En un evento público frente a centenares de ilusos seguidores, Hugo Chávez afirmó: “Pónganme el precio del petróleo a 0 y Venezuela no entra en crisis”; la pobre audiencia se desató en aplausos.
Un Chávez crecido, jaquetón y sobrado pronunció esa frase. No hubo necesidad que el precio de petróleo llegara a “0” para que nuestro país entrara en la más pavorosa crisis que jamás hayamos vivido desde que el oro negro fuera descubierto, en 1914, en el pozo Zumaque 1. Para ello, bastó la incompetencia, ineficiencia y el latrocinio de él y sus seguidores.
El país ha sido destruido en sus cimientos institucionales, productivos, de infraestructura, y en valores éticos y morales.
La reconstrucción será una tarea épica que requerirá de las mejores personas, adornadas de probidad, honestidad y competencia. Si esto no es así, el país entrará en una vorágine destructiva adicional, de la cual no se saldrá en varias generaciones.
En este sentido, en cuanto al tema del petróleo, el chavismo-madurismo desperdició una oportunidad histórica de trasformación real, que difícilmente se volverá a presentar: Un presidente con el caudal político de Chávez, y los inmensos recursos económicos de los cuales dispuso. Salir de esta crisis no será una tarea menor.
Como si fuera poco, con un país destruido, se presenta esta crisis mundial jamás vista, la pandemia del coronavirus. Pero ya las cosas estaban mal. Ahora irán a peor. El comportamiento jaquetón y burlón de Chávez era frecuente en sus apariciones públicas. Todos recordamos el “exprópiese, exprópiese, exprópiese” en los alrededores de la Plaza Bolívar de Caracas.
Igual sucedió con el célebre pitazo del 2002, cuando inició el despido de 20.000 trabajadores de la industria petrolera. Esta es historia conocida, así como el efecto devastador que dicho acto tuvo en la industria petrolera. La incompetencia, incapacidad, y propensión al robo y al saqueo de quienes sustituyeron a los despedidos, ocasionó lo que todos hemos presenciado: Caída de la producción, parálisis en la actividad refinadora, y grave escasez de combustible, que los venezolanos padecen en las interminables colas que hoy hacen para medio surtir sus vehículos, si es que lo consiguen.
En los dos últimos meses, el mundo del petróleo del cual depende nuestro país, ha estado convulsionado e inestable. Desde 2016 los países de la OPEP y Rusia venían cooperando para mantener, con serias dificultades, un mercado petrolero estable. Pero en diciembre el acuerdo antes mencionado llegó a su fin por la negativa de Rusia de continuar adherida al mismo. Al presentarse la desavenencia, Arabia Saudita tomó la decisión, a nuestro juicio caprichosa e inmadura, de colocar casi dos millones de barriles por día, adicionales al mercado. Los precios iniciaron una vertiginosa caída, la cual se exponenció con la aparición de la pandemia del coronavirus.
El mundo entero se ha paralizado, se cerró la actividad industrial, y se paralizó el tráfico aéreo y automotor. Hemos entrado, unos más otros menos, en un estado de confinamiento y parálisis casi mundial.
El problema estructural del mercado, y el coyuntural, han producido la debacle que hemos visto en los últimos días, cuando el petróleo americano WTI se ha vendido a -37 dólares por barril. Esta situación se ha venido presentando por dos razones: Los Estados Unidos, estimulado por los altos precios del petróleo y el gas natural antes del 2015, desarrolló una vigorosa industria extractiva de yacimientos no convencionales, lo que popularmente se llama fracking. Este país pasó de ser altamente dependiente de las importaciones petroleras a ser un país marginalmente importador. En los últimos diez años la producción de petróleo ha aumentado en 8 millones de barriles por día, para una producción total diaria de 13 millones de barriles por día, convirtiéndose de esa manera en el principal país productor de crudo del mundo.
Otro tanto ha ocurrido con la producción de gas de yacimientos no convencionales. El país ha aumentado su producción de gas en 75 mil millones de pies cúbicos de gas por día, estos hechos tienen una gran importancia desde el punto de vista geopolítico. Los Estados Unidos siendo autosuficiente tiene una visión diferente de la geopolítica del Medio Oriente.
El otro problema es el coyuntural. La pandemia del coronavirus, como señalamos anteriormente, ha paralizado al mundo y derrumbado la demanda. Hace un par de semanas, la OPEP, Rusia, México y otros productores, acordaron sacar del mercado unos 10 millones de barriles de petróleo por día. Tal cantidad, evidentemente, no ha sido suficiente. Aún así, el mercado está por el suelo. En estos momentos es muy difícil, sino imposible, determinar el volumen de crudo que habría que sacar del mercado para que el mismo se estabilice. Cualquier cifra será aventurada estimarla.
Algo sí está claro: Son muchos los países afectados por la caída de los precios del petróleo. Los países de la OPEP, Rusia, México y otros países productores-exportadores, así como los Estados Unidos, están siendo afectados.
Arabia Saudita y los otros productores de las monarquías del Golfo han acumulado importantes recursos financieros que le permiten sortear, momentáneamente, la crisis de los precios. En una menor proporción Rusia también tiene sus reservas. Pero indistintamente de las cantidades que puedan tener, una crisis prologada es inconveniente para todos ellos. Pero Estados Unidos está en una situación muy compleja. Los preciospor debajo de 30 dólares por barril ponen en muy serias dificultades a buena parte de los productores de petróleo y yacimientos no convencionales. Muchas empresas dedicadas a esa actividad están teniendo problemas financieros. Algunas están cerrando sus actividades y buena parte de los taladros dedicados al fracking están siendo paralizados. Esta situación le planeta al presidente Donald Trump un serio problema político. Su país corre el riesgo de ser nuevamente un importador neto de petróleo y, por otra parte, va a generar un serio problema de desempleo en Texas, Nuevo México, Las Dakotas y Pensilvania, con lo que ello significa en un año electoral.
También atraviesa por muy serios problemas los exportadores marginales de petróleo, que no significa mucho volumétricamente, pero que para sus economías y cuentas externas son de un peso significativo.
Todo lo anteriormente dicho nos hace pensar que los intereses son tantos, y afectan a tantos países que deberá buscarse un acuerdo, en el cual participen todos los países exportadores, de manera que todos ellos contribuyan al logro de un mercado petrolero equilibrado y estable. Una suerte de un acuerdo global para la estabilización del precio del crudo.