Cabe sospechar que nunca le dijo que no a alguien que le pidiera audiencia. Amigos, compañeros de lucha, estudiantes, tesistas, periodistas, investigadores… ya en los últimos años recibía auténticas multitudes en su casa. Formé parte de la legión desde que Pompeyo Márquez despachaba en una oficina. Su generosidad no tenía límites. Te orientaba acerca de un episodio de la historia reciente de Venezuela; hacía perfiles rápidos de personalidades; precisaba conjeturas; daba testimonios llenos datos, gracia y vivacidad. Era un oráculo. Podía equivocarse, desde luego, pero jamás pergeñaría una versión de los hechos con mala fe. Ni mucho menos, aburrida. Desde su perspectiva, el devenir venezolano del siglo 20 era una historia de aventuras apasionantes, donde trepidaban los bandos, florecían individualidades de portento y la geografía de Venezuela abrigaba vericuetos y delirios.
Pompeyo Márquez es la expresión más cabal de una generación que combinó la acción política -incluso, insurreccional- con el pensamiento; y probablemente, fue también el más querido. Sin duda, el más respetado.
Este 28 de abril, Pompeyo Ezequiel Márquez Millán hubiera cumplido 98 años. No llegó a alcanzarlos, pero los arañó. Murió a los 95 años y casi hasta el último día entregó puntualmente sus colaboraciones periodísticas. Conocido por su arrojo físico y su alta moral en el presidio, Pompeyo Márquez era también un gran lector. Tania, su hija mayor, contó que “incluso escondido de la dictadura, se levantaba temprano, se bañaba, se arreglaba, como si fuese a salir. Se sentaba y estudiaba, leía, se informaba”. Tal era su avidez lectora que en cierta ocasión, cuando me encontraba conversando con él en su casa, vino su esposa, Yajaira Araujo, a preguntarme si quería tomar algo y en el minuto en que me dirigí a ella para pedirle agua, Pompeyo se concentró en una revista. Volví mi atención a él y tuve que esperar a que terminara el párrafo. “Tengo muchas lecturas pendientes”, me explicó. “Y, finalmente, se lee así, de línea en línea”.
Nació el 28 de abril de 1922, en Ciudad Bolívar, donde su padre, quien era, a decir del hijo, “de esos generales chopo e’ piedra”, proveniente de una familia acomodada de Cumarebo, se había instalado para atender una finca ganadera y una embarcación con la que carreteaba ganado. Este hombre murió cuando Pompeyo tenía seis años. La madre, entonces, se trasladó a Caracas, donde tenía familia. La madre de Pompeyo se llamaba Luz María Millán, pero ha debido apellidarse Eljuri, porque era la hija no reconocida de Elías Eljuri, libanés residenciado en Coro y hombre muy ilustrado.
El destino, que siempre jugueteó con Pompeyo, quiso que la herencia paterna, que incluía también unos terrenos en Anzoátegui, donde luego se descubrió petróleo, fuera dilapidada por aprovechados que engatusaron a la viuda. Nacido rico, el niño Pompeyo se vería obligado a trabajar desde los 7 años en una bodega, propiedad de un tío, donde se afanaba cuando regresaba de la escuela. Cuando la bodega, que había sido adquirida con los recursos dejados por el padre muerto, quebró, la madre y los cuatro muchachitos empezaron a dar tumbos por diversas casas de vecindad.
A los 13 años empezó a trabajar como repartidor en sucesivas bicicleta en tiendas mayoristas de medicinas. Mientras tanto, estudiaba primaria, secundaria, contabilidad y mecanografía. Con esta preparación empieza a trabajar en la prensa, donde hizo de todo: Fue periodista, linotipista, diseñador, distribuidor, director, articulista, pregonero, miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas… No hay función del periodismo que Pompeyo Márquez no ejerciera.
