Quizás el indicador más significativo del carácter peculiar de esta la elección del 2020 en los Estados Unidos fueron las 100 millones de personas que votaron anticipadamente. Representaban cerca de un 40% del total de posibles votantes y tres cuartas partes del total de quienes habían votado en 2016. El voto anticipado auguraba lo que terminó pasando: Más de 140 millones de norteamericanos votaron, alcanzando un 67% de participación o “turnout”, unos 12 puntos superior al promedio de las últimas elecciones. Nunca antes durante el siglo XX, o lo que va del XXI, había habido tal nivel de participación electoral, cosa que hizo de Joe Biden el candidato más votado de la historia de los Estados Unidos, y a Donald Trump el segundo, cuatro millones de votos por detrás.
Quienes sufragaron anticipadamente, bien por correo o de forma presencial, lo hacían por miedo al Covid-19 y para evitar aglomeraciones de último minuto, claro. Sin embargo el patrón de votación anticipada nunca fue uniformemente distribuido: Los republicanos tendían a votar mucho más de manera presencial que sus compatriotas demócratas, cosa que terminó alterando también el ritmo de conteo de los números en la noche electoral, y crispando aún más el clima político. Y es que también el Covid-19 fue un elemento polarizante en esta elección en la que los partidarios de Trump ven a la pandemia con mucho menos temor que los partidarios de Biden.
No es el único elemento que diferencia a unos y a otros. Las mujeres, los latinos, los negros y los universitarios votaron en mayor proporción por Biden; mientras que los hombres, los blancos, y quienes no tienen estudios superiores tendieron a votar mas por Trump. Pero sobre todo la diferencia fundamental entre unos y otros puede verse en la dimensión campo-ciudad: Dos de cada tres urbanitas votaron por Biden, mientras que dos de cada tres habitantes rurales lo hicieron por Trump. Ya había pasado en 2016, pero lo que vimos esta semana no sólo reproduce el patrón, sino lo acentúa. Quienes se concentran en las áreas geográficas menos urbanas, en el “hinterland” de los Estados Unidos, contrastan con la diversidad que caracteriza a las ciudades y, en general se oponen a los valores urbanos. Son tan distintos y tan distantes unos de otros que pareciera que se ha inhibido la capacidad de las élites de interpretar y cuantificar adecuadamente al votante de Trump (incluyendo allí a las encuestadoras, que volvieron a equivocarse de manera importante en esta contienda).
Además la polarización también toma expresión en los medios de comunicación. Los 70 millones de norteamericanos que votaron por Trump tienen particulares medios para informarse y siguen muy distintos patrones en su consumo de información. En la estructura de los principales medios de comunicación de los Estados Unidos existió en 2020 casi un total consenso en cuanto a la conveniencia de que ganara Joe Biden. Si bien forma parte de la tradición electoral de los Estados Unidos que los medios de comunicación mayoritariamente sienten postura política y descubran de forma abierta sus preferencias candidaturales; lo que no es usual es que esas preferencias se inclinen en una sola dirección de la balanza política. Cada cuatro años Noah Veltman hace un minucioso análisis de los endosos de los medios de comunicación a los candidatos presidenciales, este año 119 periódicos y revistas estadounidenses anunciaron públicamente su respaldo Biden; mientras que sólo 6 lo hicieron a favor de Trump. Los periódicos y cadenas televisivas abandonaron a Donald Trump. Ya lo habían hecho hacía cuatro años, cuando de manera orquestada y mayoritaria apoyaron a Hillary Clinton, pero en esta ocasión el consenso fue aún mayor.
Es algo bastante malo, en general, y en 2020 en particular… pues resultó que casi la mitad del país, 70 millones de electores norteamericanos, se rebelaron contra la orquestación de los medios de comunicación. Este aspecto de distanciamiento y pérdida de identificación con los medios de comunicación tradicionales puede haber contribuido a la desconfianza generalizada que el elector republicano expresa ante los medios y a la aparición de fenómenos como las “cámaras de eco”. “No tengo idea de quién puede votar por Joe Biden. Toda la gente que conozco y con la que hablo votará por Trump” es un verbatim frecuente, encontrado en los grupos focales que reporta Franz Luntz. Por otro lado, la confianza de los republicanos por los medios de comunicación ha caído en 16 puntos desde 2016 (Morning Consult, Abril 2020). Así que si el votante republicano ha ido apartándose de los medios de comunicación más ortodoxos y acude a plataformas de otra naturaleza para informarse, llegamos al punto donde ninguno de sus amigos de Facebook le contará lo que ocurre en el otro lado. Parte de la lógica que explica el comportamiento electoral está en un argumento donde el elector desconfía de sus élites: Los medios de comunicación, los intelectuales, los artistas y los académicos se perciben distintos y distantes. Por ello si se percibe tal grado de consenso y orquestación en que se debe votar de una manera particular, “entonces me conviene hacerlo de forma diferente”. Donald Trump, ahora retirado de la Casa Blanca, debe estar viendo una gran oportunidad de negocio en esos 70 millones de norteamericanos sin referentes informativos.
Ninguna elección debería ser un asunto de vida o muerte. Precisamente por eso son elecciones y no batallas bélicas. Sin embargo en la singular elección, del también singular año 2020, millones de norteamericanos sintieron que en esa contienda se les iba la vida. La polarización de la sociedad no empezó con Trump, pero su gestión la exacerbó. Toca ahora unir a los “Estados (des)Unidos” y fortalecer a la democracia. Es la tarea que se ha impuesto a sí mismo Joe Biden con buen tino. Su victoria reivindica la gestión pública, la moderación y la política como oficio. Puede hacerlo bien, y es lo que los Estados Unidos merecen.