Uno de los más interesantes e intrigantes what ifs de la política norteamericana podría manifestarse este 2020. El candidato presidencial demócrata Joseph Biden, de ganar las elecciones presidenciales en noviembre, revelaría ante los ojos de muchos lo que fuere quizá la decisión más fatídica de Barack Obama en todos sus 8 años de mandato: Haber consentido prematuramente en 2015 la candidatura de Hillary Clinton sobre la de su entrañable amigo y vicepresidente Biden.
Un reciente trabajo investigativo del periodista Alex Thompson – Político se suma a otros reportajes que han reconstruido de manera casi concluyente el complejo y fascinante rompecabezas que condujo a Obama a apoyar a Clinton en las presidenciales de 2016. Como es sabido, Hillary Clinton perdió dicha elección por menos de cien mil votos en el colegio electoral, un margen menor al 0.1% del conteo total. El argumento predominante es que una candidatura de Biden habría remontado holgadamente esa diferencia. Hoy no tendríamos a Donald Trump ni a ninguna de las nefastas consecuencias que su gobierno trajo para EE.UU. y el mundo.
Pero el mundo se veía radicalmente diferente a finales de 2015. Apenas comenzaba el fuero de la campaña presidencial. Obama concluía su segundo mandato con altas tasas de aprobación y un crecimiento económico estable. EE.UU. había reparado su reputación internacional y reducido sustancialmente sus compromisos bélicos en el exterior. Una presidencia de Clinton representaba a su juicio la mejor continuación de sus políticas, y una profundización de los cambios sociales y culturales que Obama había liderado. La imagen del primer presidente afroamericano siendo sucedido por la primera presidenta estadounidense era demasiado poderosa y seductora como parteaguas en la historia.
Frente a esa alternativa, estaba la de apoyar a su leal vicepresidente Biden, blanco de origen irlandés, y una de las caras más conocidas en Washington por décadas. Como senador durante 36 años, Biden había intentado repetidamente ser precandidato presidencial, siempre sin mayor éxito. Pese a la admiración y afección personal que existía entre Obama y Biden, tanto Obama como su personal más cercano veían a Biden como un sucesor inviable. Por el contrario, Clinton gozaba de amplia popularidad al concluir su rol como Secretaria de Estado, y si bien mantenía una relación más estrictamente profesional con Obama, ambos compartían una afinidad intelectual. En las reuniones en la Oficina Oval, era frecuente que Obama y Hillary mostraran grandes coincidencias. Educados en escuelas Ivy League, ambos eran proclives a rodearse de tecnócratas. Biden, en cambio, había sido un mediocre como estudiante universitario y su estilo de liderazgo se asemejaba más al de Bill Clinton o Lyndon B. Johnson, quienes disfrutaban más del contacto directo con la gente y de las reuniones interminables con miembros del Congreso. Durante su estadía en la Casa Blanca, muchas de las recomendaciones de Biden fueron recibidas con escepticismo por Obama y los suyos.
Hoy en día la versión oficial que manejan los bandos de Obama, Biden y Clinton, es que la muerte repentina de un hijo de Biden en 2015 tuvo un impacto emocional tan grande que imposibilitó su candidatura presidencial. Sin embargo, como bien exponen Thompsony otros periodistas, lo cierto es que Biden y sus allegados fueron subestimados por Obama, hasta el punto de que muchos operadores de su administración desertaron rápidamente la insipiente precampaña de Biden, y pasaron a formar parte del aparato Clinton.
Ahora Biden se reivindica como virtual candidato presidencial del Partido Demócrata, en tanto que varios de sus asesores aún resienten que Obama no haya correspondido la lealtad incondicional que mostró Biden como vicepresidente en ejercicio. No deja de ser paradójico que Obama, reconocido por su temple y prudente cálculo político, con su visión inexorablemente puesta en el futuro, quizá haya sellado con su fatídico apoyo a Clinton el triunfo de Trump, la ruina de muchas de sus políticas, el agudo deterioro institucional que hoy sufre EE.UU. y el desastre que ha significado la repuesta gubernamental frente a la pandemia del Covid-19. De la manera más inconsciente, Obama pudo ser causante de desdibujar parte importante de su propio legado.