En la aldea
26 diciembre 2024

Renny Ottolina (1928-1978).

🎥 Renny Ottolina cumple 43 años en la muerte

De voz cautivante, tono cálido y cercano Renny Ottolina fue referente de varias generaciones de presentadores, bailarines, artistas. Con un nacionalismo genuino, se convirtió en el animador más reconocido y un productor de enorme olfato y audacia. “El Show de Renny” sigue siendo hoy ejemplo de televisión bien hecha. De presentador a político, para disputar la presidencia de la República en las elecciones de 1978. Un trágico accidente, en marzo de ese mismo año, truncó los sueños de un venezolano exitoso que quizá pudo haber llegado a Miraflores.

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Milagros Socorro | 16 marzo 2021

El 16 de marzo de 1978 el país se paralizó. Había muerto Renny Ottolina, una de las figuras más conocidas y con mayor presencia en los medios de comunicación, exposición aumentada por el hecho de que el ubicuo presentador había devenido candidato a la Presidencia de la República para las elecciones que se celebrarían en diciembre de ese año.

El deceso del locutor de la voz lujosa se produjo al estrellarse la avioneta Cessna 310 donde viajaba hacia Porlamar para asistir a una reunión de empresarios, en lides proselitistas. Con el abanderado del MIN (Movimiento de Integridad Nacional), partido político fundado por él un año antes, murieron su jefe de campaña y otros colaboradores. El hecho adquirió más dramatismo en los días siguientes, puesto que las labores de rescate se prolongaron por una semana en la que el país se debatió entre una débil esperanza y el temor de que la nave hubiera ido a dar al fondo del mar. Una vez localizados los restos, en las inmediaciones del Pico Naiguatá, el episodio cobró visos de horror al difundirse ciertas fotografías donde podía verse los destrozos que el siniestro había producido en los cuerpos de los infortunados pasajeros.

La noticia produjo estupor y pesar, no porque Ottolina contara con un apoyo que le permitiera atisbar siquiera un triunfo en las elecciones (también es cierto que aún faltaban varios meses y quién sabe…), sino porque las audiencias estaban muy acostumbradas a su imagen y particular estilo de presentador. Uno que no solo tomaba el micrófono para hablar, sino incluso para cantar y, bueno, para lanzarse unas arengas, siempre con tono de caballero refinadísimo, en las que soltaba una especie de sabiduría de taxista («aquí debe privar la meritocracia y no la partidocracia»), una miscelánea de antipolítica, lugares comunes, bolivarianismo amelcochado («Bolívar no hay sino uno, la moneda debería llamarse peso») y, en suma, ciencia de esquina y no pocos galimatías.

Al dar ese volantazo, de presentador de televisión a político, ya Ottolina era un hombre rico. No solo por los fabulosos ingresos como productor y locutor en anuncios de productos (se decía que ganaba tanta plata que él mismo era una empresa dentro de otra empresa, esto es, de Radio Caracas Televisión, cuyos dividendos llegaba a superar), sino que se había diversificado y tenía inversiones en diferentes negocios, principalmente el hotelero, con propiedades dentro y fuera de Venezuela.

En 1978, cuando murió, tenía un cuarto de siglo en la pantalla chica. Se había iniciado en 1953, como actor. Y ya en 1954 estaba al frente de un espacio tipo magazín, de dos horas diarias. En 1958, con el país enrumbado a una flamante democracia, Renny Ottolina ya era el animador más reconocido y un productor de enorme olfato y audacia. El año del despegue rumbo al exilio de la Vaca Sagrada es el del inicio de El Show de Renny, transmitido al mediodía, de lunes a viernes, y los domingos a las 9 de la noche, pasarela por donde desfilaron los famosos del mundo y echaron a andar sólidas carreras de cantantes y modelos del patio.

Renaldo José Ottolina Pinto había nacido el 11 de diciembre de 1928, en Valencia. En 1945, cuando tenía 17 años, se inició en la radio. Muy concretamente, en Radio Caracas. «La llegada de Renny a los medios», dice su biógrafo, Carlos Alarico Gómez, «coincidió con la invención del magnetófono, el cual constituyó un hecho realmente trascendente para la producción y para el archivo de la información radiodifundida. Todo mejoró: se perfeccionaron los efectos de sonido, fue posible grabar y rectificar, así como añadir fondos musicales, separando voces y, sobre todo, se podían editar programas completos y transmitirlos en diferido».

Según consigna Carlos Alarico Gómez, El Show de Renny cautivó a los televidentes desde el primer día. Sus excepcionales condiciones, su perfeccionismo, su natural orientación hacia lo nuevo y hacia lo bien hecho, lo convirtieron en la principal personalidad de la televisión venezolana y el máximo vendedor de cualquier producto que anunciara. «Su estrategia en torno a la publicidad se concentraba en efectuar una demostración convincente del producto, oferta veraz y promoción directa, utilizando elementos emotivos para reforzar el mensaje, muchas veces basado en fino y coherente sentido del humor», explica Gómez.

Ottolina convertía cualquier producto en objeto prodigioso. El humilde jabón Las Llaves, por ejemplo, en su performance era casi una reliquia digna de ser atesorada en el Museo de Arte Nacional.

«Jabón las Llaves», decía con las maneras de quien alude a una cartera de Hermès, «que lo que más me gusta, siempre me ha gustado, es lo tradicionalmente venezolano que es: huele a Venezuela, huele al interior del país. Huele a limpio, pero una limpieza de río, una limpieza de baño con el piso de cemento y con una gran regadera abierta con clavos; y sale un gran chorro de agua. Y no hay agua caliente porque no hace falta: es agua fresca. El jabón Las Llaves… yo le tengo especial afecto porque para mí es… no sé… es ese olor indescriptible de la Venezuela limpia de toda la vida y de la Venezuela tradicional, repito, del baño de piso de cemento que tanto hay en el interior de la República, que es tan nuestro».

Tan formidable era su impacto como figura pública que en sus tiempos no tenía ni siquiera que hablar o aparecer. Bastaba un silbido, aquel chiflido melodioso, juguetón, diáfano, como el canto de los pájaros que iban a la ventana de Blanca Nieves, para que se sintiera la comparecencia del león de la selva de la televisión.

No tenía ni 50 años ese día en que el infortunio lo hizo precipitar a los suelos de Tanaguarena.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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