Para evitar que sus conversaciones políticas y estrategias bélicas no llegaran a oídos de los realistas, Simón Bolívar solía hablar en francés con sus interlocutores diplomáticos o militares. En un entorno cargado de intrigas, confabulaciones y desconfianza mutuas, el Libertador apelaba a menudo a tal recurso como parte de su arsenal personal de inteligencia y así conjurar actividades de espionaje.
Ante cualquier silencio o falta de acción prolongados por parte del enemigo, Bolívar ordenaba también contratar espías para conocer lo que se tramaba, y esa labor de inteligencia la recompensaba al costo que fuere. No hay evidencias de que haya ordenado practicar la tortura para extraer información de algún enemigo del bando opositor, lo que sí está registrado en la historia es que por sugerencia suya fue realizado un juicio al general Manuel Piar por sedición, y éste terminó fusilado.
No tuvo por supuesto un cuerpo de inteligencia militar o policial estructuralmente organizado, como tampoco lo tuvieron José Antonio Páez, los hermanos Monagas, Antonio Guzmán Blanco o Cipriano Castro. Quien sí se acercó a la necesidad de disponer de un cuerpo de inteligencia fue el dictador Juan Vicente Gómez a través de sus célebres y temibles “Chácharos”, denominación que recibía una milicia personal asaz rudimentaria y extremadamente cruel que adolecía de formación y con limitados conocimientos del arte del espionaje, la cual fue odiada por propios y extraños; toda vez que se semejaba más a una banda de soplones y matones sin escrúpulos a la que se le atribuyeron la mayoría de las torturas, desapariciones y asesinatos políticos ocurridos durante los 30 años que permaneció en el poder el llamado “Brujo de La Mulera”.
Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y los adecos de la Junta Militar que presidió Rómulo Betancourt, concibieron sus propios organismos de inteligencia para defenderse de las intrigas palaciegas. Fueron cuerpos de actividad eminentemente política que se ocupaban de combatir a sus enemigos y opositores, pero se tomaron la precaución de no incurrir en desmanes extrajudiciales.
Los fantasmas de la tortura y la persecución de la época gomecista recobran vida a partir de 1952, cuando desde Washington llega a Caracas un personaje que se convertiría, hasta 1958, en el hombre que ejercería una de las más despiadadas actividades policiales conocidas en el país. Se trató de Pedro Estrada Albornoz, conocido también como “El Chacal de Güiria” o Don Peter. Sólo mencionar su nombre generaba temor y crispación, según confiesan quienes vivieron los terribles años de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Pedro Estrada se encontraba en 1951 en la capital estadounidense donde había sido enviado tres años antes como agregado especial de la Embajada de Venezuela, por el entonces presidente de la reciente Junta Militar de Gobierno Carlos Delgado Chalbaud, quien, en noviembre de 1948, había encabezado el golpe de Estado que defenestró al presidente electo Rómulo Gallegos.
Sus actividades en Washington fueron establecer una red de espionaje para conocer los movimientos y actividades de los exiliados políticos venezolanos en los Estados Unidos y en el Caribe. Pero quien lo llamó fue el presidente de la Junta Militar Marcos Pérez Jiménez, sustituto de Delgado Chalbaud, quien había sido asesinado en el ejercicio de su cargo, para que asumiera la dirección de la Seguridad Nacional, un organismo policial fundado por el gobierno civil que dirigió Rómulo Betancourt durante en el trienio 1945 – 1948.
La figura de Estrada se ve encumbrada por su eficacia que lo convierte en el sostén principal del régimen, y en el más despiadado y sanguinario jefe policial que haya existido en Venezuela. Quienes lo conocieron dejaron testimonios de que era un sádico que gustaba vestirse de frac para presenciar los interrogatorios a los que eran sometidos sus oponentes en los sótanos policiales.
Fue Pedro Estrada un hombre de atractiva apariencia y escrupuloso vestir que llamaba la atención por su 1.80 de estatura. Su formación académica la realizó en Trinidad, donde aprendió inglés y los modales de los lords. El remoquete del “El Chacal de Güiria” deviene del pueblo del estado Sucre donde nació en 1906. Al frente de la Seguridad Nacional dirigió una verdadera política del miedo que combinó intimidación, chantaje y torturas a los detenidos e incluso ejecución de opositores. Entre los asesinatos que se le atribuyeron por impartir órdenes de ejecución, figuran el del capitán Wilfrido Omaña, el teniente León Droz Blanco, y el de los dirigentes de Acción Democrática Antonio Pinto Salinas y Leonardo Ruíz Pineda.
