En la aldea
26 diciembre 2024

La incógnita que dispara el cortisol de la cúpula chavista

¿Negocio o no negocio? Esa es la pregunta que zumba en el cerebro de la élite gobernante. La filosofía del mindfulness (anclarse en el presente) puede resultar letal para los hijos de Chávez, que cargan con el fardo de múltiples tropelías. Es precisamente ese pasado lo que abona la tesis de que Maduro y compañía temen al futuro. Y el miedo también es un poderoso factor para negociar. Desde que se cumpla la Maldición del Dabukurí hasta la caída de un fantasioso dron. Todos estos escenarios activan las glándulas suprarrenales del régimen.

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Gloria M. Bastidas | 30 enero 2020

La carta de la inmolación surte -por ahora- el efecto de un salvoconducto para Nicolás Maduro y su grupo. Se trata, eso sí, de un salvoconducto endógeno. Muy limitado. Con corsé. Ya vemos lo que pasó con Delcy Rodríguez en Madrid. El atrincheramiento al que ha apelado el chavismo constituye una suerte de fuero. Un buen chaleco salvavidas en medio de un mar agitado en el que navegan sanciones y listas negras de la OFAC. Pero ese fuero ni es total ni es perpetuo. Las placas tectónicas de la política están en constante movimiento. La élite que ha hecho de Miraflores un búnker debe haber cavilado sobre esta pregunta: ¿Y qué pasa si no negociamos a tiempo? El escritor Alejandro Rossi decía que el hombre es hijo del miedo. El miedo que se convierte en interrogantes. En dudas. En dilemas. En inseguridad. Imaginemos que podamos darle power al cerebro de Maduro o al de Cabello. La entrépita resonancia magnética seguramente arrojaría datos curiosos sobre las incógnitas que flotan en sus mentes. Incógnitas que zumban como moscas.

¿A qué nos exponemos si la carta que nos estamos jugando -la de atornillarnos en Miraflores a cualquier precio- falla?, ¿viste lo que le pasó a Evo? No cedió cuando le tocaba ceder y luego su margen de maniobra se hizo tan estrecho que tuvo que salir corriendo. ¿Qué tal si la maldición del Dabukurí lanzada por el ex gobernador de Amazonas, Liborio Guarulla, inhabilitado por la Contraloría por un lapso de 15 años (está facultado para resucitar en el 2032), pasa de la superstición a la realidad?, ¿estamos vacunados contra la mala suerte?, ¿contamos con una póliza que nos indemnice contra el futuro?, ¿estamos blindados frente a las traiciones que suelen producirse en el tablero geopolítico?, ¿los rusos son patria o muerte?, ¿y los cubanos, que pactaron a nuestras espaldas con Obama, y fuimos los últimos en enterarnos?, ¿no sería mejor negociar hoy, que somos Gobierno, y todavía podemos pasar a ser una oposición fuerte, que mantenernos como unos parias y, al final, perder la partida de póker? Una lucecita roja se enciende durante la resonancia. Zumba que zumba. El parpadeo rojo-rojito sugiere que hay razones para temer.

Porque causas sobran. Por lesa humanidad: El lobo de la Corte Penal Internacional. Por narcotráfico, si nos basamos en lo que declaró Mike Pompeo a El Nuevo Herald el 23 de enero pasado: “Él [Maduro] está llevando el país más como un cartel del narcotráfico que como un gobierno real”. Por terrorismo, si Pompeo, que denunció que el régimen brinda apoyo al Hezbolá, al ala de las FARC que retomó las armas y al ELN, estuviera en lo cierto. Por explosión social: Más de 16 mil protestas en 2019 es el registro que emana del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.

“Ese martilleo en el cerebro de Maduro. O en el de Diosdado: ¿Negocio o no negocio? Ese martilleo rojo-rojito también puede ser una forma de tortura”

Por un dron vendepatria y maluco, como el MQ-9 que segó la vida del general iraní Qassem Soleimani. Porque un meteorito se estrella contra las murallas de Fuerte Tiuna. Hay múltiples hipótesis (desde lo verosímil hasta lo fantasioso) y una gran incógnita. La incógnita que dispara el cortisol de la dictadura: ¿Estaremos cometiendo un grave error si no negociamos?, ¿de verdad hacemos lo que más nos conviene?, ¿no estaremos perdiendo fuerza para negociar porque el cerco se estrecha cada día que transcurre y la procrastinación nos tiende una trampa? Postergar no es ganar. Posponer puede resultar táctico, pero no siempre es estratégico. El cortoplacismo se puede pagar caro. Toda negociación tiene un timing.