“Los compañeros decían que yo, en lugar de sangre, tenía tinta en las venas. Es mi vocación natural, que comenzó cuando a los 17 años edité un periodiquito en multígrafo hasta el día de hoy”, me dijo en una entrevista que le hice en 2016 para hablar de su ejercicio periodístico. Me explicó que, dado que se había iniciado en la política a los 14 años, en 1936, cuando se inscribió en la Federación de Estudiantes de Venezuela, todo lo que había hecho a partir de entonces “era por una necesidad política”. Por esos mismos años se unió al Partido Comunista de Venezuela, cuya secretaría general ejerció y donde permaneció a lo largo de la dictadura de Pérez Jiménez, lo que le valió la persecución de la temible Seguridad Nacional (enviaría a su familia a vivir a la Unión Soviética por esos años); durante los años ‘60, cuando esta organización se fue a la lucha armada, hasta 1971, cuando se separó para fundar el MAS (Movimiento al Socialismo).
-Ese primer periódico mimeografiado -me dijo en aquella entrevista- se llamaba ‘Juventud’. Esa hoja después la trasformamos en un mensuario, ‘El Sanjuanero’, que recogía los problemas de los barrios y de las fábricas ubicadas en San Juan. Yo era el director, el corrector de pruebas y el impresor.
En 1941, cuando se funda el diario Últimas Noticias, Pompeyo integró el equipo de reporteros. “No por mucho tiempo, porque año y medio después salió El Nacional y Miguel Otero me ofreció 300 bolívares como reportero, pero su padre, que sabía que yo era organizador, me ofreció 600 bolívares por la distribución. Por eso, el primer distribuidor de El Nacional a escala nacional fui yo”.
-Por cierto -agregó- esa era una actividad colateral. Cuando estaba en El Nacional también estaba en ‘El Sanjuanero’, porque yo trabajaba de noche y el día lo dedicaba al partido, a hacer activismo, a fundar y apoyar sindicatos, a fundar el partido en las regiones de Venezuela y ayudar a crear sus periódicos. Yo fundé diez periódicos, incluido Tribuna Popular, órgano de prensa del comité central del PCV, con Gustavo Machado, quien fue su primer director. Ahí conocí a Teodoro Petkoff, quien vino a ofrecerse como reportero de deportes, naturalmente, sin cobrar. Él tenía que pagarse incluso el transporte.
“Yo escribía todo el tiempo. En la clandestinidad cargaba mi maquinita de escribir portátil. Cuando me mudaba de una casa a otra, lo primero que cogía era la máquina.
A veces hacía seis o siete notas al día. Era una cosa abrumadora. Escribir en la prensa clandestina es muy emocionante. De 1952 al 56, cuando aquí no se movía una paja contra la dictadura, lo único que aparecía era Tribuna Popular. De entonces es mi seudónimo Santos Yorme, (Santos por Santos Luzardo, el protagonista de Doña Bárbara, y Yorme, una combinación de PompeYo MáRquEz) con el que firmaba columnas no solamente nacionales sino internacionales”.
Pompeyo Márquez fue Senador al Congreso Nacional; integró la COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado) creada durante el gobierno de Jaime Lusinchi; en 1989 fue designado por Carlos Andrés Pérez como miembro de la Comisión Presidencial para Asuntos Fronterizos Colombo-Venezolanos (COPAF), presidida por Ramón J. Velásquez; de febrero del 94 a febrero del 99, durante el segundo gobierno de Caldera, fue ministro de Estado para Asuntos Fronterizos. En 1998, cuando Hugo Chávez se presentó a las elecciones presidenciales, el MAS decidió apoyarlo y Pompeyo dejó el partido. Desde entonces adversó al golpista del 92 sin descanso.
-¿Hay algo de lo que se arrepiente? -le pregunté en la citada entrevista, inédita hasta ahora.
–Me arrepiento -respondió- del informe de la Sexta Conferencia del Partido Comunista donde me designan justamente secretario general, donde yo eché plomo a todo el mundo con un sectarismo que me avergüenza. Ese informe quisiera quemarlo. Afortunadamente, se ha desaparecido. El último ejemplar se traspapeló con esta mudadera que he tenido.
Pompeyo Márquez tuvo una vida muy cumplida. Protagonizó decenas de episodios que alimentan su leyenda. Pero hubo una promesa que repitió y no llegó a honrar: “Por mí no se preocupen. Yo no me voy a ir sino en democracia plena, cuando se hayan ido estos malandros…”.