En la aldea
15 enero 2025

Yady Campo Ramírez, Licenciada en Educación con Maestría el Literatura Latinoamericana y del Caribe. Ganadora del XV Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, México, 2018.

Yady Campo: “Yo no podría lidiar con uno XS”

Autora de una novela protagonizada por una aspirante a sexóloga, la tachirense Yady Campo había estudiado la literatura erótica en su tesis de maestría. Su gran tema, sin embargo, es la cotidianidad de las mujeres y sus pequeñas batallas.

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Milagros Socorro | 29 junio 2020

La protagonista de Nubes negras sobre Bianchi, la novela de la venezolana Yady Campo Ramírez, que está disponible en internet no es ninguno de los dos personajes más relevantes, ambas mujeres. El verdadero rol estelar lo desempeña el habla. En esta obra, ganadora del Premio Internacional de Narrativa “Ignacio Manuel Altamirano”, convocado por la Universidad Autónoma del Estado de México en 2018, los diálogos parecen transcritos de la charla de dos amigas a quienes une la confianza, la desfachatez y el origen provinciano. Tal es la afinidad entre ambas que a veces cuesta identificar quién es la hablante, porque las dos se entregan a idéntica verborrea salpicada de localismos tachirenses y mucha desinhibición.

Bueno, pues la toche buseta esa llegó a las once. Yo a

las diez estaba como un chompín en La Previsora y pa’ qué,

ya la doctora estaba ahí esperándome. Al rato llegó Aldo

con su novio, quien resultó ser un carajito. No, chama, pero

ese niño es bello. Bello es poco. Parece un ángel, usted lo

viera. Ah, bueno, ahí están las fotos del face. Usted lo vio:

Espectacular. Y además es educado. No parece caraqueño,

con eso le digo todo”.

Nacida en San Cristóbal, estado Táchira, el 2 de septiembre de 1977 (“más gocha y más virgo, imposible”), Yady Campo vive en Santiago de Chile desde 2017. Sus padres siguen en Venezuela.

-Mi mamá -explica Campo- fue ama de casa toda la vida, aunque siempre se inventó vainas para ayudar a criarnos: Desde vender sábanas a cuotas entre sus vecinos hasta hacer postres por encargo. Mi papá, obrero en una fábrica de resortes por más de treinta años, nació en Barranquilla y se vino a los once años a Venezuela para ayudar a sus hermanitos aún chicos. Ahora tiene 71 años y está jubilado.

Yady Campo es licenciada en Educación Básica Integral (ULA-2007) y magíster en Literatura Latinoamericana y del Caribe (ULA-2014). Fue profesora universitaria entre el 2008 y el 2011. Y en todo ese tiempo no ha dejado de escribir narrativa ni, por cierto, de ganar premios y distinciones. Fue finalista en el I Premio de Narrativa Breve Villa de Madrid (España, 2015); recibió el Premio Mayor de las Artes y de las Letras (Venezuela, 2006); finalista en el I Concurso Internacional de Cuento Corto Álvaro Cepeda Samudio (Colombia, 2005) y ese mismo año, 2005, obtuvo una Mención Honorífica en el I Concurso Nacional de Cuento para jóvenes autores Policlínica Metropolitana, certamen del que quien escribe esta nota fue jurado. Fui yo quien le entregó el diploma a la joven escritora. Un dato que es ella quien me refresca al terminar la entrevista.

“Debo reconocer que me estimuló haber recibido una mención honorífica en el I Concurso de Narrativa de la Policlínica Metropolitana (2005). Eso, definitivamente, me cambió la vida”

Yady Campo Ramírez

Para su tesis de maestría, hizo una indagación sobre el erotismo y la pornografía en dos novelas de la colección “Letra Erecta” de laEditorial Alfadil. Un resumen de ese trabajo puede verse en este link. “Intenté demostrar que, a pesar de ser dos novelas premiadas como eróticas, tenían ciertos pasajes con características pornográficas (sin el dejo negativo que se puedan estar imaginando) vistas estas como una expresión del arte tan válida como el erotismo”.

Comenzó a escribir a los 26 años, “intentando imitar el éxito editorial de la escritora regional más vendida en el Táchira: Lolita Robles de Mora, quien a través de su libro ‘Leyendas del Táchira’ había logrado capturar un amplio público de todas las edades. Así que hice un libro con historias basadas en las montañas, los espantos, las creencias, pero mucho más personal. Lo hice y me gustó. Además, debo reconocer que me estimuló haber recibido una mención honorífica en el I Concurso de Narrativa de la Policlínica Metropolitana (2005). Eso, definitivamente, me cambió la vida”.

-Me llama la atención que, aunque te interesan la literatura erótica y el porno, tu novela no participa de estos géneros. La protagonista tiene varias parejas sexuales, pero la narración no la acompaña en sus encuentros.

-Me gusta la literatura erótica, pero no hallo en esas lides comodidad. Al menos, no tanto como hablar de sexualidad. Por eso, en ‘Nubes negras sobre Bianchi’, la protagonista puede hablar abiertamente de sus parejas, pero no narrar con detalles sus encuentros. Además, si quería ser una narradora osada, no solo debía mencionar temas que suelen negárseles a los personajes femeninos, sino crear diálogos y confesiones que rayaran en lo grotesco. Me pareció tan liberador que ambas chicas pudieran conversar sobre sus gustos, inclinaciones, preferencias, mitos y hasta sus concepciones personales de cómo debería ser el tamaño del pene, por ejemplo.

yady campo
“En ‘Nubes negras sobre Bianchi’ me pareció tan liberador que ambas chicas pudieran conversar sobre sus gustos, inclinaciones, preferencias, mitos y hasta sus concepciones personales de cómo debería ser el tamaño del pene, por ejemplo”.

