Recibo una carta de LuisRa Bergolla que me llena de una alegría que creía olvidada y marchita. Me cuenta que están por realizar pronto un recorrido “presencial y virtual” desde Catia hasta Petare, para revalorar la peatonalidad y los espacios públicos en Caracas.
La asociación civil Collectivox viene impulsando un programa permanente de recorridos por Caracas para estimular la relación entre la urbe y sus ciudadanos. En cinco años han realizado cientos de recorridos peatonales sumando miles de participantes, comprobando que Caracas puede ser caminable, placentera y segura de oeste a este. Ahora han organizado nueve caminatas desde Catia hasta Petare a través de una sucesión de plazas, parques, bulevares.
Al leer el programa de esta aventura, decía que se despertó en todo mi ser una voluptuosa y bella durmiente, la Caracas que todos llevamos dentro a donde quiera que vayamos y por cuánto dure nuestra ausencia. Retomé viejas anotaciones, fragmentos de ensayos, ideas que daba por perdidas, y he escrito un texto que espero ayude a una causa tan sencilla, tan maravillosa, tan lógica.
Una de las razones menos poéticas para caminar, y quizás de las más egoístas, es ese asunto de la salud cardiovascular. Decir con resignación: “Camino por recomendación del médico”, no parece el comienzo de una jornada de búsquedas y hallazgos.
Y, sin embargo, la imagen de un sistema cardiovascular puede resultarnos esclarecedora al intentar explicar los beneficios de caminar por las calles y avenidas, los parques y los bulevares de una ciudad. Decir, por ejemplo, que los carros son el colesterol y los caminantes los glóbulos rojos y blancos nos ayuda a comprender y promover una función vital para la vida de una ciudad sana, grata y, creo que podemos añadir, más culta. Quién sabe en qué medida al caminar por la ciudad la estamos oxigenando, dándole vida y evitándole infecciones y afecciones. Sabemos cuán peligrosa y triste es una calle solitaria.
Desde esta perspectiva fisiológica se hace más evidente una situación injusta y malsana, tan absurda como evitable. Al examinar los sistemas circulatorios de nuestra ciudad vemos que más del 80% de la circulación es peatonal y en transporte público, mientras menos de un 20% utiliza lo que llamamos “carros privados”.
Y, sin embargo, estos vehículos privados ocupan un 90% de las vías. El porcentaje es aún mayor en nuestra psiquis, al punto que creemos, como si fuera una verdad eterna y sagrada, que las calles son espacios privados de los carros privados. Esta injusticia, sembrada en nuestro inconsciente, nos impide pensar en una ciudad donde los carros serían la excepción mientras que los árboles, los caminantes, los niños jugando y las madres conversando, pasarían a ser los dueños y señores. Mientras más ridícula, estrafalaria, utópica y socialista nos parece esta ecuación, más sumidos estaremos en una trampa de la que no podremos salir al asumir como una religión el oficio de automovilista.
El problema no es que el carro gobierna en la ciudad, el problema es que la ciudad está siendo diseñada en función del carro, nuestra referencia de la relación entre el espacio y el tiempo. Para decir cuál es la distancia entre dos puntos, decimos: “Unos quince minutos en carro”.
Por esta profunda distorsión, Francisco Vera Izquierdo definía al peatón como “aquel que encontró donde parar su automóvil”.
La palabra peatón tiene una combinación de sílabas, “pea” y “ton”, que a nada bueno invita. En el otro extremo está la palabra francesa “flâneur” de Baudelaire. Un amigo se burlaba de mi pasión por esa palabra pretenciosa y me decía:
-Para ti, caminar siempre será un buen flan.
Baudelaire se tomaba en serio lo de ser un “flâneur” y llegó a proclamar, quizás a viva voz: “Yo soy el único espectador de esta calle. Si dejara de verla, la calle se moriría”. Alguna vez, en un fugaz instante, he llegado a tener esa angustia tan dichosa como desconcertante.
El término flâneur podemos traducirlo como “paseante”, aquel que navega por las calles sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las impresiones y exploraciones que le salen al paso, lejos del hogar y sintiéndonos en casa en cualquier parte.
El escenario que la ciudad propone al paseante no es solo de calles y edificios, existe también una secuencia de eventos e incidentes. Avanza con apariencia imperturbable por una arquitectura y al mismo tiempo por un teatro, pues la trama del espacio está unida a la trama del tiempo por el ritmo de sus pasos. Así como existe una ciudad geográfica de lugares, fachadas, niveles, colinas al fondo, nubes y hasta lluvia, al mismo tiempo nos aguarda una ciudad histórica de memorias y anticipaciones. Si tenemos la dicha de caminar por nuestra ciudad surgen también los recuerdos infantiles, las promesas de juventud, las diferidas resoluciones del adulto. El arquitecto Louis Kahn decía que la ciudad ideal es aquella donde un niño puede saber, caminando por ella, que querrá ser cuando sea grande.
El buen caminante acepta y entiende, con digna humildad, que su condición epicéntrica, observante, es tan circunstancial como efímera, y sabe guardar el secreto de haber sido, alguna vez, un rey vestido que paseaba rodeado de una corte desnuda.
