En la aldea
05 febrero 2025

Celebrar las Fiestas Patrias como expresión de arraigo y gentilicio

El día que nuestro país recobre la plena libertad e independencia y comience su reconstrucción, sería conveniente también reformular el concepto de las Fiestas Patrias. Podríamos, ¿por qué no?, aprender mucho en la materia de países como Chile, Perú, Estados Unidos y México que, mediante la manera en cómo celebran sus Fiestas Patrias demuestran lo orgullosos que están de ser lo que son y, más importante aún, de cómo lograron serlo.

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Luis Pulgar Finol | 29 octubre 2019

¿Se imaginan una circunstancia ante la cual hayan actuado de la misma manera Salvador Allende y Augusto Pinochet durante sus respectivos ejercicios de la Presidencia de Chile?

Estos dos personajes, antagónicos por definición, encabezaron, como en su momento lo hicieron sus antecesores y lo hace su sucesor año tras año de su mandato, el acto que da comienzo oficial a la manifestación popular de alegría que se desborda en esa nación cada 18 de septiembre, al inicio de las Fiestas Patrias. 

La primera vez que visité ese orgulloso país hace casi tres décadas para unos días de vacaciones recibí la sorpresa, sin tener idea de qué se trataba, de verlo engalanado de arriba abajo con insignias nacionales de todos los tamaños y configuraciones. Los amigos que nos recibieron en el aeropuerto acababan de regresar a su país después de vivir durante más de una década en Venezuela, y ya estaban plenamente envueltos en el ambiente festivo del que participaban todos los ciudadanos con gran entusiasmo: Ricos, pobres, estudiantes, trabajadores, militares y civiles, comercios e instituciones públicas; es decir, la población en general totalmente identificados en un solo espíritu.

Cuando el presidente cumple la ceremonia de beber la chicha morada chilena, directamente de un cuerno de vaca, comienzan oficialmente los festejos en todo el país. Da gusto ver las casas, los automóviles, las tiendas, las solapas y los vestidos de la gente, todo adornado con la bandera nacional, y también, algunas veces, con las de países hermanos (nuestros amigos tuvieron la amabilidad de colocar en un lugar destacado de su carro la bandera venezolana entrelazada con la chilena). 

La fiesta, tal y como se la celebra hoy en día, se oficializó en 1915 y conmemora el establecimiento de la Primera Junta Nacional de Gobierno en Chile (18 de septiembre de 1810) y se le junta el “Día de las Glorias del Ejército” (19 de septiembre). Es verdad que hay reminiscencias autoritarias en los imponentes desfiles militares chilenos, pero la realidad es que las Fiestas Patrias son en ese país una celebración de esencia popular que se desborda en las bellas “ramadas”, construidas para la ocasión en cada pueblo y ciudad del larguísimo país.

¡Viva México!

Muchísimos kilómetros más al norte en nuestro mismo Continente ocurre algo especial cada 15 de septiembre, cuando se aproxima la medianoche. La expectativa de cientos de miles de personas que ven la transmisión del evento oficial desde sus casas o reunidas para la ocasión en La Plaza de la Constitución, popularmente conocida como El Zócalo, en el corazón del Centro Histórico de  Ciudad de México, o en los numerosos sitios nocturnos y plazas acondicionados especialmente para la ocasión, asemeja a la que se produce en los últimos minutos de un 31 de diciembre cuando se está por recibir un nuevo año.  A las 12 en punto aparece en las pantallas de todos los televisores la circunspecta figura del presidente de turno asomado en el balcón del Palacio Nacional, y posesionado como en pocas ocasiones de su papel de líder máximo y representación de la nación.

