De la cita en nocturnidad de Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Maduro, con el ministro de Transportes de España, José Luis Ábalos, no hay fotografías. Al menos, todavía no han circulado. Pero tenemos una imagen, una caricatura de Ana Black, para el portal de noticias El Pitazo, que encontró inmenso eco entre los usuarios de las redes sociales, donde tuvo centenares de reproducciones.
La gráfica muestra un fragmento del avión privado que el régimen alquiló para que su funcionaria se desplazara con la comodidad de los jeques, a los que el círculo del poder bolivariano se ha acostumbrado en 20 años de lujos y dispendios sin límite, siempre a costa del Estado. En una de las tres ventanillas se ve una figurita vestida de rojo, encogida, de muy poca gracia o, digámoslo de una vez, feíta, de aspecto ratonil, con las crispadas manos pegadas a un cristal que la separa del mundo. Del mundo libre. Del mundo desarrollado, donde los jerarcas chavistas adoran pasearse para alojarse en hoteles lujosos, apiparse en restorantes y hacer compras enboutiques exclusivas.
La cara, en la viñeta, es de frustración y apocamiento. Nada que ver con la altanera cacica bolivariana que amenaza, insulta y persigue venezolanos. Es probable que este contraste explique el éxito del dibujo de Ana Black, porque, aunque no se haya confirmado con fotografías el momento de pusilanimidad de la poderosa funcionaria Rodríguez, lo cierto es que su habitual soberbia la abandonó en el avión donde tuvo que pasar 14 horas encerrada (o carreteada como un alijo, que para el caso es lo mismo).
En junio de 2018, Delcy Rodríguez fue incluida en la segunda tanda de 11 sancionados por la Unión Europea por ser «responsables de violaciones de los Derechos Humanos y socavar la democracia y el Estado de derecho en Venezuela». Una acusación muy grave. No por nada el Ministro que fue a encontrarse con ella en su prisión de acero lo hizo entre gallos y medianoche y, al ser descubierto, balbuceó una serie de versiones, todas diversas y carentes de credibilidad.
Esas manos que tantean la barrera alzada a su alrededor se ven tensas, convulsionadas, porque saben que lo que tocan lo destruyen, lo corrompen o lo afectan gravemente, como ha comprobado el ministro Ábalos, a quien tienen sin cuidado las torturas que esas mismas manos infligen a los venezolanos, pero ha padecido en carne propia el pegote maloliente que esas manos desparraman y, aunque no dimita, como buena parte de sus conciudadanos le exige por sus contubernios con “la proscrita”, como dijo un articulista, ya es un dimitido de conciencia frente a España y el mundo. «A partir de ahora», escribió Alberto García Reyes en el diario ABC, «cada vez que lo miremos, le veremos el costurón que le hizo la dictadura de Maduro con el mordisco de la clandestinidad».
Con pocos trazos, la dibujante deja servida la paradoja: ¿Es esta mujercita, fruncida y amilanada, la misma que siempre es insolente y cruel ante los humildes?, ¿dónde está la endemoniada que protagonizó «un bochornoso incidente diplomático», como dijo la revista Semana, en diciembre de 2016, en Buenos Aires, cuando le fue negada la asistencia a la reunión extraordinaria de cancilleres del Mercosur y aún así se presentó, armando un escándalo? En esa ocasión, al informársele de que su presencia no era requerida, publicó un tuit muy envalentonada donde anunciaba que se metería “por la ventana”. Y, efectivamente, trató de colarse entre empellones y groserías. ¿Por qué no hizo lo mismo en España?, ¿por qué no exigió respeto al país y a ella “como mujer”, como dijo esa vez, en un video?, ¿por qué no salió de España con un brazo enyesado, como le pusieron los vestuaristas en el vergonzoso teatro del Palacio San Martín?
La caricatura de El Pitazo muestra un ratoncito aterido con la nariz pegada a una ventanilla y los lectores venezolanos no podemos sino preguntarnos, ya va, dónde quedaron las burlas, las risas de sobrados ante las sanciones. La propia Delcy Rodríguez escribió en Twitter, en septiembre de 2017: «Irrelevantes e ilícitas sanciones del gobierno canadiense solo evidencia concierto criminal con la derecha fascista y extremista d Venezuela» (sic). Entonces, si son irrelevantes, si sólo evidencian algo que no merece mayor atención, por qué las acata con tal sumisión, que no se atrevió a hacer otra más que quedarse quietecita en el avión, mirando 14 horas por una ventanilla. O dos, que para el caso es lo mismo.
Casi en el mismo momento que la vicepresidenta de Maduro encajaba el efecto de las sanciones sin rebelarse, sin asomar ni la punta de esas manitos aterradas, Provea daba a conocer su Informe Anual 2019, donde se establece que el año pasado 23 personas fueron asesinadas «como consecuencia de torturas aplicadas por funcionarios policiales o militares», y que desde 2013 -en el gobierno de Maduro- 72 personas han perdido la vida por esa misma razón. Esos son los que murieron, porque sólo en 2019 hubo 574 víctimas de tortura. «El Cicpc es el organismo con mayor número de casos: 256 seguido del Dgcim con 124. La tortura se aplicó a detenidos por motivos políticos y a detenidos por delitos comunes».
Con gente amarrada, vendada, esposada, doblegadapor el hambre y las privaciones, son muy enérgicos, saltan de un lado a otro, repartiendo golpes, descargas de picana, planazos, pero ante las sanciones se quedan como el niño castigado mirando para la pared.
La mirada lastimera de Delcy Rodríguez, imaginada por Ana Black, no va dirigida sólo a quien se le ha estrechado el mundo y la ha confinado a ese avión, metáfora de la cárcel que la espera cuando sus delitos sean juzgados en un tribunal imparcial. También abarca a la oposición democrática venezolana que, contra todas las persecuciones, prisiones, exilios, chantajes, logró que las democracias más relevantes del planeta emitieran esas sanciones que ahora se levantan como un destino sin puertas de emergencia.
*Ilustración de Ana Black (@anablack22 / @anablackLI) facilitada por la autora de este artículo, Milagros Socorro, tras haber recibido la autorización de uso por el director de El Pitazo, César Batiz.