La estela de emigrantes venezolanos que abre surcos en varias latitudes pasa por ciclos de silencio y otros de gran atención, generalmente de la mano de alguna agenda política, como ocurrió en febrero de 2019 a propósito de la búsqueda de ayuda humanitaria para Venezuela. Pero la estela siempre está allí, con rupturas y dolor, pero también con un saldo oculto de desaparecidos y muertos del que pocos quieren hablar.
Lo ocurrido en las costas de Güiria, estado Sucre, donde una veintena dejó la vida en el sueño de alcanzar algo mejor, ha vuelto a encender los reflectores sobre esta huella venezolana en el mundo, pero ¿por cuánto tiempo? De momento circulan las fotos de los cuerpos inertes de venezolanos flotando, luego de que se hundiera la barcaza en la que emprendieron viaje hacia Trinidad y Tobago buscando escapar del país que ya no les garantiza ni lo más básico. Habrá palabras de solidaridad, mensajes de reflexión, alguna llamada de atención desde algún organismo internacional y ya.
Muchos países han reaccionado en los últimos tres años, pero lo han hecho ante las consecuencias directas que una movilización masiva de venezolanos les causa como sociedad, pero no por mucho más. Tal vez es porque cada uno está ocupado de sus propios problemas como para también ocuparse de los de los otros países que han reaccionado de forma tardía, cuando ya son millones los que se desplazan, los que van y vienen, errantes entre fronteras, buscando pequeñas oportunidades de mejora.
Fueron pocos los que advirtieron la posibilidad de que se produjeran estas oleadas al observar que quienes gobernaban Venezuela daban claras muestras de estar dispuestos a todo, incluso a violentar normas, acuerdos y los derechos ciudadanos fundamentales, con tal de seguir adelante con su proyecto de poder absoluto. En esos primeros momentos Venezuela todavía era vista como una nación rica, en el tope de las productoras del petróleo del orbe, y resultaba difícil pensar que sus ciudadanos decidieran huir con lo poco que llevaban encima como lo hicieron por lustros los balseros cubanos añorando libertad o más recientemente los balseros Rohingya para escapar de la limpieza étnica que los arrasaría.
Pero puertas adentro del país pasa igual. El tema cobra relevancia unos días, luego vuelve a la indiferencia de la cotidianidad o, peor todavía, a la manipulación. No hay un hogar intacto en Venezuela que mantenga a todos sus miembros dentro del territorio. Los miembros de esta nación han sido desgarrados por el miedo, por la persecución, por la crisis, por el desespero,… Lamentablemente ese también es un activo político con el que muchos juegan a conveniencia. Así que los muertos de Güiria servirán para alimentar los discursos. Una tragedia más dentro de la tragedia histórica que estamos viviendo.
La mayoría de los venezolanos, la que está sumida en la pobreza profunda, sabe que morirá de mengua en hospitales destartalados, observando que su futuro se evapora entre facciones y mafias dispuestas a robarlo todo para su propio provecho; sin agua potable, ni electricidad, ni gas doméstico para cocinar; sin trabajo ni ingresos suficientes para costear la comida.
Y saldrán más y más expediciones a la caza de oportunidades sin importar los riesgos mientras pasan años entre elecciones amañadas, promesas de cambio que jamás se concretan, de mirar para los lados para sobrevivir, de curules en el Parlamento vendidos al mejor postor, y de toda esa ristra de perdiciones que nos determinan. Una estela de desolación que vamos dejando mientras se nos va la vida.
Somos una sociedad mutilada.