Es un buen augurio que la dirección de la caminata propuesta en este paseo (¿expedición, odisea, reencuentro con la ciudad, redescubrimiento de nuestra memoria?) sea de Catia a Petare, así podemos caminar hacia el este, con el sol en la espalda y no tenerlo de frente a partir de las dos de la tarde. Es más grato observar los pasos de nuestra sombra que encandilarnos con su ausencia.
Además estamos caminando en la dirección que Caracas ha crecido. La historia de nuestra ciudad es una conquista del Este, similar a la conquista del Oeste que hicieron famosa las películas de vaqueros. Imagino que por la cercanía con el camino hacia el mar, la ciudad nació al oeste del valle y fue creciendo hacia el este, donde los que llegaron primero y con más medios se apoderaron de los mejores terrenos.
¿Cuál es la importancia, la necesidad y las posibilidades (insisto en esta dualidad) de este eje que cruza la ciudad desde la plaza de Catia hasta la plaza Sucre en Petare?
Para reconquistar los espacios públicos de nuestra ciudad necesitamos una idea congregante, un sistema comprensible, una trama legible, una estructura visible y lógica. William Niño Araque proponía añadir a esta lista:
… un conquistador que la descubra, un descubridor que la seduzca, un seductor que la enamore, una pasión que recupere sus heridas y nos la torne pulcra, sagrada, hermosa, transitable, virginal y posible, hecha de arquitectura.
Este llamado es a todos los caraqueños
Pensemos en un cuerpo con una columna vertebral que será la imagen de ese gran eje; si logramos tenerlo en la mente y en el alma esa visión, al caminar por el bulevar de Catia o por el Parque Vargas o por el Parque Los Caobos o por el Bulevar de Sabana Grande o por la Avenida Francisco de Miranda, sentiremos que estamos caminando por la totalidad de la ciudad. El tramo recorrido no será un hecho aislado, sino parte de un recorrido posible que siempre nos estará aguardando, invitándonos a seguir, a continuar incansablemente.
Cuando se planifica una autopista entre dos ciudades se superponen planos que estudian diferentes variantes: La topografía, los puntos importantes a lo largo de la ruta, los escenarios, la ecología, los terrenos disponibles. Este eje de Catia a Petaré surge de un proceso parecido. Buena parte ya existe y avanza por la cota más amable a lo largo de un valle con pendientes. Tenemos la fortuna, la herencia, de que el eje propuesto puede unificar grandes logros urbanos: Bulevares, paradas de Metro, edificaciones culturales, parques, tesoros urbanos que se van a fortalecer al formar parte de una magna secuencia. De este gran eje surgirán otros ejes norte-sur, y también rutas alternativas, atajos, descubrimientos, esa vía enigmática que Boris Vian llamaba “el atajo más largo”.
Quienes van a inaugurar esta ruta oficialmente, no solo tienen la posibilidad de disfrutarla, también pueden aportar ideas, propuestas, compartir sus hallazgos y puntos de vista. No serán solo paseantes contemplativos, lo cual ya es un gran privilegio. Serán también activos ciudadanos reafirmando el derecho de Caracas a ser, a existir con plenitud y orgullo.
Según Google Maps el recorrido es de unos 19 kilómetros. Para un atleta tomaría una cuatro horas; de cuatro a seis días para un paseante estándar. Les recuerdo que no hace falta hacer el recorrido de punta a punta; es suficiente con saber que existe, que nos aguarda.
Lamento no estar en Caracas y unirme a los expedicionarios. ¡Qué dicha transformar calles que hemos recorrido mil veces en una ruta enigmática, en una perplejidad que nos revelará lo que está oculto a los ritmos usuales y cotidianos de nuestras vidas!
Por estas tierras lejanas haré caminatas de solidaridad, breves ejercicios de quince minutos caminando con las manos en los bolsillos. Le pido a Dios que cuide a la tropa caraqueña de falsas esperanzas, de imágenes preconcebidas, referencias mal digeridas, juanetes; tanto de frigidez urbana como de una sensualidad descontrolada. Ojalá anoten todo lo que observen en cada jornada: Las especies biológicas; las perspectivas; lo que se gesta y lo que agoniza; los lugares sin plaza y las plazas sin lugar; las brechas a vadear; las zonas de calma y de fastidio; los hallazgos y las razones de su valor; las sombras generosas y las denegadas; los recodos y los meandros; los cantos de sirena; las seducciones fatuas; las tipologías que nacen y las que se extinguen; lo que ocurre por inercia; las sensaciones inexplicables; las zonas de desastre; los sitios donde creemos estar en otra ciudad y, por supuesto, los restaurantes buenos y baratos que van quedando o apareciendo.
Sé que terminarán alucinados, con el extravío y el brillo que suelen tener las retinas sometidas a fuertes impresiones. Y dirán emocionados, como si vinieran de Egipto: “¡Este viaje maravilloso ha cambiado mi vida!”. Señal de que estarán enviciados con la ciudad y serán parte de una secta de vagabundos a los que solo les interesa seguir paseando.