En la aldea
04 febrero 2025

Olivier Douliery / AFP

Gracias, Donald Trump, por los favores recibidos

Nuestra mayor deuda con Donald Trump es haber colocado ante nuestras narices y gargantas que lo más atractivo e interesante de la democracia es su fragilidad. Quizás para tener una verdadera democracia, el pueblo, además de tener derecho a elegir y controlar a sus gobernantes, debe también controlar y elegir la economía, y esa posibilidad, con un Estado petrolero y todopoderoso era imposible. La terrible paradoja, y quizás el albor y la pista de una futura oportunidad, es que hoy no tenemos Estado, ni petróleo, ni democracia.

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Federico Vegas | 11 enero 2021

Hay dramas que uno quisiera olvidar después de haber pasado de la fascinación al hartazgo, pero es justo mientras la página de la historia pareciera abrir otro capítulo cuando más debemos reflexionar. Si los periodistas navegan sobre la ola, el escritor, oficio que he asumido con lo que tiene de premio y de castigo, debe sumergirse en la profundidad como un cable submarino que une distantes tiempos y escenarios, aprovechando los instantes en que el ruido amaina para buscar dentro de sí mismo alejado de los reflejos en la superficie.

Si en vez de olvidar lo que vamos dejando atrás, lo examinamos con la misma emoción que contemplamos el horizonte, quizás podamos obtener un saldo favorable y no el triste sabor de las oportunidades perdidas.

Lo primero que encuentro en el fondo de estos días es una extraña e inesperada sensación de gratitud hacia Donald Trump que voy a intentar entender, explicar.

I

Inicio este primer agradecimiento con una estrofa que cantaba Javier Solís: “Gracias por haberte conocido”. Sucede que Trump no es igual contado que vivido.

No viví la muerte de Lincoln; sí recuerdo que una tarde saliendo del colegio lloré por Kennedy, de quien sabía muy poco. Ahora, a los 70, me ha tocado presenciar la lenta y traumática despedida de Trump. ¡Es increíble que me lleve apenas cuatro años! Creía que había vivido eternamente, pues él ha sido el epicentro del hartazgo que cité en la introducción. ¿Cómo será la vida sin su presencia?

De Lincoln quedan discursos escritos para celebrar la Unión. Son textos donde también enaltece el lenguaje en líneas hermosas donde podemos sentir su presencia e incluso su invitación a ser mejores.

“Desde la perspectiva de lo intrínsecamente frágil que es una democracia quizás los venezolanos podamos dejar de sentirnos como parias políticos”

Las futuras generaciones que no escucharon ni observaron a Trump en vivo y en directo se quedarán perplejas al contemplar en viejos videos su mirada petulante y su arrogante sonrisa. Las décadas lo harán aún más caricaturesco. Se sorprenderán también al buscar su pensamiento en discursos y millares de tweets, preguntándose entonces en qué se fundamentaba su formidable poder de atracción. A sus contemporáneos nos resulta más fácil entender el magnetismo de su banalidad y comprender que su discurso resultaba fascinante justamente por lo limitado y repetitivo. Había un ritmo de encantamiento en sus simples reiteraciones, como en esas canciones infantiles con que se anima a los niños hasta enardecerlos o dormirlos.

Escucharlo, y sobre todo leerlo implica comprender que el lenguaje es un reto tanto para el orador como para su público. Así como profundizar y explorar suele ser enriquecedor, más placer y complacencia puede generar el repetir lo que la audiencia quiere escuchar para alimentar sus propias sombras, aquellas que no se quieren revisar ni enfrentar. Trump definió ese estilo y esa refracción con soberbia elocuencia. Siempre me maravillaron el rigor y el empeño con que representaba los papeles de transgresor, del provocador que cree que las reglas se hicieron para romperse, del fanático capaz de destruir todo aquello que no le conviene o no comprende, y también su vitalidad y descomunal resistencia para luchar por el poder mismo, prefiriendo cualquier consecuencia menos perder.

La cultura y la conciencia de la humanidad dependen de que se definan y entiendan sus extremos. Gracias a Trump, el rango de opciones y comportamientos políticos ha aumentado y se ha clarificado.

