En la aldea
15 enero 2025

Alitas de pollo para Diana

La comunidad venezolana en Madrid puede estar orgullosa de sí misma. Sabe de lo que habla cuando habla de solidaridad. Historias como las que se cuentan aquí deben ser, apenas, una minúscula partícula. La vida es emigración, pérdida, doloroso aprendizaje. También es canto y esperanza. Manos solidarias que significan una pérdida para su país de origen, y una ganancia para el mundo de la que el mundo tardará en darse cuenta.

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Sebastián de la Nuez | 08 diciembre 2020

Diana era de Guinea Ecuatorial, sin papeles. Llevaba meses ingresada en uno de los principales hospitales de Madrid. En octubre comenzó a escupir sangre, ya tenía los pulmones carcomidos. Sufría del sarcoma de Kaposi, una enfermedad por la cual se forman lesiones malignas (cancerosas) en la piel, las membranas mucosas, los ganglios linfáticos y otros órganos. El virus se transmite por vía sexual. Todos sabían en el Hospital Ramón y Cajal que Diana iba a morir, menos ella. Le habían cortado una pierna pero eso no detuvo la metástasis: En los pulmones, en los riñones, en los huesos, en la cabeza. En octubre todo eso hizo crisis.

Mucho antes, su pierna se había convertido en una sola llaga, por eso fue  amputada un día de marzo, en plena eclosión de la pandemia por la Covid-19. Fue la única cirugía que hubo aquel día en el Hospital. Después, en la UCI, compartió cuidados con quienes habrían de sucumbir al coronavirus.

-Durante varias semanas le dolía la pierna aun sin tenerla -cuenta Gerardo José Pérez Meliá, mejor conocido por Gerjo, un activista madrileño por los derechos de los refugiados que la acompañó todo el tiempo.

Aun con la morfina, ¿cómo será un dolor de un miembro que ya no está? Ella lo describía así, «me duele la pierna que ya no está». El sarcoma de Kaposi es muy común en Guinea Ecuatorial, un país donde hay mucho VIH, la poligamia es común y la asistencia social es muy precaria. El país es manejado a su antojo por un déspota que lleva cuarenta años en el poder. Guinea Ecuatorial fue una de las últimas colonias españolas, se liberó en el ‘68. Hay un presidente a quien todo el mundo quiere fuera, que lleva cuarenta años amarrado al poder. Del Nicolás Maduro guineano, Teodoro Obiang, se dice que tiene más de cincuenta hijos, y 19 de ellos al parecer son ministros. Ya tiene designado a un heredero, un tipo con la entrada vedada en casi todos los países del mundo.

Gerjo y sus compañeros de la Asociación Triángulo trataron de alegrarle los últimos días a Diana. Ella preguntaba por su prótesis, que cuándo se la iban a poner. No entendía que su final estaba próximo: Los médicos no le decían nada. Gerjo le contestaba con evasivas, y ella se extrañaba. Al final, los sicólogos le dijeron la verdad un viernes, y falleció el martes siguiente. Ese viernes todavía estaba perfecta, departió con quienes la visitaron. Fueron a cantarle, como lo habían hecho otros días por hacer que olvidara su dolor. Fue un guitarrista. Fue un cantante de ópera. Fue un músico de Nepal, Kishan Adhikari, de quien Jovita (sin acento), hermana de Diana, quedó fascinada por su voz. Cantó La bamba y ella lo grabó en su móvil. El nepalí se quedó con Diana día y noche durante las dos últimas semanas, excepto una noche cuando se quedó Jovita. Era un experto, además, con los cuencos sanadores, unas pesadas vasijas de cobre que por vibración contribuyen a paliar dolores. Todas las enfermeras que había en ese piso, muy estrictas en principio con las visitas y todo lo demás, terminaron sometiéndose a la terapia del nepalí, encantadas.

Gerardo José Pérez Meliá, mejor conocido por Gerjo, activista madrileño por los derechos de los refugiados.

Las normas del Hospital se fueron relajando. Ni se permitían visitas o estas debían ser muy restringidas, tampoco podía llevarse comida de la calle a los hospitalizados. Al final, al momento en que el nepalí le cantó a DianaAll my loving, de Los Beatles, abrieron la puerta de la habitación y todas las enfermeras que andaban cerca entraron, cantaron y aplaudieron. Dejaron a un lado la normativa y el rigor. En un video de esos días aparece un venezolano cantándole una tonada de Simón Díaz a Diana, de modo que la tonada debe estar ahorita donde sea que ella esté, acompañándola.

Una mañana, Diana quería alitas de pollo. Era su antojo. De repente ingresaron a su habitación las deseadas alitas sin que nadie lo impidiera; los vigilantes del Hospital han debido sufrir, aquella mañana, un ataque de despiste pasajero. Diana se comió sus alitas de pollo.

Cuenta Jovita que envió a su familia en Guinea el vídeo de Kishan cantando, contó, allá todos lloraron de emoción. Jovita cuenta todo en el idioma oficial de su país, que es el español.

