el autor y el momento en que fue escrito, nos dejaba con ganas de más y así nos guiaba, invitándonos a leer. Era su manera de seducirnos hacia la lectura. “¡A escribir se aprende leyendo, y escribiendo!” Contestaba cada vez que alguien le preguntaba si había una fórmula para convertirse en escritor. Los martes era una cátedra de gramática. Desde el uso de los signos de puntuación hasta recursos literarios que explicaba con ejemplos, como desde un pizarrón imaginario. Aquella media hora nunca fue suficiente. Los miércoles estaba en vivo, así que se dedicaba a responder cada duda en los oyentes que le preguntan sobre cualquier cosa, muchas veces preguntas repetidas. Nunca perdió la paciencia del maestro de escuela, así que igual disfrutaba respondiendo lo mismo y en no pocas ocasiones escribía un artículo, otro. Los jueves los bautizamos “Para que no queden dudas”. Era grabado, y la idea era terminar de dar respuestas a todas las incógnitas que habían quedado el miércoles, ese día se grababa toda la semana. El viernes lo dedicaba al origen de los nombres o los apellidos. Era divino, además de la explicación, recordaba a los personajes, reales o de ficción, que se llamaban así, en el cine, en la literatura, en la historia universal y en la historia de Venezuela. Ir con Alexis Márquez era un paseo por las letras, una aventura, con él portando una inmensa linterna que iluminaba todo.

No pasa un día de mi vida que no se aparezca y que no lo necesite.

A veces siento el impulso de querer escribirle y entonces consulto sus escritos. Conservo algunos de los guiones que usábamos para hacer ese espacio radial. Tenía la cortesía de enviármelos para que estuviese preparada para nuestra conversación, así como los artículos que publicaba en Últimas Noticias y en el diario Tal Cual, donde expresaba sus opiniones políticas.  Fijar posición era un compromiso para él, lo hacía sin temor.

“Ir con Alexis Márquez era un paseo por las letras, una aventura, con él portando una inmensa linterna que iluminaba todo”

Escogía una palabra o una expresión, de acuerdo con el momento y así se manifestaba.

De esos textos rescaté unas líneas de uno que tiene varias virtudes. Sigue vigente, y además nos recuerda que el desastre y el festín de corrupción comenzó con Hugo Chávez, y que el tirano siempre ha contado con secuaces en la mesa. Por alguna razón fue el primer artículo que me facilitó el duende que habita en los correos que me enviaba:

“Complicidad y encubrimiento” (Tal Cual, 7 de octubre de 2005):

“Es muy difícil creer que alguien con un mínimo de racionalidad, no sepa lo que está ocurriendo en este país. Tampoco es creíble que el Presidente de la República ignore las barbaridades que hacen, en sus propias narices, muchos de sus colaboradores más cercanos. Por supuesto que él ignora algunas cosas que hacen a sus espaldas, en niveles más o menos lejanos y en posiciones más o menos insignificantes de la administración. Las ignora, claro está, hasta cierto momento, cuando se hacen públicas. Y entonces le toca tomar medidas,  u ordenar que se tomen, para que corrijan los exabruptos, si es que son corregibles. Y aun cuando diga u ordene algo, no siempre le hacen caso, y aquellas barbaridades quedan impunes. Que es lo que me lleva a decir que en Venezuela existe la paradoja de tener un gobierno autoritario, sin autoridad.

Hay, sin embargo, comportamientos de tan grueso calibre que es imposible que el Presidente, ni nadie, los ignore. Por ejemplo, los actos ostentosos de corrupción, que saltan a la vista del más desnortado. Y entonces es inevitable pensar que se los tolera como una manera de ganar, mantener o fortalecer adhesiones más o menos incondicionales.

Lo de la violación constante y sistemática de la Constitución y las leyes es otra cosa, porque el primero y más entusiasta en hacerlo es el propio Presidente, sin el más mínimo esfuerzo siquiera por disimularlo. De modo que nadie puede alegar ignorancia de las mismas.

(…) No obstante, lo asombroso es que mucha gente que creyó en Chávez y que no ignoran el caos en que el país ha caído por su desastroso gobierno sigan respaldándolo, como si todo fuese como creyeron que iba a ser. Abogados, jueces, legisladores, periodistas, profesionales e intelectuales de diversas áreas, algunos muy destacados y otrora muy prestigiosos, pretenden o aparentan seguir creyéndolo, al parecer sin darse cuenta de que lo que hacen es practicar la más lamentable complicidad, aunque sea por omisión, o, en el mejor de los casos, el encubrimiento, tan abominable como aquel”.

Hacen falta sus sabias reflexiones en estos días, la nitidez de sus análisis, la valentía de sus opiniones. Nos dejó sus libros y montones de lecciones, para que no queden dudas, como si siempre fuese jueves.

De su pueblo natal, lo digo para cerrar como si lo estuviese escuchando, dejó dicho muchas veces: “¡Sabaneta no tiene la culpa!”.

*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Mari Montes, al editor de La Gran Aldea.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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