II

Debo confesar, con cierto pudor, que también le doy las gracias a Trump por ser espectacularmente entretenido. Este adjetivo, de estar “tenido entre”, viene al caso pues me he sentido atrapado en una tragicomedia sin salida, sin que me trajeran de vuelta o me permitieran avanzar.

En el alud creciente de teorías conspiratorias, yo llegué a una que al menos es divertida. Propongo que la política norteamericana se ha estructurado y moldeado para convertirse en circo y mantener al planeta en vilo. En el último cuarto de siglo se ha dado una sucesión de personajes capaces de generar niveles insólitos, no sólo de popularidad; también de bipolaridad. Ni Hollywood en los tiempos de Frank Capra o de Orson Welles hubiera sido capaz de crear una saga tan extrema y mutante como pasar de Clinton a Bush, de Bush a Obama y finalmente de Obama a Trump. El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson se queda pálido ante semejantes mutaciones.

El resultado evidente es que los habitantes del mundo están en sintonía con un mismo programa. En el caso de los venezolanos, pareciera interesarnos más el enredado y periclitado sistema electoral estadounidense que el nuestro, el cual cada vez se nos hace más ajeno y perverso.

En este asunto del rating Trump ha sido un cíclope. En el futuro veremos varios documentales sobre esta reciente etapa de su vida pero creo que nunca una versión ficcionada. Él mismo ha rebasado esa posibilidad. Como todo gran actor y político, saca provecho de sus defectos. He llegado a pensar que los acosos sexuales que le imputan son invenciones prefabricadas por el propio Trump.

III

Nuestra mayor deuda con Trump es haber colocado ante nuestras narices y gargantas que lo más atractivo e interesante de la democracia es su fragilidad. Si fuera inviolable y pulcra no le dedicaríamos tanto tiempo, esfuerzo y reflexión.

A la humanidad le tomó siglos que surgiera la insólita posibilidad de entregar el poder a un opositor por el simple hecho de haber sacado más votos. Los votos son, en definitiva, papeles en los que hace falta invertir una inmensa fe y un respeto que linda con el amor.

En Venezuela jurábamos que nuestra democracia sería tan eterna como la aurora y el ocaso, pero se fue diluyendo hasta ofrecer hoy los requisitos mínimos para representar una ilusión de democracia, me refiero a montar un show que al menos puede ser calificado de farsa.

La invasión del Capitolio en Washington tiene el mérito de haber sido más rimbombante que cruenta (más personas murieron en la toma del Congreso en Caracas en 1848). El evento parece el libreto de una película elemental donde todos los roles están representados sin matices, tanto el de los invasores con sus disfraces, insignias y banderas, como el de un Trump ya cansado que no logra contenerse ni alcanzar los matices de un buen actor.

Después de semejante desastre, tan conveniente en apariencia, espero no se hable en el futuro de las oportunidades perdidas a que me refería. Roguemos que la fehaciente reacción a lo sucedido en el Capitolio de los Estados Unidos sea una vacuna y no un simple calmante que nos aturda aún más.

Desde la perspectiva de lo intrínsecamente frágil que es una democracia quizás los venezolanos podamos dejar de sentirnos como parias políticos y entender nuestro caso como parte de una evolución, como un capítulo muy angustioso, catastrófico, pero que ciertamente no será el final de nuestra historia.

IV

A Trump también le debo el comprender que podemos tener opiniones dolorosamente distintas a las de un amigo y, esta diferencia, manejada con respeto y cariño, puede hacer más solida y fructífera nuestra amistad.

Por alguna razón, quizás simplemente por ser venezolano, la mayor parte de mis amigos aman o amaban a Trump, sienten o sentían que el lema “We love you” los incluía. Digamos, para resumir, que detestar a Trump no ha sido el pasatiempo nacional de los venezolanos.

El caso es que me he sentido bastante solo y una de las cosas que en la vida me ha traído más placeres y tristezas es sentirme raro. Tristezas por medio siglo. Solo cuando empecé a escribir se reveló el valor y el disfrute de pensar de una manera distinta.

