El chavismo siempre ha sido sobreactuado. Y, como ocurre con todos los casos de sobreactuación, lo que esta trata de encubrir es la mentira. Nicolás Maduro y los voceros del régimen intentaron negar la existencia del coronavirus no hasta que esa operación de encubrimiento de la realidad fue imposible, sino hasta que completaron una estrategia para servirse de la pandemia para sus fines.
Con la peste, todos los gobernantes han desnudado su verdadera faz. Los serios se han puesto al frente del problema y lo han manejado con sobriedad y eficiencia; los irresponsables lo han sido hasta costarle miles de muertos a sus pueblos; los totalitarios han ocultado cifras, han apresado médicos y han puesto a rodar ficciones en las cuales los hospitales de campaña brotan de la noche a la mañana como las florecitas silvestres en el borde las carreteras; los voluntariosos confiaron en que el rebaño premunido de la superioridad de Albión los pondría a salvo del desastre y terminaron contagiados tanto el jefe del Gobierno como el mismo príncipe heredero; y en el último grado está Maduro, quien, al verse la ola encima, al principio fingió conducirse como un estadista y repitió algunas sentencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) -impostación que le duró unas horas-, pero rápidamente mostró su verdadera faz: La crueldad. No hay otra forma de decirlo: Son malvados, alevosos, desalmados. Algunos lo atribuyen a la hipnosis cubana, porque, efectivamente, pocos regímenes ha habido en el mundo tan despiadados como el castrismo.
Con la excusa de la cuarentena, Maduro sometió a la población a un control que no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo, puesto que los venezolanos están encerrados, en su mayoría, sin comida (más del 60% está en la economía informal, lo que supone que debe salir de su casa a procurarse los recursos para el condumio de cada día; y a este porcentaje deben sumarse los empleados públicos, condenados a recibir un salario en bolívares, así que deben rebuscarse también diariamente); sin agua (más del 60% de los venezolanos padecen escasez de agua); con un servicio de electricidad intermitente; con la peor internet del mundo; sin combustible (reservado a militares y autoridades); y con las fuerzas represivas desplegadas en las calles.
¿Qué país del mundo tiene, como parte de su política sanitaria, regadas en las calles, con órdenes de reprimir, al ejército, a la policía, a las bandas de colectivos, a las siniestras FAES y a las guardias pretorianas de gobernadores y alcaldes, cada una con normas distintas y, desde luego, discrecionales? Se lo diré: Solo uno, Venezuela, el país oprimido por el chavismo. Pero esto no es todo. También hay “comisiones” integradas por supuestos funcionarios de Barrio Adentro y otros parapetos chavistas, dedicados a hacer supuestas inspecciones en casas de políticos opositores, de defensores de derechos humanos y hasta de familiares de mártires de la represión, como fue el caso de los padres del estudiante Juan Pablo Pernalete, asesinado en el marco de las protestas de 2017, quienes fueron molestados por cuatro individuos que dijeron ser del Consejo Comunal y de una misión de médicos cubanos.
Pocas horas después de anunciada la cuarentena en Venezuela, se desataron los secuestros de opositores, sobre todo, ligados al equipo del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó. En este contexto, Maduro apareció en VTV instigando “la Furia Bolivariana”, que al siguiente día había dejado traza de su inspiración fascista al dejar pintas en las casas de dirigentes de distintos partidos opositores con amenazas de muerte, frases violentas y alusiones homofóbicas. Su catálogo de siempre, por cierto. En su extrema vesania y cobardía, hicieron esto en las viviendas de las madres de algunos opositores, incluidos diputados.
Mientras la OMS avisa a España de que las medidas de confinamiento no son suficientes para controlar la epidemia; y que debe tenerse un plan para perseguir al virus después del confinamiento, Maduro arremete contra lo que queda de la economía y de la producción de alimentos en Venezuela. Y mientras las fuerzas armadas de las democracias echan una mano montando hospitales de campaña, desinfectando espacios y aportando su propio personal sanitario, los uniformados venezolanos se suman al acoso de la población con la saña de perros rabiosos; parapetan alcabalas con las que inoportunan, interrogan, intimidan y, por supuesto, matraquean. Han llegado a conformar grupos de ciudadanos que están en la calle, desatendiendo con ello la orden de aislamiento, porque deben salir a buscar agua o comida, y los obligan a hacer sentadillas y otras maromas del devenir cuartelero.
La tuitera Adela Dessiré, @adeladessire, expresaba en estos días la desazón que experimenta el país en los siguientes términos: “Hoy estaba pensando que si todo empeora para que pronto logremos la liberación, lo resistiremos con gusto. Pero temo que empeore para que el régimen suba el nivel de represión y nos lo implante como forma de vida”.
Ese es, a todas luces, el proyecto de la dictadura, implantar la cuarentena, el soñado control absoluto, la desmovilización de la ciudadanía, el corte radical de los lazos entre las personas, el vaciamiento del espacio público, donde se producen los intercambios de todo orden, la monopolización del abastecimiento en manos del ejército y la milicia chavista; y, por supuesto, el fin ulterior, cual es la atomización de la protesta y el aplastamiento, por todos los medios, incluidos los criminales, de la oposición.
Si admitimos que la bondad existe, también debemos aceptar que el mal es un hecho; y que ha clavado sus garras en Venezuela. No por nada muchos le tienen más miedo al chavismo desbocado en las tinieblas de la cuarentena, que al mismo mal de Wuhan.