Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible
y, de repente, estarás haciendo lo imposible
Francisco de Asís
Desde el año 1998, el país ha padecido los embates de regímenes populistas nada democráticos caracterizados por políticas económicas y sociales que, entre otras cosas, han generado una caída importante del Producto Interno Bruto, han agravado la desigualdad y destruido lo que había de aparato administrativo del Estado, que no era gran cosa pero que, al lado de lo que hoy existe, ahora nos parece que era mucho. Todo ello ha impactado la cotidianidad del venezolano en asuntos tan concretos como la escasez de gasolina, de gas y agua, fallas muy frecuentes del servicio eléctrico. Ni que hablar del franco deterioro en asuntos fundamentales para el futuro del país como es la educación a todos los niveles y en los servicios de salud. De ser un país receptor de inmigrantes que buscaban oportunidades para una mejor calidad de vida, Venezuela pasó a ser un país de migrantes de muy diversos sectores, hoy refugiados en países vecinos.
Vivimos en el reino del absurdo:
-Un Estado que controla todo y no controla nada.
-Una sociedad donde la conducta racional puede ser perversa. Ejemplo: Los bachaqueros.
-Desconfianza generalizada, pero, como nunca, buscamos en quien confiar a ciegas.
-Sufrimos la injerencia de un país más pequeño y pobre que el nuestro.
-Zonas de paz que son de guerra.
A todas estas, si bien quienes detentan el poder no cuenta con una aceptación mayor del 20%, la oposición no ha logrado avanzar con fuerza suficiente para desplazarlos. Son más de dos décadas tratando de hacer algo y, cuando parece que se está a punto de alcanzar una meta importante no pasa nada, lo que en muchos genera frustración, desesperanza y resignación.
Doble problema: Un régimen que ha demostrado su vocación no democrática y su incompetencia administrativa. Una oposición que, hasta ahora, luce perdida en sus esfuerzos para ser una fuerza capaz de llegar al poder.
Nadie sensato, sea cual fuere su posición política, puede negar la gravedad de lo que pasa en el país. Por supuesto, las racionalizaciones abundan en todos lados.
Así se ha hecho omnipresente la pregunta: ¿Qué va a pasar?, ¿qué podemos hacer? Ante estas preguntas inevitables, emergen todo tipo de especulaciones, análisis, propuestas y discusiones muchas veces cargadas de malentendidos, desconfianza e insultos.
Hay una búsqueda desesperada de certezas para entender lo que está ocurriendo, de saber dónde estamos parados. En esa búsqueda, por demás comprensible, estamos incurriendo en el error de inventar una certidumbre que no existe. Ese error constituye una trampa que nos atrapa en falsas apreciaciones y nos impide encontrar una salida del desastre en que estamos sumergidos.
¿Hay alguna manera de evitar esa trampa? Sí la hay, pero no se trata de una receta que garantice el éxito inmediato. Entre otras cosas, hay que:
-Ser capaces de cuestionar lo obvio, porque no es obvio que lo obvio es obvio.
-No soslayar las paradojas. Ejemplos: Buscar el orden en el desorden; exigir honestidad pero tolerar conductas hipócritas que podría ser el comienzo del cambio.
-Estar dispuestos a reconocer errores y rectificar a tiempo.
-Aceptar y promover que coexistan diferentes puntos de vista y la interacción entre personas o grupos que los sostienen.
Debo reconocer que lo que estoy planteando es muy fácil de predicar pero no tan fácil de practicar. Por ejemplo, trabajar en equipos en los cuales se intercambien puntos de vistas diferentes exige destrezas y virtudes presentes en auténticos líderes no fáciles de encontrar en cualquier sociedad, incluso en países con larga tradición democrática. Por eso llama la atención que, a pesar de la compleja e incierta situación en que vivimos, unos cuantos analistas concluyen y proponen, con absoluta contundencia, lo que hay que hacer para provocar un cambio político significativo hacia un país mejor. Constituye una necesidad y un deber desconfiar de las ideas “claritas” comenzando por las propias.
Con tal convicción, abordo la responsabilidad de escribir esta columna quincenal aceptando la cordial invitación que me ha hecho Alejandro Hernández, director de La Gran Aldea. Trataré de asumir mi tarea teniendo en mente lo dicho por T.S. Eliot:
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en la información?