Pero imaginen estar con un hermano del alma, un hermano elegido, venerado, y oírlo celebrar las cualidades humanas de Trump. Comprenderán que después de tanta leña me invade un cierto placer ver cómo va callando o al menos evita el tema.

La lección que he vivido es más bien una sospecha. Quizás Trump con su nivel de insustancialidad ha sido el personaje ideal para discutir apasionadamente y sin consecuencias. Eso espero. Si vemos el panorama reciente, en el Capitolio ha ocurrido un escándalo astronómico que no ha resultado tan grave y me ha servido para amainar las diferencias con mis seres queridos. Pero yo y mis amigos somos unos foráneos con visas de turista jugando a ser gringos. La enorme división estadounidense, de la cual Trump ha sido apenas un promotor o maestro de ceremonias, continúa palpitando como deseando sangrar.

V

Si este mismo tema lo llevamos a sus repercusiones en la política venezolana, debemos utilizar una óptica distinta. Gracias a Trump quizás aprendimos que un superhéroe no va a salvar a Venezuela. ¿Recuerdan la vez que Donald fue más preciso, o exaltadamente impreciso? Me imagino los pelos erizados en los antebrazos de quienes lo escucharon en Fox o CNN:

-No estamos considerado nada, pero todas las opciones están sobre la mesa… las opciones fuertes y las menos fuertes.

¿Cómo algo puede estar sobre la mesa sin ser considerado?

El daño que nos hizo esa esperanza de una fuerte intervención divina debe haber sido considerable. ¿Para qué luchar y organizarse si vendrá una invasión?

Entiendo que en este caso mi agradecimiento a Trump es relativo, pues no sé si la lección recibida compensa el daño que nos hizo su inconsiderada oferta de “Big Brother”.

VI

La pasión trumpista que ha invadido a los venezolanos propicia otra gran oportunidad: La de preguntarnos si acaso hemos sido y somos realmente demócratas. Si usted, querido compatriota, aún cree que hubo fraude en las elecciones estadounidenses, lamento decirle que su verdadera pasión no es la democracia. Si justifica la invasión del Capitolio es además un fascista y podrá encontrar en la web apetitosos alimentos. Si cree que los invasores eran actores demócratas con disfraces, esté atento a sus excesos de felicidad seguidos de depresiones.

Lo provechoso es que todos podemos beneficiarnos al evaluar a Trump y sus diferentes actuaciones, pues funciona como un trumpmómetro para medirnos la temperatura.

El momento de contestar punzantes preguntas sobre la verdad de nuestra naturaleza democrática continúa vigente, aunque ya hace más de dos décadas que venimos acumulando oportunidades perdidas que han ido mermando, como cuando desperdiciamos advertencias mucho más cruentas y explícitas que la toma del Capitolio en Washington. Me refiero al Caracazo de 1989 seguido de dos golpes de Estado.

“Gracias a Trump quizás aprendimos que un superhéroe no va a salvar a Venezuela”

Ciertamente vivimos episodios enaltecedores durante cuarenta años, como el de Rómulo Betancourt en 1969 calmando a sus partidarios y explicándoles que se debía reconocer la victoria de Rafael Caldera, quien había ganado por una diferencia de solo 30.000 votos. Pero también es cierto que el mismo Rafael Caldera le facilitaría el camino a Hugo Chávez usándolo de trampolín para un último salto ciertamente mortal. ¿Quieren ver la expresión más patética de una democracia moribunda? Observen el rostro y la expresión de Caldera cuando le entrega la faja presidencial a Hugo Chávez, quien fue bastante explícito y ya hablaba entonces del capitalismo salvaje que iba llevar a sus últimas consecuencias.

Es tan desconsolador ver a líderes como Eduardo Fernández y Claudio Fermín, quienes estaban presentes y pujantes cuando nuestra democracia parecía vivir su plenitud, hoy convertidos en patéticos títeres de Maduro.

Quizás para tener una verdadera democracia, el pueblo, además de tener derecho a elegir y controlar a sus gobernantes, debe también controlar y elegir la economía, y esa posibilidad, con un Estado petrolero y todopoderoso era imposible. La terrible paradoja, y quizás el albor y la pista de una futura oportunidad, es que hoy no tenemos Estado, ni petróleo, ni democracia.

