-Habló usted de arrinconamiento de la Iglesia católica en el siglo XIX, debido a las penurias que pasó. ¿Cuándo cambia esa situación?
-Si la sociedad prospera, la Iglesia prospera. Los ingresos del petróleo llegan sin dificultad a las diócesis, especialmente si los obispos han disimulado frente a las atrocidades de las dictaduras de Castro y Gómez. Más silencio, más plata.
-Pero eso no explica lo que pudiéramos llamar un cambio para bien ante las necesidades de la gente y frente a los abusos del poder.
-Ahora volvemos a la época de los seminaristas bien prepararos y de los curas cultos de verdad. Ya antes de que termine la primera mitad del siglo XX, se anuncia una nueva generación en el sacerdocio y en la jerarquía, que cambiará del todo su entendimiento de los problemas nacionales y de la participación política. Si a esto le agrega usted que en Roma están cambiando las cosas desde los tiempos de León XIII, hasta el punto de pensarse en sindicatos de obreros católicos y en partidos socialcristianos, topamos con el primer gran escalón que conduce a la cúspide de popularidad y las muestras de compromiso político que hoy distingue a la iglesia venezolana. Y perdone usted que no me extienda más, pero debo tocar las campanas.
-Me retiro sin explicaciones sobre hechos más cercanos, pero alegre por los sonidos que brotan de un campanario cada vez más entrañable.