En Venezuela, uno tiene la sensación de que la cúpula gobernante es muy fuerte y frágil al mismo tiempo. Las dos cosas a la vez. Maduro luce con poder. El poder cimentado en la coacción que genera el aparato militar, los colectivos paramilitares, las FAES, la cárcel, la tortura y el G2. El poder que confiere la pólvora. La mano de hierro. Esta es una cara de la moneda. Y es real. Coercitiva. Potente como un fusil Kalashnikov. La cara que puede resumirse con un latinismo: Gobierno de facto. Gobierno que es tal por la vía de los hechos, no por la vía de la persuasión. Gobierno que obliga, pero que no seduce. La otra cara, sin embargo, existe. Lo dice la resonancia magnética. Esa lucecita inquietante que se prende cuando se hurga en los circuitos cerebrales de los hijos de Chávez.

Nadie garantiza que la revolución sea la moneda de curso legal eternamente. Sus líderes corren grandes riesgos si se quedan anquilosados en sus trincheras. Tienen hijos. Tienen nietos. Ellos mismos cuentan. Son un árbol genealógico más en la tupida selva mundial. La filosofía del mindfulness (anclarse en el presente) no le viene bien a la casta gobernante. Puesta a meditar, esta es la frase que retumba en su conciencia: El futuro importa. Y mucho. El futuro importa porque el pasado es atroz. No hablemos del Informe Bachelet ni de tantas almas caídas: Juan Pernalete o Neomar Lander. No mencionemos a Adriana Urquiola, la intérprete de señas embarazada, asesinada durante las protestas de 2014. No agitemos esas heridas, aunque esas heridas, en parte, serían las que llevarían al chavismo a negociar. Pero no por moral, sino por miedo.

“El futuro importa porque el pasado es atroz. No hablemos del Informe Bachelet ni de tantas almas caídas: Juan Pernalete o Neomar Lander. No mencionemos a Adriana Urquiola, la intérprete de señas embarazada, asesinada durante las protestas de 2014”

Para salvaguardar a la tribu de cara a la posteridad, un eventual pacto no sería mala idea. El PSUV aún tiene capital político: Podría ocupar un espacio importante en el futuro si se diera una transición ordenada. A la larga, aferrarse al poder podría resultar más costoso para el chavismo que deponer el cólera, como hizo Aquiles frente a Agamenón en La Ilíada. O visto al revés: Ceder el poder a cambio de ciertas garantías -si se evalúa bien la jugada- puede resultar rentable. ¿Qué pierdes si no negocias y qué ganas si lo haces? Las FARC se lo pensaron. Y pactaron. Quien carga toneladas de acusaciones sobre sus hombros y está en la mirilla del mundo entero, no está exento del averno por esconderse en una cueva. Y el hombre -hijo del miedo- siempre quiere salvarse del infierno.

El País de España publicó este 21 de enero una entrevista al ex comandante supremo de las FARC, Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”. El hombre que pasó cuatro décadas en la selva apretando el gatillo, se ha pasado a la acera del statu quo. Ahora habla de paz y denigra de la guerra. ¿Después de 40 años “Timochenko” se convirtió a la religión democrática? Insólito. ¿Qué lo llevó a dar el giro de 180 grados? El cortisol. El miedo. El olfato. Lo que la intuición de este zorro viejo le dijo (o predijo) ante el futuro, puesto que las FARC iban camino a la bancarrota. Recapitulemos: Cuando “Timochenko” asumió el liderazgo supremo de la organización guerrillera, lo hizo porque el Ejército colombiano había liquidado a Alfonso Cano (2011), que era entonces el número uno del grupo. Cano, curtido ideólogo, reemplazó a Manuel Marulanda (“Tirofijo”), jefe de las FARC, quien falleció por causas naturales en 2008. Tras la caída de Cano, “Timochenko” asumió la máxima jefatura.

