-Hablaste el lunes de que la Independencia no te había interesado mucho, pero te interesaron en exceso los caudillos de las guerras civiles porque no les aguantaste una pedida. Toquemos ese punto.
-Eran los que estaban más cerca, gente de los campos y de los vecindarios del lugar, y los que más se parecían a mí. Hablaban como yo y me trataban con confianza en los campamentos. Cuando llegaron al poder se alejaron, pero antes me permitieron entrañables ratos de confianza, espacios de familiaridad con los poderosos que jamás había tenido y que después no han sido frecuentes. Muchas veces me miré con gusto en su espejo. No debes ser tan crítico con esos caudillos, porque gracias a ellos permanecí con aliento en una tierra muerta de hambre y dirigida por pícaros.
-¿Gómez no te pareció pícaro?
-Jamás se me ocurrió pensar en eso. Yo al general le tenía miedo, mucho miedo, temores que jamás sentí ante mis anteriores jefes porque ninguno fue tan dominante, ni tan duro por tanto tiempo. Me amansé durante su gobierno, perdí los ímpetus, olvidé proezas anteriores y bajé la cabeza en silencio. El pánico, amigo, pero no solo lo sentí yo sino también la gente de dinero, los escritores famosos, los profesionales, los caraqueños y los llaneros, los del norte y los del sur, los curas de las iglesias y los maestros de las escuelas. Juan Bimba tuvo mucha compañía en esa larga sumisión ante Gómez, semejante a la que mostró después con Pérez Jiménez. Una cobardía lamentable. Todo fue por miedo, porque de la plata que le entró entonces a Venezuela a mi no me tocó para comer con decencia, ni para que me cuidaran la salud en los hospitales, ni para que me enterraran como hijo de Dios.
-¿Por qué te gustaron después los adecos, y los políticos que quisieron ser como ellos más tarde?
-Los adecos fueron otra cosa. Volvieron a hablarme como los añorados caudillos y entendía lo que me decían. Topaba con ellos en todas partes, se volvieron gente conocidísima y digna de confianza, hasta el extremo de que no se me ocurrió vacilar cuando me invitaron a hacer la revolución para acabar con lo que quedaba de gomecismo. La política se me metió en el cuerpo, y no tengo cómo pagarles a los adecos que me hicieron sentir otra vez la sensación de estar vivo y de ser importante. En ese aspecto también incluyo a los copeyanos, cuando se empeñaron en buscarme y en coquetearme siguiendo el ejemplo del “partido del pueblo” porque también quisieron ser un partido del pueblo. También los copeyanos me dieron mucho oxígeno, hasta que se olvidaron, como se olvidaron los adecos, de la mudanza que habían provocado en mis ideas y en mis procederes.
-¿Cuáles fueron los motivos reales de esa mudanza que te hizo distinto?
-Los discursos no pasan en vano, se te meten en el pellejo y se aferran a tu memoria. Esos discursos me fueron cambiando poco a poco, y la sensación de concretarlos en los mítines, en los abrazos de los dirigentes y en los actos electorales cada cinco años. Es la escuela que te obliga a crecer o, si niegas la posibilidad de que Juan Bimba haya crecido, que te hace cada vez más distinto del Juan Bimba viejo, del Juan Bimba crédulo y del Juan Bimba entusiasmado.
Menudo rompecabezas para la política de la actualidad, que debes completar el viernes. Espérame, pues.
Continuará el viernes 10 de Abril…