El jefe de Estado procede entonces, mientras sostiene la bandera nacional con una mano, a hacer tañer con la otra la antigua campana de la parroquia de Dolores, la misma que hizo tañer el cura Miguel Hidalgo el 16 de septiembre de 1810, al comienzo de la lucha por la independencia y que, cargada de enorme significado, fue colocada en ese lugar en 1896. Sus campanadas resuenan con fuerza en cada rincón del rectángulo de la enorme plaza, la más grande del la hispanidad y la segunda más grande del mundo, y en todo el país. Continúa el acto con el mismo mandatario dando vivas, uno por uno, a los grandes próceres mexicanos y a veces a otros próceres latinoamericanos, incluyendo en alguna oportunidad a Bolívar y a Martí. Sus exclamaciones son respondidas con fervor por los vivas de la inmensa multitud congregada. Luego, en el momento culminante, grita por tres veces a todo pulmón: “¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!”.

Este recordatorio del “Grito de Dolores” hace vibrar de entusiasmo y emoción a los presentes y a los casi 130 millones de mexicanos, jóvenes y viejos, gentes de toda clase social y condición, que celebran al unísono. En todos los estados que conforman el país y en todo lugar donde se encuentre un mexicano, en cualquier parte del mundo, esa noche hay fiesta. Se despliegan fuegos artificiales y bailes típicos, se sirven comidas y tragos especiales en cada local y vivienda, todo para reafirmar con alegría el orgullo por la nacionalidad. Cualquier persona con quien uno hable es capaz de relatar los episodios patrióticos cuyo recuerdo motiva la celebración y también de describir el origen de los platos típicos alusivos, como por ejemplo los “chiles en nogada” cuyos ingredientes, con sus colores, evocan la bandera mexicana.

Perú, Estados Unidos, Colombia y Venezuela 

Un espíritu parecido se vive en Perú donde el mes de julio “se viste de blanco y rojo”, los colores de la bandera nacional, que también llevan las personas en escarapelas del lado del corazón. Se complementa la celebración con comidas, fiestas y reuniones especiales. 

En Estados Unidos con una aproximación cultural muy diferente, el día de la Independencia que se celebra el 4 de Julio es también una ocasión de gran, y a veces irreverente, entusiasmo patriótico y festivo. Se pueden ver en esa fecha las banderas por doquier y las ceremonias presididas por el presidente tienen un carácter de extraordinario festejo, con el fabuloso despliegue de fuegos artificiales que es esperado por todos. Son comunes además las celebraciones hogareñas para conmemorarla fecha.

En Venezuela y en Colombia el panorama es muy distinto. Aparte del desganado izamiento de banderas en edificios públicos y algunas casas de costumbres tradicionales, el Día de la Independencia para la mayor parte de la población es una ocasión más de asueto, sin comidas alusivas ni celebraciones privadas especiales. Es realmente raro ver manifestaciones patrióticas individuales por ese motivo.

En Venezuela, en particular, siempre se acostumbró en esas fechas, por parte  del tren ejecutivo del gobierno de turno, ofrendar coronas de flores (típicas de los velorios) a los padres de la Patria. Esto pareciera darla idea de que lloramos su ausencia todo el tiempo, sin reconocernos realmente en ellos. Tristemente, tampoco puede decirse que dichos próceres se mantienen vivos a través de sus ideales realizados.

Está demás describir la tosca manipulación del tema que ha predominado en los años recientes, cuando se ha pretendido identificar el fervor patriótico con la adhesión al régimen y sus personajes, esto con la consecuencia de la mayor degradación en su esencia y contenido.

El día que nuestro país recobre la plena libertad e independencia y comience su reconstrucción, sería conveniente también reformular el concepto de las Fiestas Patrias.

Como sin duda tendremos grandes motivos para celebrar, considero que sería muy positivo para nuestra cohesión como pueblo y nación reemplazar el enfoque fúnebre, cursi y aburrido propio de los regímenes autoritarios y militares que se les ha dado históricamente a nuestras conmemoraciones patrióticas, por el de la celebración ciudadana consciente de lo que vale y significa la libertad recuperada. Podríamos, ¿por qué no?, aprender mucho en la materia de países como Chile, Perú, Estados Unidos y México que, mediante la manera en cómo celebran sus Fiestas Patrias demuestran lo orgullosos que están de ser lo que son y, más importante aún, de cómo lograron serlo.

 *Consultor internacional.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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