El asesinato de Cano constituyó, a todas luces, un duro golpe para el grupo guerrillero. El entonces el presidente Juan Manuel Santos soltó una frase que más que una amenaza, que lo era, podía leerse como una invitación a la negociación: “Desmovilícense; de lo contrario, como hemos comprobado, terminarán o en una cárcel o en la tumba”.

“Timochenko”, que ahora es el líder de un partido que lleva las siglas de las FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), con diez escaños en el Congreso, entendió muy bien lo del timing. Esto dio lugar al famoso Acuerdo de Paz sellado en La Habana en 2016. Medio siglo de confrontación era demasiado. Cuánta pólvora: Más de 262.197 muertos, según el Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia. La cifra abarca los asesinatos imputables a la guerrilla, a los paramilitares y a los agentes del Estado.

“Nadie garantiza que la revolución sea la moneda de curso legal eternamente. Sus líderes corren grandes riesgos si se quedan anquilosados en sus trincheras”

Pero dentro de las organizaciones puede haber diferencias de enfoque. A pesar de que Iván Márquez respaldó la negociación de La Habana (era entonces el número dos de las FARC), en agosto de 2019 anunció que retomaba las armas. Su argumento: Que no se estaban cumpliendo los acuerdos. En Cuba, cuando se celebró la firma del pacto, Márquez apareció ataviado con una impecable guayabera blanca. Look civil. A lo Gabo. En el video en el que declara que vuelve al monte, se aprecia muy bien la recaída textil del insurgente: Viste de verde oliva (el color favorito de los tipos duros) y lleva un arma al cinto. Lo acompaña un grupo de guerrilleros. Entre los camaradas sobresale Jesús Santrich, un hombre enigmático, especialmente dado a los símbolos: Lleva lentes oscuros  y la pashmina que suele adornar su cuello en solidaridad con la causa palestina.

Santrich también dio el visto bueno a lo concertado en La Habana. Lo suyo -a juzgar por el expediente que armó la Fiscalía de Colombia– constituyó algo más que una recaída. Fue acusado por un tribunal deNueva York, en 2018, es decir, después de haber suscrito el acuerdo de apaciguamiento, de conspirar para introducir droga en los Estados Unidos. La Interpol dictó una orden de captura internacional en su contra y la Fiscalía de Colombia lo detuvo en abril de ese año. La revista Semana, en una nota titulada “Jaque mate a Jesús Santrich”, lo resumía así: “El expediente contra el ex negociador de las FARC contiene audios, fotos, seguimientos y hasta un video de la DEA, en donde él aparece negociando 10 toneladas de coca”. El trabajo hecho por la DEA desembocaba en una palabra que causa tanto terror como la silla eléctrica: Extradición. Santrich salió en libertad en mayo de 2019.

La Corte Suprema emitió un fallo en el que argumentaba que el entonces ex guerrillero gozaba de fuero constitucional. En efecto, el hombre de la pashmina había sido seleccionado por el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común para ocupar uno de los diez escaños del Congreso asignados a la recién nacida agrupación política como contraprestación por la firma de la paz. Por asimilarse al sistema. El 11 de junio de 2019, Santrich tomó posesión de su curul. Movido por su olfato -porque también lo tiene- se evaporó. No asistió más al Congreso. Y entonces apareció junto a Iván Márquez anunciando el nacimiento de la nueva Marquetalia. La prensa colombiana especula que Santrich, y otros líderes guerrilleros, usan a Venezuela como santuario.

Lo cierto es que el caso de las FARC resulta aleccionador por varias razones: Revela que en el seno de las organizaciones, carteles o agrupaciones políticas puede haber discrepancias en cuanto a si se debe negociar o no llegado un punto de alta tensión. Allí cohabitan alas radicales y alas un poco más moderadas. Esto resulta particularmente importante para Venezuela. En el chavismo debe haber discusiones internas acerca de si se debe pactar. “Timochenko” se queja en El País de su antiguo camarada Iván Márquez: Dice que estaría detrás de un complot para asesinarlo. Y antes ocupaban la misma acera. La acera de las ametralladoras. En la revolución bolivariana podríamos ver algo parecido. Si el cerco internacional llega a adquirir la tonalidad de un inminente tiro de gracia -esto es metáfora-, veremos si el chavismo seguirá tan cohesionado como en apariencia se le observa hoy.

