El 29 de mayo de 1453, el emperador Constantino XI fue asesinado por los turcos cuando la ciudad de Constantinopla (Estambul) fue finalmente tomada por el ejército otomano del sultán Mehmed II, después de un largo sitio.
Se dice que, en ese día de la batalla final, un agradable día de primavera, el senado bizantino se reunió para discutir algunos temas muy importantes. No, los temas en cuestión no eran los turcos invadiendo la ciudad y las murallas comprometidas por el ejército invasor. El tema que ocupaba a los padres de la patria: “¿Son los ángeles hombres o mujeres?”.
El emperador Constantino intentó en vano dirigir la discusión del Senado hacia el tema urgente de defender la ciudad de los invasores, sin embargo, el Senado decidió que las cuestiones “morales” que estaban discutiendo eran mucho más importantes.
Ese día, las murallas que protegían la ciudad desde los tiempos de Constantino el Grande, y que los bizantinos consideraban inexpugnables, fueron finalmente vencidas por la combinación del uso de cañones de gran calibre y el número de las fuerzas que el sultán otomano congregó fuera de la orgullosa ciudad.
Ahora bien, ¿cómo conectamos este episodio, que probablemente tenga algo de fábula, con la Venezuela de hoy?
De golpe y porrazo, como diría Pérez-Reverte, se me ocurren un sin número de ejemplos de lo que pudiéramos clasificar como discusiones bizantinas, en la muy fracturada Venezuela de hoy.
Aunque es tentador identificar y desglosar las cuestiones morales que ocupan la mente de nuestros “senadores” *, mientras las debilitadas murallas que aún permanecen en pie en nuestra atribulada nación tiemblan bajo el ataque de la barbarie, me limitaré a solo alguna de ellas.
Por décadas, Venezuela tuvo una industria petrolera dinámica, construida sobre los cimientos que dejaron las multinacionales de la época pre-nacionalización. PDVSA y sus filiales tomaron el testigo y construyeron a trocha y a mocha un paradigma de empresa estatal. Claro está, esa industria no era perfecta, y si ha de juzgarse por su destino en manos de los regímenes de Chávez y Maduro, ha sido un estruendoso fracaso. Ilustres “senadores”, tornados en expertos petroleros, no se cansan de discutir las virtudes y defectos de algo que ya no existe. Esa particular discusión bizantina la dejamos para los historiadores, si es que les interesa.
En el tema de las reservas de petróleo y gas, también nuestros “senadores” debaten acaloradamente. De un lado del pasillo del senado están los que hablan de las “mayores reservas de petróleo del mundo”, bandera de identidad patriótica, que enarbolada en lo alto de la muralla proclama nuestro dudoso derecho a retar a los productores del medio oriente. Por el otro lado del pasillo, circulan eruditos y técnicos enfrascados en demostrar que tales reservas no son tales, y para ello citan definiciones científicas y profundos estudios, demostrando fehacientemente que sus adversarios erran. Como para propósitos de mercado los recursos de nuestro subsuelo son prácticamente infinitos, archivaremos esa discusión para los que vayan a producir esas reservas, si es que les interesa.
-No olvide Usted, querido lector(a), que en el mientras tanto, en nuestra fábula, afuera de las murallas se congregan las fuerzas enemigas.
Y luego está el tema, el más peliagudo de todos, de la participación o no del Estado (y su imagen especular, el capital privado) en el esperado resurgimiento de la industria petrolera venezolana, en un futuro no tan lejano. En esta discusión uno debe entrar con precaución: Un paso en falso y se corre el riesgo de ser acusado, condenado a la hoguera por hereje, por ambos lados del debate.
Como si fueran teólogos medievales, los “senadores” de nuestra analogía tienen cruentos y circulares debates sobre este espinoso asunto. Los defensores de la ortodoxia estatal citan los textos antiguos de Betancourt, Pérez Alfonso, Torres y hasta el Decreto de Minas de 1829 (firmado por el Libertador), con su correspondiente exégesis, en la defensa del Estado como protagonista en el desarrollo de la industria. Mientras que, del otro lado del pasillo, sin textos antiguos que citar, a excepción quizás de los de R. Espinasa, F. Monaldi y P.L. Rodríguez (que ni tan antiguos), una alianza de apóstatas atávicos y recientes rescata su visión (a estas alturas otra ortodoxia) de que solo el capital privado puede rescatar la industria; el que escribe, por pragmatismo más que religión, se confiesa afecto a estos últimos.
En esas discusiones vemos a ingenieros convertidos en abogadosconstitucionalistas, economistas convertidos en ingenieros y a todos practicando teología sin licencia. No se da cuartel, no hay medias tintas. Todo o nada. Y como resultado, al igual que en Bizancio, profundización de la brecha.
En los corredores laterales de este imaginario senado, hay otras discusiones igualmente acaloradas, pero que por los momentos dejaremos silentes por puras razones de espacio.
-Y a todas estas, en nuestra analogía bizantina, ¿quién es el enemigo que acampa del otro lado de la muralla, mientras discutimos?
Definir el enemigo a nuestras puertas, pudiese ser también una discusión bizantina, pero como dueño de esta cuartilla me atrevo a esbozarlo, de manera incompleta no hay duda.
El enemigo, en dos palabras, es el progreso. Así como los novedosos cañones del ejército otomano fueron resquebrajando las murallas teodosianas que protegían a Constantinopla, el inevitable avance de la tecnología debilita, lenta pero seguramente, la ventaja política y económica que significa tener y producir petróleo. Y qué decir de sus aliados: La consciencia ambiental global, las energías alternativas y la competencia de otros productores, para solo mencionar algunos.
Podemos seguir pensando, como el senado bizantino, que nuestras murallas son inexpugnables, y que tenemos tiempo para continuar el debate sobre dicotomías anacrónicas. O podemos aprender de las lecciones de la historia y buscar de manera perentoria la convergencia necesaria que la situación y la ciudadanía reclama; la compleja situación que nos agobia, no solo en el petróleo, si no en muchos de los ámbitos de una nación en ruinas, necesita de acuerdos no dogmáticos, de liderazgos que eleven la mirada por arriba de lo sectario.
El petróleo no va a desaparecer de la noche a la mañana, ni tampoco tendrá la vigencia que alguna vez tuvo. No debo apostar el futuro de mi familia solo al petróleo, pero tampoco debo soslayar su importancia en la reconstrucción. Los dogmas impiden que veamos la realidad y tomemos decisiones que se adapten a una cambiante realidad.
A pesar de lo que digan los “senadores” de ambos lados del pasillo, no hay verdades absolutas en el tema de cómo desarrollar el petróleo. No se otorgan diplomas por ganar la discusión bizantina. La historia premia al que salva la ciudadela y evita, metafóricamente, que nuestro futuro sea masacrado.
Lograr que Venezuela sobreviva y florezca en el futuro requiere de ideas que sustituyan los viejos dogmas. Eso es más importante que determinar el sexo de los ángeles, para eso ya habrá tiempo.
(*) “Senadores” es una analogía de conveniencia para todos aquellos venezolanos, incluyendo al autor, que opinan sobre los temas de la nación con mucha vehemencia y con alguna sapiencia.