Creó un grupo élite de esbirros especialistas en infringir tormentos a los detenidos. Personajes tenebrosos conocidos como el “Indio Borges”, el “Loco Hernández”, “Torrecito”, El “Negro” Miguel Silvio Sáez, “Barretico”, “Parra Mendoza”, “Ortega”, practicaron a los presos políticos todo tipo de torturas, entre ellas palizas con peinillas en el llamado “Cuarto de Las Bicicletas”, “El Ring”, una tortura que consistía en colocar al preso desnudo sobre un ring de automóvil con los bordes afilados y los pies descalzos para que el filo del hierro abriera grietas en las plantas. Asimismo, La Picana Eléctrica, los simulacros de fusilamientos, o La Panela de Hielo, una técnica de tortura que se llamaba de esa manera porque el preso era obligado a sentarse desnudo por varias horas sobre un enorme molde de hielo.
Inteligencia de pluma y pico
En la Venezuela actual se ha pasado de los lúgubres sótanos de la Seguridad Nacional a otros escenarios igualmente sórdidos, donde los gritos de las torturas quedan atascados en los muros de la ignominia. Los años del “estradismo” parecieran haber recobrado vida, pues se han abierto sus tumbas con el mismo argumento: Defender, cueste lo cueste, la permanencia de quienes ejercen el poder de manera ilegítima.
Los últimos quince años nos permiten ver con claridad reveladora que en el país se han institucionalizado la persecución, la tortura, la represión, o lo que es lo mismo, la violación sistemática de los Derechos Humanos. El inefable Cuarto de Las Bicicletas del perejimenismo, ha sido sustituido por espacios igualmente oprobiosos en los que la tortura se ejerce de manera brutal.
Los funcionarios que se ocupan ahora de cumplir las órdenes que bajan desde el epicentro del poder para perseguir, torturar y extorsionar en nada se diferencian a los que otrora formaban parte del cuerpo élite represor del “estradismo”.
Casi una década estuvo al mando de la Dirección General de Contrainteligencia Militar el general Hugo Carvajal Barrios, quien es hoy prófugo de la justicia por enfrentar dos casos de narcotráfico presentados por separado por las fiscalías federales de Miami y de Manhattan. Un estigma que lleva sobre sus hombros y que marca distancia con las actividades que desarrolló en su momento “El Chacal de Güiria”, pues a este no se le conocieron expedientes que lo involucraran en el tráfico ilícito de drogas.
“El Pollo” Carvajal, como se le conoce, no es una suerte de Pedro Estada redivivo, sin embargo lo acerca un elemento común con el temible jefe de la Seguridad Nacional, como es haber dirigido la política policial de un organismo de inteligencia del Estado para preservar la estabilidad de un régimen, tarea ésta que cumplió en dos oportunidades: Una desde de 2004 y hasta diciembre de 2011, y otra entre abril de 2013 y enero de 2014.
El descrédito que pesa sobre la integridad profesional de “El Pollo” Carvajal es la de haber sido gestor y promotor desde su cargo de actividades vinculadas con el tráfico y lavado de dólares, así como también de establecer relaciones de resguardo y apoyo logístico a los grupos guerrilleros que operaban en su momento en Colombia. Asimismo, se le señala de haberse lucrado con dinero proveniente del tráfico de droga y armas.
Sin embargo, no es un secreto que la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) entre sus otras tareas está la de ejercer “control” de las actividades de los líderes políticos opositores, tanto militares como civiles. En los dos períodos en que Hugo “El Pollo” Carvajal fungió como jefe de Contrainteligencia Militar, se sucedieron graves hechos de violación de Derechos Humanos.
Pruebas documentadas indican, que desde el 2004 al 2016 (…) La represión se ha extendido más allá de las protestas, y agentes de inteligencia del Gobierno se han llevado a personas de sus viviendas o las han detenido en la vía pública, incluso mientras no se estaban produciendo manifestaciones. Una vez detenidos, agentes del Gobierno han sometido a los opositores a abusos que incluyeron desde golpizas violentas hasta torturas con descargas eléctricas, asfixia y otras tácticas (1).
Las pruebas demuestran que los abusos no constituyeron casos aislados, ni fueron el resultado de excesos por parte de miembros insubordinados de las fuerzas de seguridad. “Por el contrario, el hecho que estos abusos generalizados hayan sido cometidos reiteradamente por miembros de distintas fuerzas de seguridad y en múltiples lugares en 13 estados y la Capital (incluso en entornos controlados como instalaciones militares y otras instituciones estatales), durante el período de seis meses cubierto por este informe, avala la conclusión de que los abusos han formado parte de una práctica sistemática de las fuerzas de seguridad venezolanas” (2).
Asimismo, se tienen evidencias que señalan (…) que los altos funcionarios en puestos clave a cargo de fuerzas de seguridad implicadas en abusos generalizados, que no han adoptado medidas adecuadas para prevenir, investigar o sancionar violaciones de Derechos Humanos cometidas por sus subordinados, son los siguientes: El presidente Nicolás Maduro, quien es comandante en jefe de las Fuerza Armada, incluidas la Guardia Nacional Bolivariana y la Dirección General de Contrainteligencia Militar (3).
(1) Human Rights Watch, “Venezuela: Responsabilidad de los altos mandos en los abusos”, 15 de junio de 2017.
(2) Idem.
(3) Idem.
*Historiador y periodista.