Diana nunca estuvo sola. Murió el martes 24 de noviembre. Tenía 40 años, dejó una hija en Bata, una ciudad importante de Guinea.

Aquí, en la sede de la Asociación Triángulo en el barrio de Lavapiés, Jovita la recuerda y la extraña. Jovita es una hermosa mujer de piel canela. Llegó hace tres años para socorrer a su Diana. Otra de sus hermanas murió el día 2 del mismo mes, en Guinea, del mismo mal.

Daniel José Cortez Abreu, joven carabobeño en España, que se ha propuesto hacer algo por quienes tal vez no han tenido las mismas oportunidades que él ha tenido.

-¿Cómo es tu tierra, Jovita?

-A mí me gusta mi tierra, como a todo el mundo le gusta su tierra. Es muy caliente, pero ahora mismo está lloviendo. Es un país en medio de Camerún y Gabón.

Y muestra en su móvil una foto que se tomaron sus hermanas, las que le quedan, con su hermano y su sobrina, la hija de Diana que se quedó allá. El padre de Jovita trabajaba en la administración del puerto, ya murió. Su madre cobra una pensión, y los hijos que pueden le envían o le entregan dinero para su sostenimiento.

-¿Y tú trabajas aquí?

-No trabajo porque no encuentro. Me vine para acá para que mi hermana no estuviera sola.

-¿En qué pudieras trabajar?

-En una tienda me gustaría.

Tiene tres hijas pequeñas, muy bellas. Vive con la suegra, pero el marido o novio no aparece por ninguna parte.

Gerjo es como una bisagra entre los desamparados de Madrid y el sistema sanitario, ante el cual esos desamparados, legalmente, no existen o no cubren las condiciones para ser atendidos gratuitamente. La asociación que dirige acaba de traerse a la madre de Domingo Ondiz desde Maracaibo, una mujer con un tumor cerebral. Le consiguieron un boleto por la línea aérea Turkish. Llegó un miércoles. El jueves ya estaba ingresada en el Puerta de Hierro [un hospital universitario en Majadahonda, Madrid].

-El problema de ella es que es española… -dice Gerjo.

-Será la ventaja.

-No, es un problema: Siendo española, ni está empadronada ni ha trabajado aquí nunca, con lo cual no tiene derecho a la seguridad social.

Gerjo sabe irse por los caminos verdes de la Seguridad Social y de otras instancias locales madrileñas. Los funcionarios y los sanitarios lo reconocen y confían en él. Le consiguió cita a la señora y al día siguiente de su llegada fue examinada por neurocirujanos. Hoy viernes, cuando se escribe esto, la están operando. Su hijo Domingo espera ansioso. Es fotógrafo y cantante (tiene un canal en YouTube). Su nombre completo es José Domingo González de Ondiz, pero en los medios musicales le conocen como Domingo Ondiz.

La Asociación Triángulo es de venezolanos, aunque Gerjo el madrileño sea su fundador. Hay unos doscientos voluntarios criollos que dirigen o están de algún modo, en diversas tareas, al servicio de esta ONG. Su secretario se llama Daniel José Cortez Abreu, un joven de unos 25 años nacido en el estado Carabobo. Llegó a Madrid en 2017 con su título de Médico y se inscribió en un máster en VIH-Sida. Sabía que aquí encontraría oportunidades que en Venezuela no hay. Necesitaba sentirse más libre dentro del activismo LGTBI. Ha estudiado la relación entre HIV y sexualidad, ahora sigue un curso de Antropología Social en la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia).

Cuando terminó el máster, en 2019, le publicaron su trabajo final en una revista digital dedicada a los temas de sexualidad gay dentro de un enfoque de desarrollo social. El paper de Daniel se titula «Estigmatización, calidad de vida y relación con parámetros clínicos-inmunológicos en personas que viven con el VIH atendidas en un servicio de Salud de Madrid» y la revista lo ha premiado por haber escrito uno de los mejores ensayos del año; lo hizo con su tutor, pero no deja de ser mérito de Daniel. Se le pregunta por qué dedica sus esfuerzos a esta asociación, la que atendió el caso de Diana, la que les consigue almuerzos a otros venezolanos que han llegado sin medios de vida. Contesta Daniel José Cortez Abreu que desde pequeño le inculcaron, en su casa, la idea de la solidaridad y la empatía. Y Daniel se ha propuesto hacer algo por quienes tal vez no han tenido las mismas oportunidades que él ha tenido; desea contribuir a abrirles unas puertas para que puedan hacerse de unas herramientas y, ellos también, conseguir sus propias oportunidades ahora que están fuera de su país.

Venezolanos como Daniel, como los demás de la Asociación Triángulo y otros que están haciendo labor solidaria en España a favor de refugiados o desterrados de todas partes, han significado, o significan, una pérdida para su país de origen y una ganancia para el mundo de la que el mundo tardará en darse cuenta.

@sdelanuez

*Las fotografías internas fueron facilitadas por el autor, Sebastián de la Nuez, al editor de La Gran Aldea.

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