“Para salvaguardar a la tribu de cara a la posteridad, un eventual pacto no sería mala idea. El PSUV aún tiene capital político: Podría ocupar un espacio importante en el futuro si se diera una transición ordenada”

El caso del Cartel de Medellín también abona la tesis de que, cuando se ven sitiados, los líderes de las organizaciones que operan fuera de los márgenes del Estado de derecho se dividen. Cuando el ex presidente César Gaviria lanzó una hoja de parra a los chicos malos del narcotráfico -con la propuesta de sometimiento a la justicia, rebaja de penas y la promesa de no extradición a Estados Unidos-, los hermanos Ochoa, socios de Pablo Escobar Gaviria, lamieron el caramelo que les ofrecía el statu quo y se acogieron a los decretos. El jefe del grupo no era partidario de rendirse. Pablo Escobar Gaviria se atrincheró. Optó por la cicuta. Terminó cosido a balas. La cohesión no está garantizada cuando está en juego el futuro. Ese horizonte de misterio que también tiene poder coercitivo. El PSUV, como agrupación política, juega a dividir a sus adversarios. Pero los adversarios geopolíticos del chavismo harán, y deben estar haciendo, lo mismo.

Otra razón por la cual el caso de las FARC resulta aleccionador es que los pactos hay que cumplirlos. ¿Por qué Santrich, si fuera cierto lo de las diez toneladas de coca, habría de participar en semejante operación si ya se había acogido a los acuerdos de paz de La Habana e incluso participó en ellos? O más bien: ¿Por qué la Interpol solicita ahora a Santrich si este firmó el armisticio? La cúpula chavista está en el derecho de dudar de que, una vez consumada una negociación, sus términos sean incumplidos. Y esta duda la inhibe. La reduce a la trinchera. Pero Santrich habría cometido el delito -vale la pena subrayarlo- luego de sellado el acuerdo de reconciliación. La transacción le reportaría, informa Semana, 15 millones de dólares. Y esas 10 toneladas estarían valoradas en Nueva York, según la revista, en 320 millones de dólares. Hablamos de una multinacional. ¿Santrich sufre del síndrome del escorpión y la rana o Santrich está urgido de recursos para financiar a alguien y obtiene, a cambio, protección?

Algo similar a lo ocurrido con Santrich pasó con Fabio Ochoa Vásquez. Se entregó a la justicia colombiana en 1990 (la hoja de parra de Gaviria) y fue liberado en 1995. Pero en 1999 lo detienen nuevamente en Colombia por haber cometido delitos de narcotráfico y lavado de dinero. ¿También la fábula del escorpión y la rana? Esta vez lo incriminaba un tribunal de Florida. La red de la que formaba parte el menor de los Ochoa supuestamente ingresaba 30 toneladas mensuales de cocaína a Estados Unidos, adonde lo extraditaron en 2001. La figura de la extradición estuvo en hibernación en Colombia entre 1991 y 1997. Fue desterrada de la Constitución debido a la enorme presión que ejercieron los Carteles de Medellín y de Cali. En 1997 la incluyeron nuevamente. Ello explica que Ochoa Vásquez terminase en los calabozos gringos: Lo condenaron a 30 años de cárcel.

Unos cumplen los acuerdos -“Timochenko” ha ingresado al cuadro de honor del establishment– y otros se sienten más cómodos en su hábitat natural: La selva; la trinchera; la clandestinidad; las aguas turbias. Ahora: Es cierto que llegada la hora final, la de la extremaunción, las corporaciones mafiosas se dividen. Se convierten en un archipiélago. Y sálvese quien pueda. Si fuese cierto lo que asegura Pompeo, la cúpula chavista debería ir preparando el bolígrafo para estampar la rúbrica en un folio que implique una negociación seria. La gira internacional que ha hecho Juan Guaidó deja bien claro que el pueblo venezolano que reclama el retorno a la democracia, más allá de las luchas intestinas que libra la oposición, no está solo. Rossi habla de la tiranía del deseo: Lo erótico puede subyugarnos. También podríamos hablar de la tiranía de la incógnita. Ese martilleo en el cerebro de Maduro. O en el de Diosdado: ¿Negocio o no negocio? Ese martilleo rojo-rojito también puede ser una forma de tortura.

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