No puedo decir que Roland Carreño sea mi amigo entrañable, uno de esos que por décadas me ha acompañado a lo largo del camino. No ha habido entre nosotros suficiente proximidad física ni temporal, ni han sido tantos los ratos compartidos como para establecer ese afecto que compite con el que sentimos por los hermanos.
Conocí y hablé con Roland por primera vez hace pocos años, cuando hacía la investigación para escribir mi novela “Adiós Miss Venezuela”. Me recibió un mediodía, con gran amabilidad, en su oficina de la revista Hola, en la sede de El Nacional. Conversamos largamente en el Club Los Cortijos, donde, a luz de un intercambio con el magazine, me invitó a almorzar. Fueron horas gratísimas porque es un conocedor como pocos de la exageración que somos Caracas y los caraqueños. Sus comentarios sobre los personajes, hechos y episodios del mundillo del beauty pageant nacional fueron muchos y estaban cubiertos de gracia no exenta de picardía, como debe ser cualquier buen chisme. No obstante, las observaciones sobre su esencia y naturaleza fueron agudas e inteligentes, confirmándome lo que ya presumía: Que detrás de la frivolidad del concurso había un mundo complejo y elaborado. Sus reflexiones sobre aquella época, que tanto echamos de menos y que ahora reconocemos como grandiosa, fueron profundas y filosóficas.
Fue mucha la luz con la que iluminó mi ignorancia sobre un tema del que muy poco sabía. La información que obtuve de la entrevista con él fue crucial para darle algo de hueso a una novela cuyo solo título está de manera inevitable asociado con la pompa. Nos vimos de nuevo en una reunión con Sergio Dahbar, el editor, donde le planteamos que fuese el presentador del libro en su bautizo. Para sorpresa de todos, se presentó en los espacios de la Librería El Buscón con un invitado especial: Osmel Sousa. Ese detalle lo retrata como la persona que puede ser y cuánto puede comunicar sin siquiera hablar. Su discurso tuvo un brillo extraordinario, de los mejores que haya escuchado en tales ocasiones, y convirtió una ceremonia rutinaria en un evento de alto vuelo intelectual, literario y humano.
Luego nos vimos varias veces en los pasillos de la sede Voluntad Popular, en oportunidades en las que fui invitado a participar en reuniones o actividades de un partido que buscaba rebajar su perfil de tremendista. Roland asumió la política con una emoción de adolescente y contagiaba su entusiasmo a una organización muy golpeada por la dictadura. Su capacidad de convocar gente y concretar acciones le hizo ascender en la escalera organizacional y alcanzó una posición importante en los cuadros dirigentes. Quienes lo han conocido saben que Roland abomina la violencia y que la acusación que pesa sobre él de “conspiración, terrorismo, tráfico de armas y asociación para delinquir”, movería a risa, de no ser porque, producto de ella y sin prueba alguna, está encerrado desde hace dos meses en uno de los calabozos inhumanos de este régimen abyecto.
Hoy quise hacer públicos mi admiración, agradecimiento, afecto y solidaridad por Roland Carreño, porque se lo debía. Porque ahora está preso, incomunicado y desesperanzado por la más oscura incertidumbre. También porque ahora él representa y encarna a la Venezuela devastada en dos décadas de barbarie, a los demás presos políticos, a los perseguidos y exiliados, a todos los que sufren, a nosotros. También porque es Navidad, un día en que la esperanza debe brillar y quizás, juntando a las buenas almas de la Venezuela que tanto queremos, lo haga como nunca antes. Ojalá la luz de Jesús recién nacido brille tanto que pueda aliviar nuestras penas y, más allá, alcance asimismo a quienes nos lideran en esta travesía que se hace interminable, para que los ayude, y nos ayude, a encontrar juntos la inspiración necesaria para dar con el camino que nos lleve a la liberación.