En la aldea
26 diciembre 2024

Los camionetones de la nueva oligarquía

El camionetón debe tener líneas soberbias y ser el encanto de quienes saben de diseño y de coches. Para los propietarios de estos vehículos de ensueño no hay límites, para ellos no se encogió la economía, no cerró la inmensa mayoría de las industrias ni se fueron del país las transnacionales. Para ellos no hay sanciones ni bloqueo; porque para los dueños de estas moles con motor no hay socialismo. Lo que sí hay es chavismo, esa forma de mafia que consiste en oprimir un país, empobrecerlo hasta la extenuación y generar una nueva clase, minúscula, ebria de poder, ambición y lujos.

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Milagros Socorro | 15 noviembre 2020

Ilegal no es. La prohibición de importar carros se levantó hace tiempo. Si alguien quiere traer un automóvil del extranjero, puede hacerlo. Desde luego, debe disponer de altas sumas en dólares para pagar, además del costo del vehículo, su transporte desde el puerto de embarque hasta el de destino, seguro, tasa aeroportuaria, impuestos aduanales, impuesto al valor al agregado, impuesto al lujo y, claro, “lo del coronel”… como se dice en Venezuela para aludir a lo que debe pagarse a los militares para sacar mercancía de las aduanas. No importa que la operación esté dentro del marco legal, el ciudadano debe pagar el soborno si no quiere que sus compras se vean retenidas. Esto ocurre, por cierto, con las adquisiciones llamadas “puerta a puerta”, que le han permitido a los grupos de mayores ingresos comprar la canasta básica en Miami. Es comida, artículos de aseo y, en general, productos de primera necesidad, que están exentos de impuesto, pero no del pago al coronel… Un porcentaje que ha venido creciendo y es lo que explica, en parte, la inflación también en dólares que hay en Venezuela.

En suma, estos vehículos, que se ofertan en cierta cuenta de Instagram, han podido ingresar en Venezuela con todas las de ley, sin necesidad de colarse por los caminos verdes. Y, sin embargo, cuando vemos la camioneta Mercedes Benz en el contenedor de un puerto venezolano tenemos la sensación de algo siniestro. Es como si el vehículo nos mirara con los helados ojos de un reptil prehistórico. Como si fuera la encarnación de algo oscuro, poderoso e inclemente. El hecho de que su importación haya sido legal -como hemos dicho, puede serlo- no lo despoja de una atmósfera ominosa, como si estuviera emergiendo de los infiernos.

Los entendidos dicen que ese vehículo cuesta 150 mil dólares; y que si es blindada, el precio puede rondar los 200 mil. Si alguien compra ese camionetón para circular por las vías de Venezuela, ¿no iba a blindarlo?

Estos carrazos, reservados a un puñado de privilegiados, van a pasearse en un país donde uno de cada diez niños sufre algún tipo de desnutrición y donde los ancianos mueren literalmente de hambre, porque la emigración forzada los ha dejado sin familia, y porque las pensiones son una burla que no les cubre ni una semana de alimentación; donde millones padecen el colapso de los servicios públicos. Un país donde, según le dijo Anitza Freites, coordinadora de la Encuesta Encovi, a César Miguel Rondón en entrevista, este viernes 13 de noviembre, “los indicadores muestran una precariedad extrema, en términos de: Pobreza de ingresos, insuficiencia de servicios básicos, desarrollo del capital humano,… todo está en una situación de extrema vulnerabilidad, donde están negadas todas las capacidades para que la población se desarrolle”. Según Freites, hay 20 municipios del país con 100% de inseguridad alimentaria y otros 60 que están rozando esa nefasta totalidad. Son, pues 80, de los 335 municipios de Venezuela, que están en situación de hambre. No hay otra manera de decirlo.

Es posible, pues, que haya poblaciones de Apure, del sur de Guárico, de Anzoátegui y de Falcón, del oeste de Monagas (donde se concentran, junto con Amazonas y el Delta Amacuro las grandes sombras de la desnutrición), por donde circule esta camioneta, una de las más rápidas del mundo, y a su paso envuelva, con una nube de polvo, a decenas de niños que no tendrán un futuro, porque sus posibilidades de desarrollarse les fueron arrebatadas y desviadas hacia las fortunas de los nuevos propietarios de Venezuela.

El camionetón debe ser muy bonito, tener líneas soberbias y ser el encanto de quienes saben de diseño y de coches, pero para los millones de venezolanos que perdieron el derecho a alimentarse, que andan con zapatos rotos y aun así deben caminar por horas, porque no pueden pagar el pasaje del transporte colectivo, los BMW, los flamantes bólidos que vienen por el mar son esos carros malignos de las ficciones de Stephen King, la encarnación del mal: El pillaje que se operó en Venezuela hasta devastar el país por los cuatros costados.

Para los propietarios de estos vehículos de ensueño no hay límites, para ellos no se encogió la economía, no cerró la inmensa mayoría de las industrias ni se fueron del país las transnacionales. Para ellos no debe haber operativos del Seniat como, de hecho, no hay sanciones ni bloqueo. Para los dueños de estas moles con motor no hay socialismo, esa plaga que se cernió sobre Venezuela para acabar con todo y dejar, en medio de los escombros, un atajo de jeques a quienes les sobra el dinero y no tienen ninguna intención de ocultarlo. Lo que sí hay es chavismo, esa forma de mafia que consiste en oprimir un país, empobrecerlo hasta la extenuación y generar una nueva clase, minúscula, ebria de poder y de ambición, ávida de lujos que es la clientela de estas criaturas sólidas y veloces, destinadas a enseñorearse de las distancias en un paisaje de decadencia y miseria.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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