-¿Tiene alguna importancia el tamaño del pene?

-Si le preguntas a Rosaura, la coprotagonista de ‘Nubes negras sobre Bianchi’, te diría que sí, y mucha. Tanto, que ella solo recuerda con cariño aquellos amantes cuyos miembros eran XL. Pero si tengo que responder yo, diría que sí, aunque sin la obsesión de Rosaura. Yo no podría lidiar con uno XS.

-En la novela hay un personaje aludido (no aparece actuando en la trama), llamado el Catire Henry, un joven homosexual, cuyo asesinato quedó impune. Es evidente que la intención de la novelista no es hacer un alegato sobre los crímenes contra personas trans, pero no hay duda de que logra visibilizar una realidad que suele desconocerse. El personaje del Catire Henry, ¿tiene referencia en lo real?

-Sí. El Catire Henry fue un caso bastante conocido en el Táchira. Si bien en su momento la prensa jugó el rol de cubrir el episodio de manera rauda, la gente, a lo largo de los años, ha perpetuado su memoria y no ha permitido que se olvide. Yo siempre quise escribir sobre ese caso. Y aunque inicialmente la novela se trataría de él, decidí ubicar la historia en Caracas y con casos más recientes, con la idea de que así obtendría mayor atención. Al final, descubrí que lo sucedido con ese chico se repite año tras año en las grandes ciudades de Latinoamérica y conservan ese tratamiento indiferente por parte de las autoridades encargadas de resolver ese tipo de crímenes.

-¿Cómo era tu vida antes de la emigración?

-Horrible. Decidí irme de Venezuela porque me sentía en una cárcel pagando una condena. La cosa en el país se estaba poniendo tan fea que ya no podía ni mantenerme, y eso que trabajaba muy duro en una Caracas cada vez más convulsa. Ya empezaba por entonces a golpear la escasez en la capital (cosa que en los estados del interior llevaba años). Decidí emigrar porque ya en Venezuela no veía posibilidades de vivir dignamente; de hecho, vivía súper frustrada por la precariedad con que vivía (y eso que yo al menos tenía empleo). Y seguía escribiendo para buscar un sentido a mi vida mientras centraba mis esfuerzos en ahorrar para irme. En los últimos tiempos ya no iba a eventos literarios, como cuando recién llegué a Caracas (en 2012), porque me daba mucha frustración no poder comprar libros o quedarme hasta el final de las conferencias, en las ferias de libros, por no tener para un taxi si me agarraba la tarde. Así que mi vida, en los días previos a migrar, se resumía en esperanzas de conseguir un mejor futuro y ayudar a mi familia que se quedaba.

-¿Por qué escogiste Chile?

-Tomé a Chile como rumbo porque acá tenía (y tengo) a una prima, que podía recibirme unas semanas (e incluso, unos meses) mientras conseguía empleo y me independizaba. Reconozco que toqué otras puertas. Primero, a mis primos en Barranquilla e incluso a unos amigos en Bogotá; luego, a unos amigos en Córdoba, Argentina; y, hasta me postulé para becas en México y Costa Rica, pero todos exigían muchos más dólares de los que yo tenía. Así que mi primita fue esa tabla de salvación que tanto necesitaba y a quien debo la dicha de poder salir, a pesar de todo el dolor que conlleva emigrar y alejarse de la familia.

“He llegado a pensar, en medio de mis días más grises y de la desazón que me produce no ver salida a la tragedia de Venezuela, que no volveré nunca y que mi destino es seguir siendo migrante”

Yady Campo Ramírez

-¿Cómo te fuiste?

-Me vine en un vuelo hasta Quito. Y de ahí en adelante tomé bus tras bus hasta llegar a Santiago. Los nueve días más duros de mi vida. Aunque tuve la suerte de viajar con gente maravillosa que gentilmente me cuidaban las maletas mientras entraba a un baño, por ejemplo; o se sentaban a comer conmigo en esas paradas obligatorias que hacen los buses en viajes tan largos, ninguno era mi familiar, así que fue duro, desafiante y un impulso más para no temerle a nada. Lloré mucho, como la consentida que había sido hasta ese momento. Pero siempre confié en que valía la pena.

-¿Y valió la pena?

-Sin duda. Trabajo como docente de Lenguaje y Comunicación en un colegio subvencionado; es decir, que recibe aportes del Estado para mejoras de infraestructura, gastos administrativos, etc. Más que contenta, estoy agradecida, pues, aunque Santiago es una ciudad costosa y los sueldos de los maestros son relativamente bajos, yo me siento bendecida por poder ejercer como docente y vivir dignamente. Además, la labor con niños es maravillosa. Me han tratado muy bien, tanto colegas como padres, directivos, etc. Y quizá lo más esencial: Ayudo desde acá a mi familia. Cada centavo que envío es oxígeno para mis padres.

-¿Quisieras regresar a Venezuela?

-No. Así como está el país, no. La única manera de volver sería que la economía mejorara y, sobre todo, que se dieran condiciones mínimas para vivir allá con dignidad. Sé que hay muchísima gente guapeando ante la nefasta crisis. Los respeto muchísimo, pero ya que estoy lejos (lo que no significa que esté ajena), prefiero seguir por acá mientras tanto. He llegado a pensar, en medio de mis días más grises y de la desazón que me produce no ver salida a la tragedia de Venezuela, que no volveré nunca y que mi destino es seguir siendo migrante.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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