Quizás por un azar, José Vielma Mora finalmente logró encontrar la imagen de campaña que lo podría definir de cuerpo entero, esa que también le serviría en cuanta campaña electoral le atraviesen para cuanta candidatura le propongan: “Este hombre está en todas”, parece gritar la contradicción entre la franelita Hugo Boss que luce en las redes –85 dólares cuesta la gracia- y las ideas que vende con vehemencia como candidato revolucionario (“yo vengo del barrio, yo he cargado agua”), listo para sumarse al nebuloso bojote de “don nadie” que serán electos a espaldas del país y convertirán a la Asamblea Nacional en una colectiva terapia ocupacional.
Pero la franela también expresa que el hombre es un enredo. Porque si bien el capitán Vielma Mora tenía su mini épica chavista ya cubierta en todas sus casillas (amigo de Hugo, compañero del 4F, gobernador, presidente del Seniat y vice de cualquier cosa), al ahora candidato a la Asamblea Nacional le faltaba eso que los expertos en marketing de izquierda llaman “identidad revolucionaria”, algo que en su caso se veía opacada por esa fama que se extendía entre amigos y adversarios. “El es otra cosa”, aseguraban unos y otros en los pasillos de la política local, una mezcla de gerente y militar sin ninguna ganas de pelear el liderazgo a sus amigos, los duros del petit comité chavista, ni de condenar a los empresarios capitalistas barriga verdes, que tan bien se expresaban de Vielma durante su paso por el Seniat.
“Es un tipo de lo más decente… alguien con quien se puede hablar, entiende lo que es el libre mercado…”, formaba parte de los elogios que le hacían en voz baja algunos en la oposición, no fuera a ser que semejante desatino llegara a oídos del chavismo radical. Matriz que se amalgamó cuando finalmente lo sacaron del Gobierno y anduvo por más de cuatro años habitando esa nebulosa donde el poder ha ubicado a más de uno para que deje de existir por un rato y aguante callado ese chaparrón en espera de su próximo destino. En ese tiempo sacó la cabeza para postularse ante el PSUV como precandidato a la Gobernación del Táchira pero se la cortaron en el partido con un rechazo abrumador. Y en la espera se quedó cual peón del ajedrez de Miraflores, hasta que Chávez le perdonó alguno de sus deslices ideológicos y lo respaldó para ocupar el cargo de gobernador del Táchira.
Con su aura de “yo no fui”, la Gobernación le permitió demostrar su lealtad al “proceso” cuando le tocó reprimir a balas y bombas las durísimas manifestaciones del estado en 2014 que dejaron más de seis víctimas mortales en las calles, protestas que calificó el gobernador Vielma como “terrorismo vecinal” y combatió con efectivos del Batallón de Paracaidistas enviados por Nicolás Maduro. También fue durante su mandato cuando los habitantes del Táchira comenzaron a cruzar la frontera para poder conseguir en Cúcuta los alimentos básicos que el desastre de administración chavista había hecho desaparecer de anaqueles, mercados, haciendas y sembradíos en todo el país, realidad que obligó a familias enteras a hacer cola durante toda la noche para cruzar a Colombia a comprar la comida más elemental, sin poder acusar del asunto a las sanciones de Estados Unidos porque la pesadilla de la carestía se había instalado años atrás en casi todo el país y las supuestas dotes de gerente del gobernador no logró impedirla ni mucho menos incentivar la producción local, a pesar de que contaba con todo el apoyo del Gobierno. Apoyo que se limitó a la firma de un contrato por 340 millones de dólares, pagados por Fonden, con el tristemente célebre Alex Saab para la compra de cajas CLAP, según reveló en su cuenta de Twitter el periodista Roberto Deniz, varias veces premiado por su investigación sobre este escandaloso tema:
“Cuando era gobernador en Táchira firmaron un contrato para los CLAP a un tal Alex Saab por 340 millones de dólares, dinero que salió del Fonden. Ahora podrá ser candidato por otro estado pero que no le caiga a cuentos a la gente”.
De resto, Vielma Mora no hizo gran cosa y abandonó el estado casi igual a como lo encontró. Y si bien durante la campaña por la reelección mostró algunos logros en seguridad y secuestros, que ventiló únicamente en los canales oficiales sin nadie que le mostrara las cifras reales, fue derrotado por Laidy Gómez, mujer y adeca que lo dejó en la lona. Como premio de consolación, Vielma fue nombrado nada menos que el ministro de Comercio Exterior e Inversión Internacional en Venezuela, donde apenas duró seis meses, valga el detalle, para volver a la nebulosa dos años más.
Pero como en las parlamentarias chavistas parece haber más bancadas que gente, el hombre volvió a reaparecer -el verbo favorito del PSUV-, luciendo un fashion más contemporáneo, barbado y con lentes, blandiendo sus propuestas ante los pocos seguidores de sus redes sociales, donde mezcla las imágenes clásicas del Libertador con la del “Bolívar zambo” que inventaron en Miraflores. Pastores evangélicos con estampitas de José Gregorio Hernández, muchos Hugos Chávez y muchos Papa Francisco. Pero, sobre todo, José Vielma Mora dando mítines en distintas poblaciones del estado Carabobo con una demagogia de librito que no cuadra mucho con su franela Hugo Boss de 85 dólares: “Yo vengo del barrio, yo he cargado agua… a mí no me pueden caer a coba. Mi papá y mi mamá fueron obreros”, le grita a los pocos asistentes a sus encuentros, casi repitiendo aquel famoso sketch de “Malula concejal” en Radio Rochela (“yo vengo del barrio pero como me gustaría vivir en el Country Club”), mientras el precio del dólar sigue en alza y no hay matemática posible que explique cómo puede un capitán del Ejército adquirir una franela de Hugo Boss cuando Nicolás Maduro les acaba de aumentar el sueldo a 10 dólares mensuales, y se necesitaría 8 meses de salario para ponerse una. Y, obviamente, mucha cara dura para exhibirla sin darse cuenta de semejante metida de pata.