VII

Gracias Trump por demostrarnos que un buen líder político debe ser un negociante honesto, un amigo o amiga leal, un ser comprometido con las causas sociales, y me atrevo a añadir que no es conveniente que sea aficionado a los casinos. Digo esto porque ninguna de las enumeradas recomendaciones se ajusta al estilo y a la vida de Donald Trump.

A mis amigos trumpistas solía preguntarles cuando nuestras discusiones se hacían candentes:

-¿Tu invertirías en la construcción de un hotel donde Trump fuera el mayor accionista?

-¿Te gustaría que tu hija trabajara como secretaria privada de Trump?

Las preguntas eran irrelevantes porque ni yo ni mis amigos tenemos vela en el entierro que terminó siendo la elección de 2020, pero sí les notaba a veces en la mirada el mareo de asomarse a sus fantasías desde la retina de la realidad.

Cuando me llegaba el turno de someterme a sus preguntas, tarde o temprano debía aceptar que yo sencillamente detestaba Trump de una manera más física y síquica que política o moral, y pronto quedaba tan descalificado como ahora, mientras insisto en mi confesión.

VIII

La lista se ha tornado interminable. Pareciera que el hombre da para todo. Podemos agradecerle el habernos enseñado que la mentira puede ser más fuerte que la verdad porque no depende de los hechos, y puede ser incluso más fuerte cuando no necesita ni siquiera de las apariencias, y es tal su arrogancia e insistencia que uno llega a murmurar: “Esto debe tener algo de cierto”.

Podemos también agradecerle el ejemplificar la fuerza de los medios y las nuevas tecnologías al aferrarse a ellas obsesivamente, al punto de haber sido, hasta donde sé, el primer presidente al que le cierran las cuentas. Un titular del New York Times parece una broma pero va en serio: “Podrá Trump sobrevivir sin Twitter?”.

Agregaría que nos asomó a cómo la amoralidad puede despertar sentimientos religiosos, pero este tema es complejo y melodramático.

Antes de terminar, quiero volver a insistir sobre mi animadversión, que supongo patológica, luego espero que nadie se alarme y se sorprenda si propongo la tesis de que Trump es el diablo y, más todavía, si propongo que la figura del diablo es necesaria y debemos agradecer su existencia.

Trataré de explicarme.

Primitivamente, para los griegos el símbolo, symbolon, era un objeto, generalmente un hueso, partido en dos, del que dos personas conservaban cada uno una mitad. Al juntarlas se comprobaba la deuda o un compromiso que podían heredar los hijos.

Para mi sorpresa, lo contrario a la idea de “símbolo” nos aguarda en la etimología de “diablo”, proveniente del latín tardío diabolus; cuyo prefijo “dia” puede significar “separar algo en dos partes”. Este dividir nos habla de actitudes y propósitos que desunen a los hombres y son contrarias a los símbolos que los congregan.

Quien siembra discordia y su vocación es separar en vez de unir, e impide que se junte lo que puede integrarse, no sólo involucra y afecta a los ciudadanos, también a los principios que nos permiten comunicarnos, entendernos. En Venezuela esta disociación es la constante y ya no la excepción. No se reconocen entre sí los proyectos y las ejecuciones, las faltas y los castigos, las acciones y los resultados, las soluciones y los problemas, los medios y los fines, la realidad y la ficción. Somos un país endiablado.

Pero insisto, el papel del diablo no es necesariamente malo. Puede estar sencillamente haciendo evidente una división, revelando su existencia, sirviéndole de expresión a la que ya no se debe esconder. Dejo en manos del lector hurgar en la historia y señalar quien ha sido un diabolo y quien ha sido un simbolon. Supongo que no vienen en dosis puras sino en mezclas de todo tipo. Para mi gusto, la de Trump se acerca a una delirante esquizofrenia, lo que no lo exime del rol histórico que ha jugado y gozado, como un niño caprichoso, por cuatro años. Esta cifra es la que debemos agradecer más. No conozco un líder político que haya ofrecido más lecciones con sus disparates y delirios, y, hasta donde quiero creer, con menores consecuencias.

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