En la aldea
08 septiembre 2024

Pensamiento catedral y nuestra falta de sentido de lo trascendente

“El pensamiento catedral es la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte muy amplio, tal vez décadas o siglos por delante y, por supuesto, se basa en la idea de las catedrales medievales. En Europa, la gente comenzaba a construirlas y sabía que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas”, palabras de Roman Krznaric, autor del libro “The Good Ancestor”, para BBC News Mundo. La crisis por la que atraviesa la oposición democrática hunde sus raíces en el inmediatismo cortoplacista y en el infantil voluntarismo que cree que armando un berrinche todo será posible hoy y ahora.

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En tiempos de las tecnologías de la información y la comunicación, el marketing ha trascendido lo estrictamente comercial y se ha impuesto como práctica habitual en numerosos ámbitos de la actividad humana. Incluso ha llegado hasta los austeros cubículos de academias y universidades, imponiendo un nuevo estilo que margina por demodés las sobrias etiquetas con las que se rotulaban los productos de la abstracción intelectual. Y es que bajo los potentes reflectores de la luz mediática de hoy, etiquetas como por ejemplo: Plusvalía, El Ello, Costo Marginal, Sincretismo Étnico, resultan aburridas, sin punch.

Dentro de la nueva tendencia mi favorito es Daron Acemoglu quien bautiza sus productos utilizando nombres coloridos y excitantes, tales como Pasillo Estrecho de la Reina Roja o Leviatán de Papel. En esa misma línea, días atrás me topé con una ingeniosa y atractiva etiqueta: Pensamiento Catedral.

En una entrevista para BBC News Mundo, Roman Krznaric, autor del libro The Good Ancestor (El buen antepasado), lo define así: “El pensamiento catedral es la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte muy amplio, tal vez décadas o siglos por delante y, por supuesto, se basa en la idea de las catedrales medievales. En Europa, la gente comenzaba a construirlas y sabía que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas”.

Para nosotros los venezolanos, acostumbrados a concebir a nuestro país como un campamento provisional (Cabrujas), al forcejeo para capturar el botín de la piñata, a saquear al mesonero de los tequeños “y el que venga detrás que arree”, al individualismo egoísta y ramplón del refrán “En las puertas del cielo, primero yo que mi padre” que vocifera el vivo que se las sabe todas; ese pensamiento catedral es una verdadera extravagancia.

La crisis por la que atraviesa la oposición democrática hunde sus raíces en el inmediatismo cortoplacista y en el infantil voluntarismo que cree que armando un berrinche (eso sí, con mucha fe, con mucha pasión) todo será posible hoy y ahora, “porque este país no aguanta más”. Como correlato las inútiles jaculatorias escapistas “Chávez/Maduro vete ya”; “Me acojo al 350”; “La coalición internacional”; “Trump”. Jorge Botti, tuitero perspicaz, trinó recientemente: Los que querían todo y rápido terminaron poniendo el objetivo mucho más lejos… e insisten.

Nos falta sentido de lo trascendente, del tiempo histórico: Procedencia, Pertenencia, Permanencia, clama Carrera Damas.

En frase que se le atribuye, Bismarck afirma que “el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Estando este año ante la posibilidad de unas elecciones regionales, nos convendría resolver el dilema bismarckiano pensando en esa próxima elección como el comienzo de la construcción de las bases de la catedral que verán construida las próximas generaciones.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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